abril 29, 2005

Día Once




Ayer me pasé casi todo el día descansando. La cabeza ha dejado de dolerme. Entrené un poco, pero apenas. No dejo de pensar en cómo diablos alguien pudo descubrir que yo estaría en casa de Carlos esa tarde.
Y hoy ha sido el día más extraño de mi vida.
Me he levantado recordando que este fin de semana había reservado habitación en un hotel de montaña a unos 200 km de la ciudad, en plena sierra. Las bajas temperaturas son ideales para entrenar la resistencia y por lo menos tres o cuatro entrenamientos cerca de la nieve (o en ella mismo) siempre son de agradecer. Los últimos acontecimientos me lo habían hecho olvidar. En cualquier caso, siempre puedo cambiar la reserva para otro fin de semana...pero me apetecía realmente ir hasta allí. He estado en otras ocasiones. Y se trata de un lugar simplemente maravilloso.
Carlos me ha mostrado con evidente satisfacción, mientras llegábamos juntos a nuestras mesas, lo que sospecha que ocurrió. Disimuladamente, mientras fingía mostrarme unos documentos, ha señalado hacia el techo de la planta en la que, junto con otros diez compañeros, desperdigados, nos encontrábamos. Apenas perceptibles, en las esquinas. Allí están. Pequeñas, diminutas cámaras de seguridad. Según dijo Carlos, estan por todas partes. En la cafetería, en las plantas, en la entrada del edificio, en los ascensores...
No he podido dejar de pensar en ellas durante toda la mañana. Nunca antes me había sentido vigilado, al menos no de esa manera, no constantemente, no durante tanto tiempo. Hasta he buscado alguna en los lavabos. Pero ahí no parece haber ninguna. Y digo parece porque....
Carlos me ofreció comer juntos, pero yo ya había quedado...con Nadia. No parece haberle molestado. Pero en su mirada había una petición de cautela. Mantener las distancias. No sé que pensar al respecto. Cuantas más vueltas le doy, más tengo la sensación de que ella nada tiene que ver con todo este asunto.
Algo ocurrió en SegCom durante el fin de semana. Alguien , desesperado, encontró como única alternativa enviar un correo electrónico. Y tomó el primer ordenador portátil que pudo encontrar. El de Nadia. Tiene que haber ocurrido de esa manera. Pero entonces, ¿porqué no puedo dejar de pensar en la mirada de Carlos?. Cautela. Cautela. Cautela.
Comer con Nadia es cada vez más agradable. Ella procura no nombrar apenas el trabajo. Sabe que yo estoy aquí por la gente, por el contacto con el público, y diría que eso le gusta cada vez más. Me ha preguntado, veladamente, en qué suelo invertir los fines de semana aparte de mis continuos entrenamientos. La idea de que me esté preparando para un Maratón parece haberla entusiasmado. O casi.
Sin saber cómo ni porqué, me he encontrado contándole lo del hotel en la sierra, lo del entrenamiento en nieve. Y, lo juro, la mirada se le iluminaba mientras yo iba entusiasmándome al hablar del pequeño hotel. Nadia sabe lo que quiere, y tiene la seguridad suficiente como para pedirlo...o cogerlo.
Así fue, supongo, como me propuso que nos fuéramos este fin de semana a la nieve. Como dijo mientras medio sonreía : "para rellenar los huecos entre carrera y carrera".
Y así fue como yo, casi sin pensarlo, dije que sí.