julio 11, 2005

Día Veintinueve


Y, de repente, el silencio.
BMW me indicó que no me moviese. Después, con un gesto rápido, ordenó a los dos hombres que nos acompañaban que echasen un vistazo al exterior. En la habitación contigua, donde estaban interrogando a Joan, todo se había detenido. Los hombres que le acompañaban permanecían en silencio, mirándose, esperando. Joan no se movía.
Nuestros dos acompañantes salieron de la habitación. Cerraron la puerta a su paso. Pude escuchar claramente sus pasos cruzando el pasillo. Y oirles comenzar a bajar las escaleras. Sus pasos se detuvieron. Silencio. Alguien gritó "NO" y se escucharon varios disparos. Y, nuevamente, el silencio.
BMW maldijo mientras me miraba. Hundió su mano derecha en la chaqueta y extrajo una pistola. Por primera vez desde que le conocía, pude ver en su rostro un atisbo de duda ante el siguiente paso a dar. Echó mano de su teléfono móvil y pulsó una tecla. Se identificó y justo cuando estaba a punto de comenzar a hablar, la puerta de nuestra habitación se abrió. Dos figuras con mono negro y casco de motorista entraron. BMW levantó su arma y fué lo último que hizo. Un solo disparo le alcanzó en la cabeza y cayó al suelo. Ahora, recordánlo, casi podría asegurar que su mirada, mientras caía al suelo, se volvió hacia mí. Quizás fueran imaginaciones mías. Dí un paso atrás, aterrado, pero en cierto modo sabía que no me ocurriría nada...de momento.
La puerta de la habitación contigua se abrió también. Los dos interrogadores cayeron abatidos, y una vez más pude contemplarlo todo a través del cristal-espejo. La gente moría a mi alrededor. Y yo no sabía qué hacer, ni alcanzaba a articular palabra. Los hombres que permanecían en mi habitaicón me miraban, hasta que uno de ellos, el que había disparado sobre BMW se quitó el casco.
Nadia.
Supongo que mi mirada era el terror absoluto. Pero ella me sonreía. Estaba feliz. Acababa de matar a un hombre de un solo disparo, un disparo perfecto que había entrado por su frente, justo entre los ojos, y allí la tenía, sonriendo, caminando, casi corriendo hacia mí. Me abrazó con fuerza, me sonrió, y me besó sin que yo pudiera hacer otra cosa que intentar responder, aunque no creo que fuera capaz de fingir tanto.
"Vámonos de aqui. Pronto vendrán más", me dijo.
Abandonamos el caserón. Algunos hombres recogieron a Joan y se lo llevaron, inconsciente. Abajo, dos furgonetas negras nos esperaban. Y algunas motos. Subí con Nadia a una de aquellas furgonetas, y mientras nos poníamos en marcha, pude ver a lo lejos el sol poniéndose, cubriendo de penumbra la ciudad, lejana, y todo lo que podía recordar, mi vida anterior, todo, se oscurecía con ella. Sentí la mano de Nadia sobre la mía. Seguía sonriendo.
"Te lo dije. Estamos juntos. Ahora empieza lo mejor".
Sus palabras sonaron como el cristal que corta una vena, y me sentí sangrar mientras nos alejábamos más y más en la noche.