julio 04, 2005

Día Veintisiete


Decir que Carlos me miró como si yo fuese el demonio es decir poco. Supongo que el hecho de que alguien a quien has llegado a considerar tu amigo, tu compañero, tu "socio", estuviese a punto de disparar sobre tí mientras el dolor que sientes en tu mano alcanza niveles insoportables y tu mente te dice a cada segundo que ésto se acabó, y que la hora ha llegado, no ayuda mucho a sentir que esos lazos de amistad son reales y sinceros.
Permanecimos en silencio durante casi cinco minutos, mirándonos de reojo, incómodos. Él, sentado en la cama del Hospital, con la mano vendada y el rostro paliduzco, ojeroso, destrozado. Cuando finalmente me decidí a hablar, quise hacerle comprender que no habría disparado bajo ningún concepto, que soy incapaz de matar a nadie, y menos aún a alguien a quien tengo por buen amigo. Carlos asintió, como si todo eso ya lo supiese, pero el terror no desaparecía de su mirada. El entusiasmo que había visto en él días antes, como si estuviese viviendo uno de sus videojuegos favoritos, como si pudiesemos arreglar el mundo él y yo juntos, formando un equipo, como siempre ocurre en el cine... Todo se había ido.
"No te estoy culpando de nada. Los culpo a ellos. Y a todo ésto que nos ha ocurrido. Por eso no quiero tener nada que ver con todo este asunto".
Era comprensible. En aquel momento, le envidié. Por tener la oportunidad de dejarlo todo, de abandonar aquella mierda en la que nos habíamos metido. Me contó que Interior quería que colaborase con ellos, con sus expertos en informática. Quizás había visto o recordaba algo en el poco tiempo que había pasado dentro de "La Cruz", que les pudiera ser de ayuda. Carlos había accedido. Al fin y al cabo, había trabajado durante unas pocas horas con sus ordenadores, y con un equipo reducido que le habían asignado. Lo único que buscaba era protección y seguridad, y que todo acabase para él cuanto antes.
"¿Y tú, que vas a hacer?".
Era una buena pregunta. Me daba miedo pensar en la respuesta. Había accedido a seguir. Aún no sabía a qué precio, si es que tenía que pagar alguno. Pero, además de aquel asunto del ordenador de Nadia, de su llamada unas horas antes, y del hecho de que BMW estaba totalmente convencido de que algo "gordo" se estaba cociendo...
Tenía que volver a ver a Nadia.
Me despedí de Carlos con un abrazo, un poco frío quizás. Me prometió que estaríamos en contacto...cuando todo aquello terminara, pero que no era probable que volviese por SegCom. Después de lo ocurrido, no quería, al menos de momento, tener nada que ver con cualquier cosa que le recordase a aquellos cabrones. Y yo solo podía recordar los buenos momentos que habíamos pasado juntos, cómo me había conducido a través del laberinto que tan bien dominaba, de su mundo, hasta el laberinto en el que ahora me encontraba sumergido.
Cuando abandoné su habitación, cabizbajo, BMW me esperaba en el pasillo. Había cambiado la gabardina por un traje gris, pero su rostro seguía siendo el de alguien hundido por la preocupación y la responsabilidad. No quise ni pensar en todo lo que había dentro de aquella cabeza, ni en todo lo que aquellos ojos habían visto.
Me dijo que Joan ya no estaba en el Hospital, que lo habían trasladado a unas instalaciones de seguridad, y que necesitaba que le acompañase. Aunque su herida no era mortal, aún no había recuperado el conocimiento, pero era inminente que ocurriese, y si yo podía escuchar algo de su declaración, tal vez pudiese atar algún cabo y así saber donde podía estar Nadia, desaparecida totalmente en las últimas horas, o tal vez alguna de sus palabras nos diese una pista de qué es lo que La Cruz planeaba.
Le comenté a BMW la llamada de Nadia mientras cruzábamos la ciudad en coche. Él intentó quitarle peso al asunto, dándome un par de palmaditas en el hombro.
"Tranquilo, no hay posibilidad de que te toquen mientras nosotros estemos contigo".
No me sentí en absoluto tranquilo.