agosto 10, 2005

Día Cuarenta y Tres


Por supuesto, en aquellos momentos, arropado por el amanecer limpio y claro, un amanecer que, esperaba, me llevase de vuelta a la civilización y fuese el principio del fin de todo aquello, yo no podía imaginar ni saber exactamente en dónde me encontraba. Recordaba aquella gasolinera en la que nos habíamos detenido a repostar, pero desde aquel instante hasta el momento en el que habíamos llegado al pueblo...
Era imposible precisarlo. Lo único que sabía era que tenía que correr, mantener el ritmo y seguir corriendo, hasta sentir que me había alejado lo suficiente de todo aquello. Sólo entonces podría comenzar a pensar en detenerme. Aún así, no quería arriesgarme a tener un accidente, lastimarme o algo peor, y la verdad, no se podía distinguir demasiado en el claroscuro del amanecer, así que preferí correr con tranquilidad, con firmeza y seguridad, pero manteniendo un ritmo suave, a arriesgarme a caer por un barranco o algo por el estilo.
De vez en cuando, me detenía un par de minutos y bebía agua. Miraba a mi alrededor, pero el paisaje, salvo por el hecho de que las montañas parecían moverse a mi alrededor, no cambiaba demasiado. La naturaleza que me rodeaba, caminos, árboles, los pájaros saludando al nuevo día, las hojas en los caminos...Todo era igual un minuto tras otro.
Cómo suele sucederme cuando estoy corriendo, mi mente trabaja, se siente mejor, y me trae recuerdos, me propone ideas, me da pistas. Sentía que había tenido suerte al no despertar a nadie y haber escapado en un breve espacio de tiempo, pero a estar alturas estaba seguro de que Nadia ya habría notado mi ausencia, avisando enseguida a Joan. Lo que no podía precisar era cuál sería su siguiente paso. Si me daban por perdido, tendrían que huir de allí. Había otros pueblos. Estaba seguro que aquel cúmulo de casas que me había acogido durante aquellos días era algo "legal". Sus permisos, incluso su subvención para mantener vivo un pueblo muerto y abandonado. De nada serviría buscar a Joan allí. Ni a Nadia. Al menos, esperaba que en su ordenador hubiese información suficiente sobre el resto de los pueblos repartidos por todo el pais, sobre sus planes, sobre ese "gran plan", y quizás sobre mi importancia o presencia en el mismo.
Lo que más me estaba lastimando de aquella carrera contínua era darme cuenta de que iba a echar de menos a Drezner. Había llegado a tenerle en gran estima. Era una buena persona, buena gente, él y su mujer habían sufrido lo indecible durante una gran parte de su vida, y se merecían seguir adelante y vivir en paz. Solo esperaba que mi decisión no les perjudicase a ninguno de los dos. Con un poco de suerte, seguirían siendo un matrimonio inocente que nunca sabría lo que se había "cocido" a su alrededor.
Y sus consejos. Había progresado con él lo indecible. En apenas dos semanas. Era increible. Y aquella bebida. No encontraba explicación. Y durante un instante, temí perder todo aquello que había conseguido. Recuperarlo me llevaría quizás dos o tres años.
Inconcebible.
Me detuve, y eché mano del agua de la mochila. Al hacerlo, recordé algo. El teléfono móvil de BMW. Miré a mi alrededor. Seguía en parte rodeado por montañas, pero me pareció haberme alejado lo suficiente del valle. Conecté el teléfono y aguardé unos instantes eternos, impaciente, deseoso, mientras bebía un poco más de agua.
Una barrita.
Dos.
Tres.
Cobertura.