noviembre 01, 2005

Día Cincuenta



Por desgracia, he oído demasiadas gilipolleces en mi vida como para dar crédito a lo que pueda decir un tipo que, meses atrás, me ordenó disparar sobre alguien en quien confiaba en aquellos momentos, un tipo con una sospechosa tendencia al dominio y al control absoluto sobre todos aquellos que le rodean.
En cualquier caso, y creo que ya lo dije en su momento, lo que me impulsa a seguir adelante no es otra cosa que el averiguar qué es lo que realmente está ocurriendo aquí, el porqué de la increíble manipulación que esta gente ha hecho de mi vida, con mi vida durante todos estos años.
El 32 de Diciembre.
La afirmación no tenía ningún sentido. ¿Qué coño pretendía hacerme creer Joan?. ¿Qué, en un día que no existía, se celebraría una carrera que decidiría el destino de la humanidad, ya no durante el siguiente año, sino durante el resto de su existencia? ¿Qué clase de persona podía creer en algo así?. O, peor aún , ¿Qué clase de persona podía llegar a matar, a huir, a buscar adeptos, cambiar el curso de las vidas de otras personas, y dedicar, en fin, su propia vida, a un propósito semejante?.
Bueno, la respuesta era evidente. Joan lo creía, y Nadia también. Y lo que me separaba de ellos, el abismo que me alejaba de su destino en este mundo, se hacía cada vez mayor.
“Tranquilo, tú solamente tienes que observar”.
La frase de Joan me llenó de intranquilidad y desasosiego. Hasta ahora, poco más había hecho, sino mirar, observar, dejarme llevar con más o menos fortuna. Joan hizo un gesto a Nadia y ella, casi excusándose ante mí, abandonó la estancia. Me quedé en silencio con el que era la máxima representación de la Hermandad de La Cruz, que me observaba, me estudiaba, como seguramente había hecho durante una gran parte de su vida.
“Eres especial, casi susurraba, mientras entornaba la mirada. De otra pasta. Una pasta que tuvimos que modelar lentamente. Ya lo sé, quizás no sea la mejor manera de hacer las cosas. Pero era lo que teníamos que hacer. Tu padre lo sabía. Parte de esa composición consistía, es más, debería decir que se inició el día en que tu padre tuvo que abandonaros. En ese instante, la chispa, la semilla de lo que eres ahora, brotó. Era algo que tenía que hacer, y lo hizo, porque confiaba ciegamente en un propósito mayor. El Bien de la Humanidad, por encima de todo. Como yo mismo, como Nadia, como todos nosotros.”
Lo que Joan no podía saber era que, en su lecho de muerte, mi padre me había avisado, me había advertido sobre lo que La Cruz representaba. Me había impulsado a huir de ellos. Si había sido así, la única explicación era el miedo, el terror que…
“Incluso su último sacrificio”. Las palabras de Joan interrumpieron mis pensamientos. “Sus últimas palabras de miedo fingido y desalientos, rogándote que te alejaras de nosotros, que huyeras, que escaparas de La Cruz y de Nadia. Todo para que vinieras a nosotros”.
Si en aquel momento me hubieran dado una buena bofetada, no creo que la hubiese sentido.
“¿Porqué habría mi padre de fingir que tenía que huir de vosotros?”
“¿Habrías venido a nosotros, habrías llegado hasta aquí si él no te hubiera avisado de lo peligrosos que éramos?”.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Tenía razón. Lo más horrible de todo es que tenía razón, y ellos lo sabían porque había moldeado mi personalidad, mi visión del mundo hasta ese punto. Mi deseo constante de aventuras, mi búsqueda de una explicación, de un objetivo...Todo formaba parte de aquello que ellos habían creado...De mi.
La puerta de la estancia se abrió y Nadia entró entonces con una urna de cristal, o al menos de algún material transparente, y en su interior, un libro. Viejo. Es lo único que puedo decir de él. Un libro que, al menos aparentemente, era MUY Viejo.
Nadia abrió la urna con extrema lentitud. Fue entonces cuando percibí que llevaba unos guantes y una pinza muy delicada. La urna era lo suficientemente grande como para poder abrir el libro completamente. Así lo hizo, y con la pinza comenzó a pasar las amarillentas y gastadas páginas. Estaba escrito a mano, y había multitud de grabados, pero yo no podía entender ni aquellos dibujos, aquellos signos o aquel idioma…Hasta que Nadia se detuvo, sonrió y volvió el libro hacia mi.
Y allí pude ver un grabado.
Un dibujo.
Un retrato.
Era yo. YO. O alguien que se me parecía tanto como si fuera un espejo. Mi Rostro, mis ojos, mi mirada perdida en el infinito, pero manando de aquella página...No cabía la menor duda.
Sentí la mano de Joan sobre mi hombro.
“Nadia, haz un poco de café. Examinaremos el Libro con calma. Yo te iré guiando a través de sus páginas, amigo mío”.
“Esto tiene que ser una broma”, alcancé a susurrar, no sin cierta dificultad.
Nadia me mirada, frente a mí, con los ojos iluminados de alegría.
“Si realmente fuera una broma, el 32 de Diciembre no podría existir…verdad?.
Tenía razón…
Pero ¿y si realmente existía?…¿Si había estado allí…siempre?