noviembre 03, 2005

Día Cincuenta y Uno

Joan pasaba las páginas del libro, una a una, con suma lentitud y delicadeza. Hasta nosotros llegaba el envolvente aroma del café recién hecho. Me sentía a la vez en paz e intranquilo. Las páginas de aquel libro, del que Joan llamaba Libro de la Revelación, pues así era como lo habían denominado aquellos que habían bautizado a todas aquellas gentes como La Cruz, aquellas páginas no me decían demasiado. No entendía aquellos signos, ni aquel idioma, ni mucho menos los grabados que en él se podían ver. No eran jeroglíficos, no era cirílico, el idioma me resultaba extraño, indefinible, como una de esas escrituras que uno se encuentra en Star Trek o algo por el estilo. Como el klingon. Indescifrable.
Los grabados, aunque extraños, ya eran otra cosa. Se podían entrever en aquellos dibujos, una extraña mezcla de garabatos aniñados y trazo irregular, figuras humanas, caminos, un sol amaneciendo sobre lo que parecía ser el mar…Pero constantemente, durante las dos centenas de páginas que Joan me iba mostrando, una figura se repetía en casi todos aquellos grabados.
Un hombre corriendo.
Los dibujos o grabados parecían ser recopilaciones. Se notaba que no habían sido hechos por la misma mano. Y esto ocurría también con la escritura. Era como si una docena de personas hubiesen confeccionado aquel libro de gruesa encuadernación, cosido con hilos amarillentos pero resistentes, de hojas casi a punto de romperse, que olía vagamente a viejo. A muy viejo.
Y, mientras ojeábamos aquel recuerdo del pasado, Joan hablaba y sus palabras se convirtieron lentamente en retrato.
“De la misma manera que los evangelios se convirtieron en la piedra angular de la religión cristiana, La Cruz tomó como suyas las enseñanzas del Libro de las Revelaciones. Aunque ya no queda nadie que pueda asegurar o recordar como ocurrió todo, la Historia ha ido pasando de fiel a fiel durante todos estos siglos. El primero de nosotros que encontró el Libro, lo recibió con unas instrucciones muy precisas. En este Libro se encontraba el Camino para llegar a la salvación de toda la Humanidad, el Camino a seguir. Por este Libro los hombres matarían y morirían, y durante siglos se perpetuaría La Batalla, aquella que iría dirimiendo con el paso del tiempo el Buen o Mal Camino de la Humanidad. De esta manera, el Equilibro se ha ido manteniendo durante todo este tiempo, hasta la llegada de la que será la Batalla Definitiva. Pero no hay que llamarse a engaño. La Batalla no será sangrienta ni cruenta. Para eso ya llega la Historia de la Humanidad en sí misma. La Batalla no será más que una carrera contra el Tiempo y el Espacio. Las dos partes en lucha constante, buscando siempre el Equilibro, se enfrentarán en esa Carrera contra el Tiempo y el Espacio, y de ella saldrá un vencedor, y ese Vencedor recibirá el más preciado regalo que ningún ser humano sobre la Tierra haya recibido antes. Él y los Suyos”.
Nadia llegó en aquel momento con el café, pero apenas le presté atención. Acaba de ver en los ojos de Joan, durante unos instantes, la Verdad, aquello que ocultaba bajo la sombra de una falsa religión, aquello que había usado, él y los que le habían precedido, durante siglos, con un solo objetivo. Lo acababa de ver, un brillo en sus ojos, un gesto apenas perceptible que le delataba.
“Él y los Suyos”.
Fuera cual fuera el gran premio, si es que de verdad todo aquello no era solamente una patraña que había sobrevivido de padres a hijos y de fieles a fieles durante siglos, manteniendo viva una Secta en el más puro sentido del término…Fuera cual fuera el premio, a Joan solamente le importaba una cosa.
Lo que ese premio significaba. Guiar a la Humanidad. Control Absoluto. Joan era exactamente el mismo tipo que yo había conocido meses atrás en aquel Restaurante, cuando Nadia me lo había presentado. De alguna manera, él y el consorcio que representaba, todos aquellos tipos que formaban parte de docenas de Empresas por todo el país, que estaban representados en casi todos los estamentos de nuestra sociedad, todos ellos , con Joan a la cabeza, solamente buscaban una cosa.
Control y Poder.
Y, para eso, creyendo a pies juntillas, o temiendo que lo que la tradición de La Cruz mandaba se hiciera realidad, me habían creado. Lentamente, paso a paso. Durante años habían buscado la fórmula para crear a un Batallador. Y en su camino , o en su búsqueda, se había cruzado Drezner y su bebida, y la combinación de ambas cosas había dado como resultado la posibilidad de ganar aquella Batalla que, según palabras ancestrales, sería una Carrera. Y, por lo que estaba viendo, ellos no eran los únicos que creían en todo aquello. Alguien, una facción con poder dentro del propio Gobierno, probablemente, creía en lo mismo y se estaba preparando para…
Joder, para el maldito 32 de Diciembre.
Porque si ese 32 de Diciembre existía, eso quería decir que había existido siempre.
Siempre.
Me incorporé bruscamente y di un paso atrás.
“Tengo que salir de aquí. Necesito caminar”.
Pero no era caminar lo que necesitaba. Era el latir del corazón con fuerza en mi pecho. El viento en mi cara, las piernas moviéndose con fuerza.
Necesitaba Correr.