abril 22, 2005

Dia Cinco



La mejor manera que conozco para pensar sobre algo es mientras entreno. Mientras piso una y otra vez el asfalto, la hierba o la tierra, a veces la arena de la playa, en mi cabeza se entremezclan recuerdos, proyectos, inquietudes y convicciones. Y, cuando me quiero dar cuenta, llevo más de una hora corriendo y va llegando el momento de detenerse.
Hasta los 18 años, corría casi todos los días. Formaba parte del equipo de atletismo del Instituto, y era bastante bueno en distancias cortas, 100 metros lisos, 4x100 relevos y tal, pero las cosas se torcieron. En mis entrenamientos y en casi todo lo que puedo recordar. Tuve una lesión que me apartó de la velocidad, y prácticamente dejé de correr. Mi padre, al que todos en el barrio conocían por don Manuel, decidió que, después de muchos años, tenía que elegir entre su vida alternativa, la que había llevado mientras todo el mundo creía que sólo tenía una, y la vida que todos conocíamos. Y eligió la otra. Con otra mujer. Mamá y yo nos quedamos solos, y a duras penas conseguimos salir adelante. Pero mi madre era una mujer fuerte, y lo consiguió. Supongo que, si alguna vez llego a la meta, será precisamente por eso.
Terminados mis estudios, fui de trabajo en trabajo, en una empresa de mensajería, trabajo administrativo en otras dos o tres empresas, etc. Hasta que apareció SegCom. Aún hoy en día me sigo preguntando porqué SegCom. Evidentemente, está el hecho de que el trabajo me deja mucho tiempo libre. De 8 de la mañana a 3 de la tarde es un horario como para presumir de él. Y así puedo entrenar por las tardes, escribir estas anotaciones, etc. Pero en un principio, no fue esa la razón que inclinó la balanza hacia ellos. Lo mejor del trabajo ha sido y siempre será el contacto con la gente.
A una compañia de seguros vienen personas que buscan seguridad. Y tanto Carlos como yo (y otros muchos) somos casi su primer contacto con la empresa. Y les damos la seguridad que buscan. Y, en mi caso particular, incluso aunque eso implique enviarles a otra parte o perder un cliente. Esto es algo que, por supuesto, no saben del piso 10 para arriba, pero no me importa demasiado. Siempre he sabido que estaba allí, ayudando a los demás de la manera en la que yo sabía, por alguna razón.
Y así es.
En cuanto a mamá, después de su fallecimiento, hace un par de años, don Manuel volvió a aparecer. Su vida alternativa se había esfumado, y necesitaba un hombro sobre el que llorar y, ya mayor y cansado, alguien que le echara una mano. Yo tenía que haber aprovechado el momento para decirle lo que pensaba de él, y en parte lo hice, pero también vi en su rostro como el paso del tiempo indicaba lo avanzado de su enfermedad, sus continuos desvaríos y sus fallos en la memoria, así que contraté a alguien para que le cuidara y decidí, en la medida de lo posible, paliar aquellos estragos con algo de cariño y quizás alguna que otra sonrisa.
Y así fue como volví a correr despues de mas de 15 años sin haberlo hecho. Poco a poco al principio, muy lentamente, y sabiendo siempre que la velocidad ya no sería nunca más lo mío. Pero sí el fondo. Correr durante km y km, durante horas y horas, solos yo...y yo.
Son las personas las que me importan. En el trabajo, mis clientes, y cuando corro alguna carrera, todos esos rostros anónimos que aplauden, que nos dan ánimos a los que corremos, que nos entregan una parte de su tiempo con un "vamos, que ya queda poco", y nos sonríen y animan sin conocernos de nada.
Y de esa manera, recordando a esas personas, aquellas con las que trato casi todos los días, aquellos que se presentan en mi mesa de trabajo por primera vez, aquellos que me empujan con sus aplausos cuando queda menos de 1 km para llegar al final y la meta se ve aún muy lejana, pensando en todas ellas, fue como esta mañana me he dado cuenta de que hay una persona detrás de ese correo extraño, alguien que puede estar sufriendo, quizás alguien que haya sido herido, y eso me ha aterrorizado tanto como el hecho de haber oído extraños ruidos la noche anterior en mi teléfono. Aparte de haber decido usar únicamente el teléfono móvil, y prescindir del fijo hasta que ésto haya terminado, he hecho algo que espero nunca se sepa más allá de la planta 10 de SegCom.
He impreso un listado con los nombres de los casi 200 trabajadores de SegCom, extraido gracias a las hábiles manos de Carlos de la base de datos de la empresa, y me pienso pasar todo el fin de semana leyendo nombres sin parar. Porque mientras Carlos rastrea la red en busca de ese posible remitente, de su ordenador y de su lugar en SegCom, yo necesito hacer algo y, aunque sé que es dar palos de ciego, he llegado a la conclusión de que, quizás, con un poco de suerte "Ngasen@yahoo.com" sea una dirección de correo formada en parte por el nombre, o el primer o el segundo apellido de alguien de esa lista.
Queda un largo fin de semana por delante, tan largo como el camino que me ha llevado hasta aquí.