mayo 18, 2005

Día Veintitrés



Estaba terminando de comer un buen plato de pasta en la cafetería de SegCom, como siempre observando la ciudad a través del gran ventanal, cuando la vi entrar, con el teléfono móvil en la mano, charlando al mismo tiempo que me sonreía. No pude oir sus palabras, pero parecía alegre, contenta, y habría jurado que, fuera cual fuera el tema de su conversación telefónica, yo estaba incluido. Cuando Nadia se sentó a mi lado, mientras guardaba el teléfono en su pequeño bolso, acarició mi mano. Un gesto fugaz y rápido. Yo intentaba, mientras oía lejanas sus palabras sobre su ajetreada mañana , mantener mi pensamiento en calma. Pero sólo podía recordar que hasta hacía unos pocos días había sentido que me estaba enamorando de aquella mujer, y ahora veía en ella únicamente a alguien a quien le habían lavado el cerebro, quien sabe durante cuantos años, quizás poco a poco, convirtiéndola, probablemente como a muchos otros de La Cruz, en adepto absoluto.
"Cuando terminemos aquí esta tarde, tenemos que ir a un sitio", dijo, tras una pausa, y podía ver como le brillaban los ojos. Había visto aquel brillo antes, y por desgracia lo había confundido con otra cosa. "Joan nos espera. Te tenemos preparada una sorpresa".
Inmediatamente, supe que no podría ver a Carlos esa noche. Decidí enviarle un mensaje al móvil más tarde, posponiendo nuestra cita.
Y, segundos después, recordé las palabras de BMW. "Una prueba. Te harán una prueba".
Otra vez aquel vacío en el estómago.
Me despedí de Nadia, con una sonrisa forzada y una aún más forzada caricia en su mano. Todo aquello tenía algún sentido. No podía dejar de pensar en ello, intentando autoconvencerme. Y, a la vez, y esto no era algo nuevo, a medida que pasaba el tiempo, me sentía una impotente y solitaria pieza en un juego que desconocía, que no alcanzaba a comprender, que se me iba de las manos. Aceptando proposiciones, moviéndome como buenamente podía, pero sin conseguir efecto alguno.
Envié el mensaje al móvil de Carlos. Siempre tengo activado lo que se suele conocer como "aviso de recepción de mensajes". Te avisa cuando el mensaje enviado ha sido recibido por el otro móvil. No me llegó el aviso. La tarde fue pasando. Nada. Carlos tenía el móvil desconectado. Bueno, ya lo vería después. Lo peor que podía ocurrir es que se pasase una gran parte de la noche esperando mi llegada. Demasiado descuidado.
Terminó la jornada y Nadia me esperaba en el aparcamiento de SegCom. Mientras conducía por la ciudad, comenzó a hablar de Joan. De lo genial que era, de lo alegre que ella se había sentido cuando yo aceptara formar parte de La Cruz. Joan había tenido sus dudas, pero ella había insistido, y sabía que yo era la pieza que faltaba en su organización. Que estaba destinado a hacer grandes cosas. Y Joan, al que ella respetaba como a un padre, había terminado por convencerse de que así era.
"Esta noche será maravillosa. Ya lo verás".
Anochecía cuando llegamos a una nave-almacén muy cerca del puerto. Comencé a sentir un cosquilleo extraño mientras Nadia aparcaba el coche. Todo estaba demasiado oscuro a medida que caminábamos hacia la nave. No se veían más coches, no se veía nada que no fuera el cielo algo cubierto por espesas nubes, una media luna lejana sobre el mar, unos cuantos muelles con embarcaciones...y aquel almacén al que, poco a poco, nos íbamos acercando.
Fue entonces cuando Nadia se detuvo, y se interpuso entre la nave y yo.
"Quiero que sepas una cosa. Te quiero. Eres la segunda persona más importante en mi vida. O quizás la primera. No lo sé. A veces me siento como una niña cuando estoy a tu lado. Pero sé que, esta noche, dentro de un momento, cuando abramos esa puerta y entremos ahí adentro, me sentiré orgullosa de tí. Más que nunca."
Y me besó con una pasión que ya conocía, y a la que intenté responder con el mismo deseo inesperado.
Inesperado.
Yo no estaba preparado para lo que me esperaba allí adentro. Nunca habría podido imaginar de qué se trataba.
Ni en la peor de mis pesadillas.