agosto 03, 2005

Día Cuarenta


Diez años atrás. Y, aún así, si cerraba los ojos, envuelta en la penumbra, podía recordarla, perfectamente. Así es la memoria. A veces no puedo acordarme de lo que he de hacer en los próximos cinco minutos. O de una cita. O de mil cosas más que ahora no recuerdo. Pero ella, ella sigue ahí. Desde el día en el que, saliendo con un helado en la mano, habíamos tropezado, y mi helado se había derramado sobre su camisa. Sus ojos negros como la noche más oscura, su piel suave, su voz grave, su espalda, curva y fuerte...
Silvia.
Seis meses conociéndonos y el impulso repentino del matrimonio. ¿Incomprensible?. Quizás. Pero así había sido. Durante dos años, vivimos en un modesto, muy muy modesto apartamento. Ella terminaba de estudiar biología. Yo trabajaba. Pero era lo mejor que podía, que puedo recordar. Su cuerpo cálido aguardando todas las noches, sus besos al amanecer, su voz susurrando en mi oido...
Y, una mañana, eso sí que puedo recordarlo perfectamente, todo cambió. Uno de esos días para los que uno no nace. Visto en el momento, me pasó desapercibido. En la distancia, fué el principio del final. Comenzaron sus ausencias. No físicas. Simplemente, no estaba allí. Y las quejas, sobre su carrera, sobre el mundo, sobre la vida, sobre nosotros. El desencanto. Yo veía avanzar la muerte hacia nosotros, y no encontraba, no sabía, no había manera de huir.
Una mañana se fué. Así. Sin más. Tomó su ropa, sus cosas, muy pocas y, en sueños, creo recordar un beso fugaz en la mejilla. Pero yo dormía. Probablemente se trate de mi imaginación. Quién lo sabe. Aún así, sigue siendo mi último recuerdo de ella. Sus labios cálidos, su piel, su olor...y nada más.
Para mí, en aquel preciso instante, fue el principio...del caos. De repente, todo había girado. El mundo vuelto del revés y, con él, la vida que conocía, a la que había podido aspirar. La muerte del sueño. Y el principio del dolor, del miedo, del pánico. Fueron, quizás, no, sin quizás, fueron los peores años. Los años del caos absoluto. Hasta que, lentamente, tras la muerte de mi madre, el regreso de mi padre, el cambio de trabajo, mi entrada en SegCom, el regreso a la práctica del atletismo....
Oh, no.
Todos estos pensamientos, recuerdos, recapitulaciones, pasaron por mi mente en décimas de segundo mientras veía a Silvia, allí, frente a mí, sonriendome, como si ayer mismo hubiese abandonado mi vida. Y, a su lado, Nadia, también asomando su tímida sonrisa. Ambas eran conscientes de mis recuerdos, y ambas, lo supe al instante, eran conscientes del proceso. De que la "huida" de Silvia había supuesto el comienzo del Caos, y que una serie de circunstancias armónicamente conjuntadas habían supuesto el fin de aquel caos.
Y Silvia lo había disparado todo.
Y Silvia estaba allí.
"Demos un paseo", dijo ella, y Nadia asintió, dejándonos a solas.
Un paseo.
Todo estaba preparado. Planeado. Desde el principio. Desde siempre. Por Joan, o por mi propio padre. Todo. Lentamente, muy lentamente, con mucha paciencia, con el paso de los años, todo , absolutamente todo, incluso quizás cosas que yo no podía imaginar, cosas que ni podía recordar, de mi infancia, de mis años de adolescencia....
Todo dirigido hacia....
Durante un instante, me sentí desfallecer. Apoyé mi mano derecha sobre el fregadero de la cocina, un segundo nada más, intentando recuperar la compostura.
"Eres muy importante. Aún no sabes cuanto", dijo Silvia, repitiendo las mismas palabras que pronunciara Joan.
Algo me decía que estaba a punto de descubrirlo.