mayo 01, 2005

Día Doce



Dos días pueden no caber en doscientas páginas, o en doscientos diarios, o en dos mil Blogs. Y no voy a pretender ir más allá de unas pocas letras. En estos momentos, estoy demasiado preocupado, demasiado confundido como para ir más allá de unas breves anotaciones.
Nadia me tenía una sorpresa preparada. Había cambiado mi reserva en el hotel por una cabaña, solitaria y aislada, en plena sierra. Un alquiler en el paraiso. Dos días rodeados de nieve, de riachuelos convertidos en hielo, viendo amanecer y anochecer. Lo increible de todo ésto ha sido que me haya dado tiempo a entrenar durante esos dos días. Pero bueno, cuando lo llevas en la sangre, es casi como un muelle que te impulsa todas las mañanas. Y, allí afuera, perdidos en medio de la nada más blanca que haya visto en mi vida, me sentía a cada minuto más y más pletórico, cargado de fuerzas y de energía. Y, ademàs, llevábamos provisiones para una semana entera.
Los entrenamientos fueron casi perfectos. Lo otro, también. No recuerdo exactamente cuando ni cómo ocurrió, pero ocurrió, y ambos lo sabíamos desde que nos habíamos propuesto ir a pasar este fin de semana perdidos en medio de la sierra. Pero, aunque agradable y, para que negarlo, muy satisfactorio, no ha sido lo mejor del fin de semana. Poder pasear juntos, comer y cenar en cama, al abrigo de la chimenea, caminar entre la nieve...En fin, demasiado largo para ser contado y demasiado corto para no ser añorado.
Todo habría sido perfecto si no le hubiera visto a él.
La primera vez fue al volver del primer entrenamiento, el sábado por la mañana. Un punto lejano, una figura informe. Un hombre, alto, con gabardina, cabellos negros, al lado de un coche negro, un BMW. En lo alto de la colina, por encima de la cabaña, bastante alejado pero bien visible en medio de la blancura de la mañana.
La segunda vez, esa noche, mientras Nadia preparaba un baño. He salido al exterior. Anochecía. Aún se vislumbraba claridad a lo lejos. Y, en esa claridad, claramente dibujado, el BMW negro.
El domingo por la tarde dejamos la cabaña y, tras despedirnos y emplazarnos para mañana a la hora de la comida, Nadia me ha dejado en casa. Escribo ésto, como muchas noches, desde mi dormitorio. Y, desde aquí, sentado, mientras leo y releo lo escrito, me basta con mover ligeramente la cabeza para ver, desde mi ventana, el BMW, ahí abajo, en la calle, y la sombra que, en su interior, permanece inmóvil.
Acabo de llamar a Carlos. Después de llamarme loco e imbécil por haberme metido en este "fregao" con Nadia ("como tenga algo que ver, se te van a llenar los pantalones de mierda", ha dicho), se ha mostrado aún más preocupado por la presencia del tipo de la gabardina. Ambos hemos estado divagando un buen rato, conectados a internet, a través del mesenguer. Yo he tenido la idea de girar la webcam lo suficiente como para que él pudiera ver el coche al otro lado de la calle.
Carlos ha sido bien claro: "vete a dormir, que yo estaré vigilando. Si hace algún movimiento raro, te doy una llamadita". Se lo he agradecido. Ha sido un fin de semana agotador (no lo digo con segundas). El entrenamiento en la nieve, y a altitud elevada, es cojonudo, pero el cuerpo queda destrozado.
Intentaré dormir.
Aunque dudo que lo consiga.