noviembre 22, 2005

Dia Cincuenta y Nueve



Piensa. Piensa.
¿Qué es lo que hace la diferencia? Me gustaría saberlo. Me gustaría poder decir, afirmar, que voy sobre seguro, que Nadia meterá la pata hasta el fondo, hablando con Joan sobre mi descubrimiento. Y Joan dará algún tipo de paso en falso. Me encantaría que las cosas fueran así, porque eso querría decir que Nadia me ha traicionado, que nada de lo que ocurre es, como ella solía decir, por mi bien. Que el complot, la trama, sigue, y que ella no es, como yo, una pieza más en el engranaje que Joan ha ido tejiendo, quizás con la ayuda de mi padre cuando aún vivía, durante todos estos años, con el propósito de....
Siempre me pierdo cuando llego hasta aquí. Me han pedido que sea una máquina de correr, literalmente, y nada más que eso. Seguir adelante, un poco más cada día, para ganar, cuando llegue el momento, una Batalla, así, con mayúscula, en la que no puedo creer.
Drezner me lo dijo. Eso no importa. Lo que importa es que creas en ti mismo, tú encontrarás el camino.
Es curioso, pero ahora, de repente, puedo recordar ese tipo de frases en otras ocasiones. Siempre, cuando Drezner y yo entrenábamos, o mejor dicho, cuando él me entrenaba. Tu fuerza nace de tí, no de tus convicciones, ni de tus deseos. De tu interior. Hay en tí una fuerza que va más allá de este lugar, de La Cruz, de Joan, de esta bebida.
Yo siempre pensaba que lo hacía para darme ánimos, para ir un poco más allá en mis entrenos diarios, como este mismo que estoy haciendo mientras mi cabeza divaga. Pero quizás no eran solamente palabras de ánimo. Quizás Drezner sabía más de lo que aparentaba saber.
Quizás sabía que Joan y yo somos hermanos.
Hermanos.
Por fin lo he dicho. Bueno, lo he pensado, que es parecido, pero casi lo mismo.
Hermanos.
De lo que sí estoy seguro es de que Joan lo ha sabido desde siempre. Y que, de alguna manera...el hecho de que seamos lo que somos, sangre de la misma sangre, es importante en medio de todo este lío, estos tejemanejes que se escapan a mi alcance, a mi comprensión.
Corro con más firmeza. Cada día un poco más. Han transcurrido un par de semanas. Ya casi ni hecho de menos la bebida. Bueno, a veces sí. Un poquito. Como un pinchazo, un dolor, un recuerdo. Como el yonqui que busca la dosis o que la recuerda en las tinieblas, en ese preciso instante en el que nos vamos quedando dormidos...
Hermanos.
El muy cabrón...Siempre con ese tonillo de condescendencia, con esa seguridad en mi importancia en todo este juego. Controlando todas y cada una de las pistas que me iban siendo dadas. Como si hubiera que medirse conmigo, no fuera a ser que el pequeño de la familia supiese más de la cuenta y no fuese capaz de soportarlo.
Tengo que saber algo más de todo esto, y no alcanzo a averiguar de qué manera, salvo esperando a que Nadia de un paso en falso...o preguntándole directamente a Joan.
Termino el entrenamiento y llego a casa. Nadia no está. Seguro que ha ido a visitar a Ángela. Pasa muchas de las tardes con ella. De vez en cuando, me comenta que desea que todo esto acabe pronto, que lo que tenga que ocurrir ocurra de una maldita vez, que de alguna manera podamos volver a la ciudad, o a otra ciudad, o a alguna parte, y vivir juntos y olvidarlo todo.
Parece un comentario, un deseo algo iluso, ¿verdad?
Abro la puerta de la habitación, dispuesto a dejar las zapatillas e ir directamente a por la ducha.
Y allí me quedo, plantado, como un idiota, sin poder moverme.
Un hombre, de espaldas a mi, con una larga gabardina, encorvado, mirando el anochecer a través del ventanal.
Se vuelve
Carlos me sonríe.