mayo 02, 2005

Día Trece



Soy bastante aprensivo. Muy aprensivo. Y algo hipocondríaco. Cuando tengo que visitar a alguien en un hospital, suelo pasarme la mayor parte del tiempo mirando por la ventana de la habitación, al exterior. Y ese olor en los pasillos.... Me gustaría no ser así, y con el tiempo lo voy superando, pero en ocasiones, quizás porque tengo un mal día o, como últimamente, unos días bastante extraños, todo eso me puede.
A primera hora de la mañana me ha llamado la enfermera que cuida a don Manuel. Mi padre ha tenido uno de sus ataques. Lo olvida todo, incluido quién es él, y pierde las fuerzas. Su cuerpo queda como muerto, y es necesaria atención médica urgente. Así que ella ha llamado a la ambulancia, y yo he tenido que salir corriendo (no literalmente) hacia el Hospital.
Antes de salir de casa he observado el monitor de mi ordenador. La webcam aún enfocaba la calle. El BMW negro no estaba allí. Había un último mensaje de Carlos en el mesenguer: "Te veo después de comer en la entrada principal de SegCom. No quiero que nos vean hablar dentro del edificio".
Cuando llegué al Hospital, mi padre se había estabilizado. He permanecido a su lado un par de horas, sentado al lado de su cama. El médico que lo ha atendido, un hombre joven y de aspecto confiable, ha recomendado que permanezca un par de días allí, bajo observación. Con frases veladas, pero sinceras, me ha dado a entender que queda poco tiempo. Es algo que sé desde hace meses. Me gustaría sentir piedad por él, y en cierto modo la siento, pero supongo que no de la misma manera que se siente hacia un ser querido, al menos hacia alguien que se quiere al 100% y sin reservas. Han sido demasiadas cosas, demasiadas ausencias sobre todo, en estos años, como para permitirme sentir algo más que no sea un poco de lástima.
Aún sí, le he observado, allí, carcomido por la vejez. He recordado sus fotos, las que mi madre me enseñaba de vez en cuando. Ha sido un hombre fuerte. Duro. Nada de eso queda ya. Solo un pecho que respira con dificultad, la piel blanquecina, el silbido en los pulmones...Ya no queda nada más que eso.
He vuelto caminando hacia SegCom. Absorto en mis pensamientos. Recordando, o quizás debería decir mejor buscando recuerdos que no existen. Eso ha sido lo peor de todo. Los momentos que podrían haber sido y no fueron. Y, de repente, me he encontrado comiendo con Nadia y hablándole de todo ésto. De mi vida, de mi madre fallecida, de mi padre que ha sido un cabrón y que ahora es un cabrón enfermo. Ha sido la primera vez que hemos tocado el tema, y ella se ha mostrado en todo momento tranquilizadora y comprensiva. Ha tomado mi mano y ha escuchado mi historia, mis recuerdos que no lo son, asintiendo, sonriendo a veces. Y por primera vez he visto en su rostro una nota de melancolía . Y, porqué no, me he sentido más unido en ese momento a ella que en todo el largo, frío y cálido fin de semana.
Ahora sé que ella no tiene nada que ver con todo ésto. Y en ese mismo momento decidí que sería lo primero que le diría a Carlos. Que ella tenía que ser informada de que algo había ocurrido, y de que estaba seguro de que nos ayudaría, quizás con información valiosa, quizás aportando un nuevo punto de vista en esta extraña y curiosa investigación.
Por desgracia, esta idea de "loco medio enamorado" tendrá que ser pospuesta. Carlos me esperaba en la entrada de SegCom. Hemos cruzado la calle, hacia el parque que hay enfrente, en donde se reune mucha gente joven, estudiantes universitarios en su mayoría, a la hora de comer. Y allí, algo alejados del edificio, sentados en un banco, me ha mostrado un listado, extraido de la red de SegCom la noche anterior a altas horas de madrugada, mientras veía como el BMW negro se alejaba de mi calle, al mismo tiempo que despuntaba el alba sobre la ciudad.
Un listado de los quince trabajadores, eventuales y fijos, de SegCom, que desde el lunes siguiente a la llegada del correo electrónico, no habían vuelto por la empresa. La mayoría, porque se les había terminado el contrato eventual. Tres de ellos porque habían enfermado de gripe, y ya se habían reincorporado. Y uno, solamente uno, permanecía sin reincoporarse debido a un accidente vásculo-cerebral.
Marcos Molina.
"Es nuestro hombre", afirmó Carlos con absoluta convicción. "Fíjate en el trabajo que estaba haciendo".
Al parecer, el tal Molina trabajaba para una rama de SegCom dedicada a las auditorías de departamentos. A él, en concreto, le habían encargado la auditoría de Servicios Financieros.
"Y todos sabemos quién es el máximo responsable de Servicios Financieros", me recordó Carlos.
Definitivamente, no ha sido mi día.