mayo 06, 2005

Día Dieciséis



La gloria que tiene un buen entrenamiento es efímera. Al día siguiente, en cuanto uno se dispone a volver a entrenar, lo primero que hace es mirar el cronómetro en la muñeca, con la marca del día anterior, esa marca que tanta satisfacción te ha dado unas horas antes...y ponerlo a cero nuevamente. Y vuelta a empezar. Aunque, mientras entrenas, sabes que hubo una vez en la que superaste tu propia marca, y si puedes hacerlo una vez...puedes hacerlo cuando quieras.
Hoy he enterrado a mi padre. Al viejo don Manuel. Sin honores, sin recuerdos apenas. Su imagen se me presentaba, mientras los que allí estábamos escuchábamos el murmullo del viento y las palabras, como siempre poco apropiadas, del sacerdote, como una fotografía antigua. Y sólo guardo y guardaré en mi memoria sus ojos en el instante de su muerte.
Nadia ha estado discretamente alejada de mi, y de los familiares que me rodeaban. Nunca he sido un tipo especialmente familiar, y los primos, tíos, parientes lejanos de ambas ramas de la familia, me parecían tanto o más desconocidos que el cadaver que pronto descansaría bajo tierra.
Es curioso cómo precisamente ese es el instante en el que uno es consciente de la realidad. Sea alguien querido o alguien a quién apenas conocías, el instante en el que el ataud desaparece de la vista de los presentes es el instante definitivo. Se acabó. Se ha ido. Para siempre.
Y justo en ese instante, mi mano se ha ido, como impulsada sin control, hacia La Cruz que descansa sobre mi pecho.
Sigo sin saber nada de Carlos. Parece como si, maldita coincidencia, se lo hubiera tragado la tierra. Al abandonar el cementerio, después de algunas inevitables frases tópicas a modo de pésame, Nadia se me ha acercado. Hemos quedado para esta noche. Me recogerá en mi apartamento. Dice que me ha preparado una velada que no olvidaré, que me levantará el ánimo, y que es la velada con la que ha soñado desde que supo de mi existencia.
Mientras caminaba por la calle, en una tarde soleada y tranquila, aflojándome la corbata y echándome la chaqueta sobre el hombro, no he podido dejar de pensar en sus palabras. Nadia siempre elige la frase o el término correcto y necesario. En cualquier momento. No ha dicho "desde que te conocí" o "desde que comencé a sentir algo por ti", ni nada parecido.
"Desde que supe de tu existencia".
La frase ha seguido en mi cabeza mientras mis pasos me llevaban hasta el apartamento de Carlos. He llamado al portero. Nada. Unos vecinos han salido y he aprovechado para entrar. Pero ha sido tiempo perdido. Varios timbrazos y nada. He vuelto a llamarle al móvil. Nada.
Ahora ya puedo decir que ha llegado el momento de preocuparse.
Presiento, mientras me ducho, mientras miro mi móvil y de vez en cuando vuelvo a llamar a Carlos, mientras me preparo para esta noche, que algo va a ocurrir. Conozco mis presentimientos. Ese cosquilleo, esa sensación. Una velada especial, una noche diferente. El momento. Sé cuando algo va a cambiar.
Y Nadia lo va a cambiar...todo.
Justo en ese instante ha sonado el timbre de la puerta. Me he mirado en el espejo, intentando animarme con una fugaz sonrisa. Confiando en que, sea lo que sea que traiga la noche, será mejor que el día que ya se acaba.
Sin pensar he abierto la puerta y ahí estaba, frente a mi. Inesperado. Mirándome, quizás con una pequeña sonrisa en sus labios. Pero con aire firme y decidido. Y yo, sin saber qué hacer o qué decir, sin poder moverme, sin casi capacidad para reaccionar ante su presencia.
Así que, apartándome casi, ha entrado en silencio, sin dejar de mirarme, y ha cerrado la puerta a su paso.
El hombre del BMW negro.


1 Comments:

Blogger Lino Solís de Ovando G. said...

Me gusta cómo escribes. Además, hace rato que no leía algo original en los blogs, que ya son más y más. Te felicito. Te seguiré leyendo. De paso, te invito a que conozcas Goma de Mascar, una columna literaria en capítulos que apareció en el ex portal electrónico del diario La Nación (Chile), Primera Linea, y que continuó siendo publicada en la actual página web, www.lanacion.cl., hasta septiembre de 2003, bajo el seudónimo de Andrés Rosso Savoia. Hoy reaparece Goma de Mascar, con todo el material ya publicado, con la idea de que la íntima saga del gum taster continúe.

Suerte.

7:19 p. m.  

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