abril 28, 2005

Día Diez



Siempre he odiado la violencia. Con esto no quiero decir que no haya perdido los nervios alguna vez. O algunas veces. O que no haya visto Rocky, o que no me guste Doce del Patíbulo. Sé, no soy tonto, que es algo inherente al ser humano. Está ahí. Tenemos que convivir con ella. Pero suelo contar hasta diez. O cien, si estoy realmente cabreado.
Recuerdo que de pequeño, en el colegio, me peleaba a menudo. Y aún siendo adolescente pasé algún tiempo, una fase, una etapa, supongo, buscando bronca con los compañeros del barrio. Eran otros tiempos, otra época...otra mente.
A veces me cabreo cuando voy corriendo y alguien me mira de mala manera, o no se aparta un poquito, cubriendo orgullosamente la acera y casi impidiéndome el paso. Pero siempre encuentro un hueco para seguir corriendo. Siempre.
Quizás la razón por la que, en estos últimos días, haya llegado a obsesionarme con ese extraño mail es porque huelo, presiento, intuyo la violencia. Intuyo algún tipo de daño, presiento que las cosas no van bien para alguien...huelo "el otro lado".
Y finalmente, he tenido la confirmación.
Cuando me desperté, Carlos estaba frente a mi, y yo tumbado en el sofá de su apartamento. Me miraba con aire preocupado, pero sonreía. Había oido el golpe contra mi cabeza (por cierto, vaya dolor , desde la nuca hasta la mitad de la espalda y en las cervicales), y había oido, ya con mucha más claridad, el impacto de mi cuerpo contra el suelo. Todo, frente a su puerta.
"Alguien te ha tendido una trampa, está claro", concluyó Carlos. Pero tenía que ser alguien que sabía que yo le visitaría, alguien que supiera que estábamos citados en su casa. Y eso era imposible, sencillamente porque nos habíamos citado a tenor del mensaje que él me enviara a mi móvil. Nadie podía leer ese mensaje. Nadie.
"En eso te equivocas, como hemos podido comprobar. No te envié el mensaje al móvil por pura casualidad. Podría haberte enviado un mail, pero ambos sabemos que algo ocurre con el correo en SegCom. Ahora, podemos asegurar también que algo ocurre a nivel de vigilancia".
¿Vigilancia?.
Carlos me había enviado el mensaje de texto a propósito. Quería comprobar si realmente yo o él o ambos estábamos siendo vigilados. Pero sabía que no existía o al menos el no conocía la tecnología que permitía interceptar un mensaje de móvil a móvil. Así que, si alguien había golpeado mi cabeza frente a la puerta de su apartamento, es que ese alguien había leido el mensaje y sabía que yo estaría allí...
"Claro que lo sabía", concluyó Carlos mientras golpeaba la palma de su mano izquierda con el puño derecho. "Y mañana mismo te mostraré como".
Entonces supe que, si yo me había metido en aquel asunto porque estaba seriamente preocupado por alguien, por una persona, Carlos lo hacía porque disfrutaba del juego como pocos. Le encantaba ser el gato primero y después el ratón.
A mi, sinceramente, no me estaba gustando tanto. El golpe en mi cabeza sonaba a advertencia. Sabemos que estás detrás de ese mail "perdido". Sabemos quién eres. Y sabemos lo que haces en cada momento. Ellos parecían saberlo todo sobre Carlos y sobre mí.
Y yo no sabía nada.