agosto 22, 2005

Día Cuarenta y Siete


"No sé una mierda de esa fórmula".
¿Qué otra cosa podía decir? ¿O hacer?. Lo único que me permitiera ganar tiempo, o trasladarme de lugar, o lo que fuera que me ayudase a salir de allí.
Veo la búsqueda de la paciencia en el rostro del tipo al que he decidido llamar Barba. Se la acaricia. Piensa. Niega y hace una señal. La puerta de la estancia se abre y le dejan salir. Me quedo solo. Una vez más.
Solo.
Tengo que salir de aquí.
Pasa el tiempo. No sé cuanto. Una hora. Dos. No lo sé. Pero pasa. Lentamente. Me hacen dudar. Me están probando. Son unos cabrones de mucho cuidado. Pensaba que lo había visto todo cuando Joan me había "invitado" a dispararle al desgraciado de Carlos. Tenía que haberme dado cuenta de que éstos no eran mucho mejores, torturando a Joan para sacarle información.
Sobre la maldita fórmula.
Finalmente, el cansancio comienza a pasar factura. Tengo sed. Y sueño. No sé cuantas horas llevo despierto. No he comido. Solo un poco de fruta y agua cuando huía del pueblo. No me han dado nada. Y ésto está muy oscuro. A mi pesar, aunque intento luchar, mis ojos se cierran.
Duermo.
Y sueño. Sueño que vuelvo a SegCom. Que vienen clientes nuevos. Que les echo un cabo, una mano, les ayudo a buscar y encontrar algo nuevo en sus vidas. Entonces me doy cuenta de que esos dos clientes nuevos, esa pareja, son Nadia y el tipo de la Barba. Ambos me sonríen como si la mueca estuviera mal dibujada en sus rostros de pesadilla.
Despierto cuando noto la luz. Han abierto la puerta. Dos hombres. Vestidos con mono negro y armados. Me invitan a levantarme. Apenas puedo percibir algo más que sus sombras, pero obedezco. Ya qué más da. Que me lleven donde quieran. El pasillo, blanco, inmaculado. Un ascensor al final. Los dos hombres me acompañan, me custodian, me guardan.
Entramos en el ascensor. Descendemos. Más allá del vestíbulo. Seguimos bajando hasta el parking. Nos detenemos.
El parking, grande, pero apenas hay coches en él. La mayoría, coches oficiales, Mercedes y BMW, todos negros o gris oscuro o azul oscuro o cualquier color oscuro. Me invitan a salir y me señalan uno de los coches, un Mercedes. Mientras camino hacia él, la ventanilla se baja, y veo a Barba y al conductor. Barba parece despejado. Seguro que el cabrón se ha dado una buena ducha y ha cenado...o desayunado...
"Nos vamos de viaje, muchacho."
Quisiera preguntar a dónde, pero me doy cuenta de que ya lo sé. A alguna de esas casitas seguras y alejadas, o algún otro sitio similar, en donde puedan averiguar algo más, un poco más, aunque solamente sea un poquito más. Como intentaron hacer con Joan.
En otro momento, habría sentido miedo. Pavor incluso. Pero ni siquiera tengo fuerzas para eso. Es más, creo que no tardaré en volver a perder el conocimiento si no me dan algo de comer cuanto antes.
Débil, tan débil como no puedo recordar que estuviera nunca, apenas me doy cuenta del sonido familiar. Los neumáticos de un coche en el garaje. Ese sonido tan carácterístico. Lo conozco. Levanto la mirada. Un BMW negro se dirige hacia nosotros. Entorno la mirada, intentando distinguir algo, y oigo los disparos. Repentinamente, me siento libre, mientras veo de reojo como los dos cuerpos que me acompañaban caen al suelo. Es entonces cuando me siento caer también. Desde esta nueva posición, con mi mejilla sintiendo el frío suelo, puedo apenas ver a Barba, entrando en el ascensor. Huyendo, con la mirada aterrada. No creo que hoy le den ninguna medalla.
Cierro los ojos, mientras extraños sonidos me acompañan.
No sé cuanto tiempo transcurre, pero algo, un sabor que conozco, me despierta. Siento frío, fresco. Sí, ese aire fresco.
La bebida. El líquido delicioso de Drezner, frío, helado, en mi boca. Abro los ojos. Lo primero que veo es su rostro. Drezner, mirándome, sonriendo. Y, sobre él, de pie, Nadia y Joan, mirándome, sonrientes también.
Estoy en casa.