julio 21, 2005

Día Treinta y Cuatro


Esta tarde, antes de la cena, durante al menos un par de horas, me he quedado a solas en la casa. Como Nadia la llama..."en nuestro hogar". Es curioso como, acostumbrado a verla en SegCom casi todos los días con sus estilizados y elegantes trajes de ejecutiva, me sigue resultando extraño tenerla a mi lado en vaqueros y camiseta. No parece la misma persona. De hecho, desde que hemos llegado, me resulta difícil creer que se trate de la misma mujer que casi me empujó a dispararle a Carlos, que me animó a hacerlo, incitándome, susurrándome "que no era nadie importante". Como si una vida, la vida de un amigo, de un conocido, de cualquiera, no fuera importante.
Esta tarde, ha salido para visitar a Joan, que descansa y se recupera en una casa al otro lado del pueblo. Y yo, pensando en la cena, he decidido descansar un rato, tumbarme en cama y quizás echar una siesta para recuperarme del entrenamiento de la mañana. Lo bueno que tiene, que siempre ha tenido para mi, un entrenamiento, es que despeja la mente, y aclara las ideas. Cuando terminas, en los minutos siguientes, te sientes el dueño del mundo, te crees capaz de conseguirlo todo, de resolverlo todo. Y, a medida que pasan los minutos, recuerdas que te estás engañando, que es mentira, y que realmente lo único que has hecho, que has conseguido, son nuevas fuerzas para, un día más, enfrentarte a ese mundo y salir un poquito más victorioso que el día anterior.
No puedo decir nada de lo que pienso en esa cena. Tengo que mostrarme prudente, amigable, sereno, seguir fingiendo, y ver hacia donde me lleva todo ésto. ¿Porqué tengo un entrenador?. ¿En qué medida o manera está este entrenamiento relacionado con los futuros planes de La Cruz?. De momento, son preguntas sin respuesta. Tengo que encontrar esas respuestas de una u otra manera. Y no lo voy a hacer desenmascarándome y mostrando mis verdaderos sentimientos hacia Joan o la propia Nadia. Quisiera hacerlo, cada minuto que pasa un poco más....pero no puedo.
El teléfono móvil sigue sin cobertura. Ni una raya. Lo que daría por poder llamar, por enviar un mensaje. Lo que fuera.
Finalmente, he caido dormido, y sueños, visiones intranquilas, me han acompañado durante la hora de descanso. Rostros apenas visibles, sensación de frío...Susurros...
Cuando me he despertado, Nadia estaba sentado en la cama, a mi lado. Me miraba fijamente, con seriedad, y durante un segundo, he sentido algo parecido a miedo al verla allí. Durante ese breve instante, no me miraba con esa expresión de cariño, de amor, a la que me ha acostumbrado cuando estamos a solas.
Así es como he empezado a sospechar.
Si yo puedo fingir, ella también. Y Joan.
Ese rápido y fugaz pensamiento abrió de repente demasiadas puertas, demasiadas posibilidades en mi mente.
Entonces Nadia sonrió, el momento fugaz desapareció, y volví a sentir que me quería, que me necesitaba y confiaba en mi.
Pero la semilla de que tal vez esa no fuera la realidad permaneció en mi.