julio 19, 2005

Día Treinta y Tres


Correr.
Una vez más. Libre. Y, esta vez, entre las montañas, sintiendo el aire limpio entrar en los pulmones, casi quemando el camino en su pureza.
Nunca había tenido un entrenador hasta ahora. Drezner parece un buen tipo. No quiero olvidar donde estoy, ni lo que ocurre a mi alrededor, pero si quisiera hacerlo, con él sería fácil. Hoy, para conocernos, hemos corrido unos quince kilómetros codo con codo. Tranquilamente, sin forzarnos demasiado, a unos 5 minutos el kilómetro. Se trata de un hombre mayor, pero en absoluto de un "viejo". Ha corrido durante muchos años. Mientras lo hacíamos, hoy, hemos charlado amigablemente. No me ha querido decir nada sobre mi entrenamiento. Digamos que "ha pasado por encima de la cuestión" muy sútilmente. Lleva un año y medio viviendo en el pueblo, con su mujer, a la que ha prometido presentarme en cuanto haya ocasión. Según él, se encarga de mantener en buena forma a los que así lo desean, y de iniciar a los más pequeños en el deporte. Organizan algún partido entre chavales los fines de semana , alguna carrera y cosas de ese tipo. Al parecer hay cuatro maestros, profesores, que dan clases todos los días a los más niños. Todo parece estar muy bien planificado. El caso es que Drezner se ha puesto muy contento cuando Joan le ha dicho, unas semanas atrás, que era muy probable que yo pasara una temporada en el pueblo, y que así podríamos entrenar juntos. Y él se lo había tomado como un reto personal. Nadia le había comentado que estaba preparándome para mi primer maratón, y Drezner había sumado dos y dos. Se encargaría personalmente de mi entrenamiento.
Lo más curioso es que, aunque aquel hombre invitaba a la confianza, y había algo decente en su mirada y en sus palabras...seguía escondiéndose algo. Algo no encajaba. Algo no estaba bien.
"Esta noche cenaremos en casa de Joan", me dijo mientras caminábamos y bebíamos agua, de regreso al pueblo. "Allí podrás preguntar lo que quieras, sin ningún tipo de tapujos".
Seguía sin poder creérmelo.
La bebida que Drezner traía en las botellas, dos, una para él y otra para mí, tiene un extraño regusto. No, no es que me esté volviendo paranoico. Simplemente, sabe diferente. Dice que se trata de una bebida isotónica que él mismo se lleva preparando desde hace veinte años. Agua, limón, una pizquita de sal, otra pizca de bicarbonato...Y es cierto que sabe a todas esas cosas. Pero mi mente paraonica me dice que sabe a algo más. Quizás me esté pasando de cabezota.
El aire de este lugar es una maravilla. Esta noche, he dormido de un tirón. Sin pesadillas, sin malos sueños, simplemente cerré los ojos y sentí la mano de Nadia sobre la mía.
Hemos dormido juntos. Después de los últimos acontecimientos, pensaba que me sentiría más incómodo, más...Pero no ha sido así. Me ha abrazado y se ha dormido, antes incluso que yo. Y, a mi pesar, me he sentido cómodo allí, con ella.
Quizás porque hacía tanto tiempo que no me dormía en algo tan parecido a un hogar que....
No.
Este no es mi hogar.
Esta no es mi vida. Esta gente mata. Quizás no lo hagan esas familias con las que me he cruzado al despedirme de Drezner, quizás la mayoría en este pueblo sean buenas personas que han venido aquí a empezar una nueva vida...engañados, convencidos...
Pero Joan, Nadia, esos hombres que siempre les acompañan...
Ellos han asesinado a sangre fría delante de mis narices. Ellos me pidieron, como prueba, que disparase contra Carlos.
No puedo olvidar todo eso. No debo.
Y esta noche pienso recordárselo.