agosto 01, 2005

Día Treinta y Ocho


Esta tarde, después del entrenamiento, Joan y yo hemos dado un paseo. No demasiado largo. Joan aún necesita el bastón para caminar, y tiene que hacerlo despacio. Pero ya ha recuperado el tono rojizo y vivo en el rostro, y se permite sonreir, incluso hacer bromas. Al principio, como era de esperar, me ha preguntado por mis progresos en los entrenamientos. Y, quizás debido a mi ego, no he podido mentirle. Avanzo, y mucho, cada día. Cada vez más y más. Segundo a segundo. Ésto le ha alegrado aún más, así que no he perdido el tiempo. Necesito saber porqué este entrenamiento es tan importante para mí, o para La Cruz. Y necesito saber porqué está ocurriendo todo ésto.
"Mira a tu alrededor", me ha contestado. "La mejor respuesta que puedo darte es lo que ves. Éste es nuestro proyecto. Un proyecto de futuro. Quizás no hayamos llegado hasta aquí de la mejor manera posible. Tampoco el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos. Y nos hemos aprovechado de él. Nuestra presencia en todas esas compañías, por todo el pais, nos ha servido para encontrar el material humano que necesitábamos. Ya lo has visto. No pretendemos más de lo que ves y sientes. Un mundo mejor en el que vivir".
Conozco la retórica de Joan. Sé cuando sus palabras invitan a leer entre lineas. Cuando dice un mundo mejor, siempre quiere decir "el mundo que yo he decidido que es el mejor". O, al menos, eso es lo que siempre ha querido decir. Supongo que mis gestos, mi propio rostro, me traicionan, pues Joan me ha mirado, sonriendo, pero negando a su vez con la cabeza.
"No confías. Lo entiendo. Te hemos puesto a prueba. Yo mismo no confiaba en que pudieras ser uno de los nuestros. Pero pasaste la prueba. Y creo que la volverías a pasar si así te lo pidiéramos. No me mires así. Sé que lo de Carlos te dolió. Pero vi en tus ojos que te sobreponías a aquel dolor. Tu pistola nunca llegó a dispararse, no lo olvides. Y él sí que no estaba preparado. No confiaba. Aunque quizás tú no confíes aún, sabes que ésto está bien, que es lo mejor que se puede hacer por este mundo que cada vez se hunde más y más en el caos. Ese caos del que tu conseguiste huir gracias al deporte. Se podría decir que, literalmente, huiste corriendo de aquella vida, verdad?".
¿Cómo puede Joan saber tánto sobre mí, sobre mi vida pasada?. Enseguida, he pensado en mi padre. En su presencia dentro de La Cruz. Esa podría ser la explicación, pero mi padre literalmente se desentendió de mi, de mi madre, de nuestra vida durante todos aquellos años.
"No. Nunca dejó de seguir tu camino. De cerca. Pero tú no podías saberlo. Por eso regresó a tí en sus últimos años. Porque, incluso más que en su propia obra, en aquello en lo que había confiado durante la mayor parte de su vida, confiaba en ti".
Mi padre me había avisado contra esta gente. Contra La Cruz. Pero eso era algo que, ahora, no me podía permitir exteriorizar.
"Confía. Cuando llegue el momento, todo será revelado. Pero, para ello, tienes que estar preparado. Y aún no lo estás. No te queda mucho, o al menos eso es lo que Drezner dice, pero aún no ha llegado el momento. Te prometo que llegará, que será pronto, y que será maravilloso. "
Ha apoyado su mano sobre mi hombro, dándole pequeños golpecitos.
"Y descubrirás tu verdadero papel en éste maravilloso cuadro que estamos pintando. Tienes mi palabra".
Durante unos instantes, la luz del atardecer cruzó los árboles que rodeaban a Joan y, desde su espalda, sentí cómo si estuviera acompañado de una figura fantasmal, encorvado ligeramente, apoyado en su bastón, mientras la quietud del bosque nos rodeaba. Ni un sonido, ni un pájaro, ni tan siquiera el murmullo del viento.
Nada.
Tengo que entrar en esa habitación y conseguir ese ordenador, o sus archivos. Tengo que encontrar la manera de salir de aquí. Huir. No sé cómo, pero huir.
Cuanto antes.