noviembre 17, 2005

Día Cincuenta y Siete



Mataría por un poco de "la bebida".
Bueno, quizás no mataría, pero no me importaría hacerle daño a alguien si pudiera conseguir algo del líquido que...
Vale, no le haría daño a nadie, pero Dios, como la echo de menos.
Entrenar está bien, y consigo mantener la forma. Eso sí, entrenando más y más duro, aprovechando el descanso entre entreno y entreno todo lo que puedo, relajándome....Pero aún así, vuelve a mi recuerdo, a mi cabeza, a cada momento. Siento su sabor en el paladar, recuerdo su frescura descendiendo y entrando en mi cuerpo...
Joan dice que no hay nada que hacer. Nunca se había atrevido a pedirle a Drezner la "receta", la fórmula usada para conseguir el bendito líquido. Nunca. Y Ángela no tenía ni idea. Todo lo que pudimos encontrar en la casa de los Drezner fueron dos botellas, las que había preparado para los días siguientes.
Y no quiero tocarlas. Sé que necesitaré beber ese líquido en algún momento. Y sé que ese momento no ha llegado aún.
Esta mañana he vuelto a ver al gato. Ese gato. Lo más curioso de todo es que tengo la sensación de haberlo visto otra vez. Mejor dicho, otras veces. En alguna parte. Nadia dice que probablemente por el pueblo. La gente tiene perros y gatos, no demasiados, pero los tiene.
No.
Lo recuerdo de antes. De antes de este lugar.
Y él me conoce, de eso no cabe la menor duda. Estaba lamiéndose cuando he salido de casa, temprano, por la mañana, a entrenar, y enseguida me ha mirado fijamente. Siento como si me vigilara.
¿Me estaré volviendo paranoico?
Los entrenos prosperan. Reduzco los tiempos en segundos. Y esos segundos avanzan. Día tras día. Y Drezner está conmigo, todo el tiempo, en cada uno de esos segundos, incluso en cada décima de esos segundos. Realmente siento que le echo de menos a cada instante. Me cruzo con Ángela algunas veces, y de vez en cuando Nadia y yo le hacemos una visita. Paseamos con ella, o simplemente charlamos, y ella nos enseña fotografías tomadas en Buenos Aires hace años.
Tiene cientos. Cientos de fotografías. De cuando Drezner enseñaba en la Universidad, de manifestaciones a favor de los Derechos Humanos. Muchas de ellas, fotos realmente antiguas, que han perdido el color con el paso del tiempo, adquiriendo esa plástica carcomida, dándoles esa familiar sensación de antiguedad.
Es agradable ver fotografías de otros lugares y de otros tiempos.
Lo que ocurre es que a veces vemos pero no miramos.
Ha ocurrido esta tarde, mientras tomábamos el café en su casa. Angela nos mostraba un viejo album. Recuerdos de la Universidad y de otros tiempos. Más de treinta años atrás. Fotos del matrimonio manifestándose con miles de personas por las calles de Buenos Aires. Fotografías de los profesores con sus alumnos. Rostros de hombres y mujeres que ya no existen. Y más y más fotografías de Buenos Aires. Decenas.
Y mi padre con Drezner y Ángela tomando un café.
Me he quedado de piedra. Casi he arrancado el album de fotos de sus manos.
Mi padre.
En esa época ya no vivía con nosotros. Treinta años atrás. Por aquel entonces, ya nos había abandonado, y según lo que Joan me había contado, habían sido sus años más intentos en su relación con La Cruz.
Mi padre había mantenido amistad con los Drezner en Buenos Aires. Ángela me confirmó, asintiento, que aquel hombre era quien primero les había hablado sobre la existencia de La Cruz, sobre su "proyecto de humanización" por todo el planeta, de la idea de crear comunidades libres, como el pueblo en el que estábamos ahora...
"Pero este hombre no puede ser tu padre".
No entendí el porqué de aquella afirmación.
"Don Manuel, que así se llamaba, nos presentó al poco tiempo de conocernos a aquel en quien, según decía, había depositado toda su confianza para levantar el proyecto de La Cruz y hacerlo realidad después de siglos de lucha entre tinieblas. Y nos lo presentó como su hijo, claro".
¿Su hijo?.
"Joan, por supuesto", sentenció Ángela. "Joan es su hijo".