julio 12, 2005

Día Treinta


Muertos.
Me rodean. Cierro los ojos y los veo. Siento que aquello que siempre he intentado, quizás conseguido, controlar, se escapa entre mis manos. Y vuelvo a recordar cuando mi vida era un caos, cuando creía que vivir consistía en hacer que yo fuera lo más importante para mí, por encima de cualquier otra consideración.
Años oscuros, como la oscuridad que me rodea y, en ella, como fogonazos, como relámpagos en la noche, están ellos. Los muertos.
Puedo sentir su presencia a mi lado. Nadia me acompaña. La furgoneta nos lleva, dios sabe dónde, dios sabe a través de qué, hacia alguna parte, hacia nuestro destino, sea éste el que sea. Todo escapa a mi control. Todo.
Si al menos pudiera calzarme mis zapatillas y correr un rato.
Parece imposible. Y puede que lo sea. Pero es lo único que podría calmarme y hacerme reflexionar con claridad. Es lo que hizo que mi vida dejara de ser un caos. Correr. Me tomó en sus brazos y me llevó por un mar de tranquilidad donde antes sólo había dolor, rabia, miedo.
Dolor, rabia, miedo.
Los siento renacer en mi interior. Puedo ver el cadaver de BMW, en el suelo, con un circulo negruzco en la frente, y un hilo de sangre que escapa de él. Puedo ver a los otros hombres, sus cuerpos inertes, sus pechos que no se mueven arriba y abajo, como deberían. Y sus rostros blanquecinos, sin vida, sus miradas perdidas en alguna parte, en algún lugar que no es de este mundo.
Sus ojos abiertos y muertos.
Nadia toma mi mano. Abro los ojos. Ella me sonríe con melancolía. Me gustaría preguntarle porqué. El porqué de todo ésto. Pero ella parece estar convencida, luchar por un ideal. Por un mundo diferente. Y, consecuentemente, ha hecho lo que tenía que hacer. Rescatar al hombre al que idolatra, el que encarna ese ideal. Y, por un extraño quiebro de esta condenada historia, del destino quizás, su gesto me indica que está absolutamente convencida de que el hombre que tiene a su lado, el tipo del que se ha enamorado, yo, formo parte de su vida, de su mundo, y soy un adepto convencido al que parece ser su objetivo en esta vida.
El objetivo de La Cruz.
Tengo que averiguarlo. Quizás a través de ese maldito ordenador portátil, quizás a través de la propia Nadia, o de Joan, pero tengo la sensación de que el tiempo corre en mi contra.
Y, además, ahora siento algo nuevo.
Se lo debo a BMW. Y a esos hombres que ya no están. Y, probablemente, a aquellos que, sin saberlo, día a día, en mi trabajo, en mi vida, a mi alrededor, me ayudaron a salir de aquel caos, de EL CAOS que era mi vida anterior.
La gente.
Muestro una sonrisa que intento parezca verdadera y Nadia aprieta mi mano con fuerza. Me gustaría sentir algo más que pena y piedad por ella, pero no es posible. Ya no.
Aún así, quizás haya una oportunidad.
Llevo en el bolsillo de mis vaqueros el teléfono móvil de BMW.
Fué algo rápido. Casi lo hice sin pensar. Nadia miró un momento hacia el pasillo. Y yo hacia el cadaver de BMW. Estábamos los tres solos en la habitación. Sólo hicieron falta dos segundos. El teléfono estaba en el suelo, al lado de su cadaver. Acababa de usarlo.
Me agaché, lo tomé y me lo guardé rápidamente.
Parpadeo. Miro a Nadia. Ella parece esperar algo. Creo que me acaba de preguntar alguna cosa.
"¿Estás bien?.¿Te llegaron a torturar?"·
Niego con la cabeza. Ella parece suspirar aliviada.
Miro por la ventanilla. Ya no se ve la ciudad, solamente la noche que nos rodea. Ni casas, ni coches, solo la carretera que nos lleva.
Si al menos supiera a dónde...