noviembre 10, 2005

Día Cincuenta y Cuatro


Ha sido agradable, diferente, especial, despertarse al lado de Nadia "de otra manera". De alguna manera, de esa manera que resulta tan difícil describir, siento como si las miradas de reojo, los silencios inoportunos, todo lo que había hecho hasta ahora de esta "relación" algo en lo que no creer...hubiese desaparecido.
En cualquier caso, tampoco he tenido tiempo para pensar demasiado en ello. Solamente de sentir sus besos mientras desayunábamos, esa mirada que recordaba en ella los primeros días, esa "luz" en los ojos...todo parece haber vuelto.
Y después, a entrenar.
Drezner me aguardaba en la puerta, frotándose las manos ante el frío de la mañana. Realmente, cada día hace más y más frío. El aliento se nos helaba mientras caminábamos en dirección a los bosques que rodean al pueblo. Nos cruzamos con algunas familias que nos saludaban mientras el alba daba paso a la limpia claridad del nuevo día. En realidad, casi todos me saludaban a mi. Me pregunto hasta que punto, o qué es exactamente lo que ellos conocen de toda esta historia. Puede que nada. Pero saben que soy alguien especial. Drezner me había contado el día anterior como un coche de la patrulla de montaña había pasado por allí mientras yo era retenido en La Ciudad, apenas un par de días antes. Por supuesto, él no había visto apenas nada. Ni tan siquiera había salido de casa, pero Ángela, su mujer, le había contado como los de la patrulla de montaña habían preguntado varias veces si algún extraño había pasado por el pueblo en aquellos días. Y todos había negado con la cabeza y, por supuesto, de palabra. No era que Joan se lo hubiese ordenado. No. Realmente era algo en lo que creían. Sabía que alguien especial estaba entre ellos. Yo no me sentía así, especial, pero para ellos, en cierto modo, lo era, y eso establecía la diferencia.
Drezner me tendió una botella mientras comenzábamos a subir por la ladera del monte. Con el bien conocido líquido. Bebí un poco nada más, pero mi cerebro, mis reservas de hidratos, mis músculos, todo mi cuerpo lo recordaban a la perfección. Era como si la vida volviese a todo mi ser. Era como la droga que se echa de menos. Como el vino que no calma la sed sino que embriaga de placer.
"No bebas demasiado", me recordó."Solamente lo necesario para empezar".
Y así empezamos a trotar lentamente al principio. O quizás no tan lentamente. En apenas cuatro o cinco minutos, comencé a correr, después de uno de los calentamientos más breves que podía recordar. Era como si todos y cada uno de los músculos estuviesen en su punto, preparados, vivos, y la euforia me llenaba a cada nuevo paso. Subía colinas, corría, saltaba, y Drezner se mantenía relativamente cerca, o se detenía y buscaba los tiempos cronometrados en su muñeca, sonreía y volvía a correr.
Poco más de una hora después, yo me sentía aún capaz de seguir corriendo durante el resto del día, pero Drezner se negó. No era cuestión de forzar la máquina. Las próximas seis semanas iban a ser cruciales, o al menos eso decía él. A mi, en aquellos momentos, no me importaba demasiado. Al detenerme y comenzar a trotar, finalizando el entrenamiento, parecía volver a la realidad, y volvía a pensar en todo este lío del 32 de Diciembre y el Libro y la Batalla y todo lo demás.Pero, mientras corría, nada de eso me importaba, salvo seguir corriendo, sentir el aire llenando mis pulmones, sentir mis piernas fuertes, firmes, y todo mi ser decidido a ir un poco más allá.
"Así es como debe ser", dijo Drezner mientras me daba de nuevo a beber del maravilloso líquido. "No es la meta lo que tiene que contar, sino los pasos. El viaje es lo que importa. Y tú has emprendido uno del que no hay vuelta atrás".
Me mostró el cronómetro. Nunca me dejaba llevar el mío. No quería que pensase en mis tiempos. Prefería mostrármelos él al final. Y, esta vez, la media era realmente sorprendente. Tres minutos y medio por km. Ni en mis mejores sueños...
Parecía imposible de creer, pero era una realidad.
"La bebida y mis consejos son importantes", me dijo al despedirnos frente a la puerta de casa. "Pero no te engañes. Todo, absolutamente todo, está dentro de tí. Eso es lo que realmente importa. Lo que tienes dentro".
Me despedí asintiendo con una sonrisa en los labios. Ya iba a entrar en casa cuando oí el ruido. En la paz de aquel lugar, el sonido de un coche, de los pocos que había en el pueblo, solo podía indicar que alguien volvía con provisiones o que salía a buscarlas. Pero el sonido de las ruedas sobre la tierra del camino era...diferente.
El coche venía cuesta abajo desde lo alto. Cada vez a más velocidad. Grité su nombre pero ya era demasiado tarde. No había conductor. Drezner estaba mirándome a apenas 100 metros de mi casa, de espaldas al coche, y supe que había visto el pánico en mis ojos, y que mi grito, el grito de su nombre, solo podía significar una cosa para él. Se volvió, pero no se apartó, y el coche le pasó por encima.
Cuando llegué hasta su lado, mientras sentía mis ojos llenarse de lágrimas y el corazón desbocado, puede oir el sonido del coche estrellándose contra un árbol, al final del camino. Pero nada de eso me importaba. Un hilo de sangre manaba de los labios de aquel hombre, y su mirada perdida en el vacío de la muerte me decía que nunca más volvería a escuchar ninguno de sus consejos, sentir sus palabras de cariño, su maravilloso acento, ni la alegría de vivir que manaba de todos y cada uno de sus gestos.
Lo siguiente que escuché fue el grito de Ángela al ver a su marido muerto.