mayo 04, 2005

Día Quince


No deja de ser curioso como la vida te da siempre algo a cambio de algo.
Hoy por la tarde he tenido el mejor entrenamiento de mi vida. El mejor tiempo en 10 km. ¿No parece tener mucho sentido, verdad?. Lo único que he hecho durante el día ha sido ocuparme del papeleo que una situación como ésta conlleva, y entrenar. No he intentado dormir, ni descansar, ni nada por el estilo. Y, sin embargo, he hecho 12 km en 50 minutos. Nunca antes había conseguido llegar hasta ahí. Bien es cierto que no pensaba, ni siquiera sentía mi respiración. Mi mente no estaba allí. Si alguien me dijera que un par de coches han estado a punto de atropellarme o algo por el estilo le contestaría que sí, que seguro, pero que yo ni me he enterado. Mientras corría, y por lo que dice el cronómetro, más rápido de lo normal, únicamente podía pensar en don Manuel, ahora ya sin el tono sarcástico que siempre le había puesto al "don". Simplemente Manuel, mi padre, fallecido hace unas 24 horas. Y al pensar en él he pensado en mi madre, a la que echo de menos más de lo esperado.
El ordenador de Nadia. El ordenador de Nadia...¿Porqué no puedo dejar de pensar en eso?
Mañana será el entierro. Me he pedido unos días libres en la oficina. Y le he enviado un mensaje a Nadia, contándole lo ocurrido. Me ha contestado que está disponible para lo que sea, y que mañana irá al entierro, por la tarde.
También he intentado contactar con Carlos. Pero en su extensión, en SegCom, no ha contestado nadie. Y su móvil estaba desconectado. Finalmente, aunque había hecho el firme propósito de no usar teléfonos fijos, he llamado al de su apartamento. Nada.
Aunque hasta hace un par de semanas éramos algo parecido a buenos compañeros de trabajo, en estos pocos días ese "buen rollo" se ha ido transformando, hasta el punto de convertirse en una amistad más o menos sólida. De ese tipo de amistades de las que los hombres no solemos hablar. Somos amigos, estamos ahí, nos une una causa común. Nada más y nada menos.
Y entonces, sin poder contactar con Carlos, pensando en mis padres fallecidos, y cansado después del esfuerzo del entrenamiento, mientras me duchaba, me he sentido solo. Realmente solo.
Y al sentirme así, mientras me vestía, me he encontrado con el medallón en forma de cruz, de esa Cruz, imagino, a la que mi padre ha hecho referencia en sus últimas palabras, palabras que se me escapan, que no entiendo, pero que han sonado a advertencia. Y, sin saber cómo ni porqué, he cogido el medallón, extrañamente ligero y sólido, y lo he colgado de mi cuello.
Sorprendentemente, he dejado de sentirme solo.
Mañana me espera un día ajetreado. Odio los entierros, odio los cementerios, y sobre todo odio acostarme pensando en que mañana tendré un día que no me gustará tener.
Ha sido entonces, mientras, tirado en la cama, pensaba en el tema, cuando ha sonado el móvil. Era Nadia. Después de preocuparse por mi estado de ánimo y todo eso, me ha sugerido que este fin de semana será ella la encargada de planificar algo que me hará sentir mejor que nunca. Quizás eso sea lo que necesite. Quizás eso me ayude a no sentirme tan solo.
Sin saber cómo ni porqué, al oir sus palabras, la promesa de ese fin de semana "diferente", mi mano derecha se ha ido directamente a acariciar la Cruz que descansa sobre mi pecho.