noviembre 29, 2005

Día Sesenta y Dos



“¿Qué has hecho, por el amor de Dios?”.
Joan me miraba desde más allá de donde yo podía alcanzar a vislumbrar. Desde un lugar que solamente él conocía. Desde ese lugar al que yo tenía, tendría que acceder en algún momento. Quizás, sospeché, temí, desde otro mundo.
“Después de todo esto, tal vez sea ya hora de quitarnos la careta, hermanito”. Mientras me llamaba “hermanito” su mano abarcó con un gesto todo lo que le rodeaba. Llamas, dolor, gritos, cuerpos carbonizados, gente huyendo…muerte.
“Se acerca el momento, y creo que ya estás preparado. De hecho, esto que nos rodea, toda esta gente, todo eso que tu pequeña mente llama “muerte”, sigue siendo una parte del camino que tenías que recorrer. Ese mismo camino que te llevó desde el mismo día de tu nacimiento hasta hoy, hasta aquí, hasta ahora”, señaló con ambas manos el suelo nevado que nos rodeaba, y mientras hablaba aquella sonrisa había ido desapareciendo de su rostro, dando paso a, quizás, un atisbo de rabia y odio en su mirada. “Estaba escrito que aparecerías algún día, hermanito. Es de esas cosas que La Cruz sabe desde que es Cruz. Dicen que el Libro, este Libro, lo profetiza. No puedo saberlo. Nadie puede saberlo. Nadie entiende lo que el maldito Libro dice. Pero algo es cierto en todo esto. Si tú ibas a ser una realidad, si esa Batalla, esa Carrera que está escrita desde el principio de los siglos, iba a tener lugar, y si tú eras el que finalmente iba a ganarla, yo tenía que asegurarme de que, a pesar de todos los esfuerzos de La Cruz, eso nunca ocurriera”.
Negué con la cabeza, sin comprender.
“¿Porqué?”.
Joan dio un paso hacia mí. Cada vez, la distancia que nos separaba era menor. Y, a cada segundo, podía ver, ahora con absoluta claridad, el odio en sus ojos encendidos en el mismo fuego que nos rodeaba.
“Porque en esa Carrera tienes un rival, hermanito. Un rival del que la historia no se ha preocupado. Un rival que será el Vencido. Un rival que, desde el principio, tenía una pequeña posibilidad de vencer. Lo único que yo podía hacer era minimizar tus posibilidades. La profecía, por llamarla de alguna manera, dice que el elegido es alguien especialmente dotado, y que conocería a alguien que le prepararía para su Carrera Final. La profecía dice que llegado el momento, su entrenamiento será perfecto. Pero todos sabemos de qué se compone un entrenamiento, verdad, hermanito?”.
Drezner siempre lo decía: “Cuerpo y Mente”.
“Exacto. Tu cuerpo es una máquina de precisión. Yo sabía que no podría hacer nada en contra de eso. Así que tuve que encargarme de que tu mente no estuviera todo lo afinada que debiera estar. ¿Qué tal lo he hecho, hermanito?”.
Me tambalee cuando dio un nuevo paso hacia mi. No quería tenerle cerca. Los gritos y llantos que me rodeaban parecían querer envolverme con el dolor de todas aquellas personas. Joan hablaba casi a gritos, y yo no quería comprender lo que realmente quería decirme. No quería, pero lo estaba comprendiendo.
“Así que me encargué de entrar a formar parte de La Cruz, gracias a mi padre, a NUESTRO padre. Y de que me presentase a Drezner. Y de que, antes de que le conocieras tú, conocerle yo. De guiar tu vida en la medida de lo posible. Y sabes lo mejor de todo? No resultó nada difícil. Hasta cierto punto, tenía la mejor ayuda que se puede desear. Porque yo era su favorito. Pero eso es algo que tú ya sospechabas desde hace unas semanas, ¿verdad?. Por eso estuvo conmigo y no contigo. Por eso, cuando le tocó morir, lo hizo delante de tus narices, para verte sufrir, para marcar una nueva mella en el revolver que los dos, desde siempre, hemos ido disparando contra tu mente. Yo era el favorito de papá. Siempre lo fui. Porque él, desde siempre, prefirió que no fueras tú el elegido. No soportaba a esa que después fue tu madre. No soportaba que fueras tú aquel del que hablaba la Profecía. Y, desde dentro de La Cruz, se encargó de promoverme hacia niveles superiores. Y así fue como llegué hasta donde he llegado, y así fue como pude guiar tu vida, hacer que conocieses a la que fue tu esposa, que cayeras después en el más absoluto Caos, que conocieras a Nadia, que poco a poco te fueras acercando a aquello para lo que estabas destinado. No podía evitar que tu cuerpo fuese el elegido, pero sí que tu mente estuviese a la altura.”
En aquel momento, la puerta de mi casa, un poco más arriba de donde estábamos, se abrió. Uno de los hombres de Joan asomó al exterior. Nadia le acompañaba. Pero no era Nadia. Solamente su cuerpo. Ella ya no estaba allí. Su mirada vacía de vida se perdía muy lejos de donde estábamos.
Negué, mientras sentía mis ojos llenarse de lágrimas. Caí de rodillas en la fría nieve. Y entonces, en aquel preciso momento, comprendí el alcance de los planes de Joan. Yo estaba solo. Mi padres se había ido. Y mi madre. Y nadie me respaldaba. Drezner ya no estaba. Y yo estaba seguro de que su muerte no había sido un accidente. Y ahora Nadia, después de haber llegado a amarla, yacía muerta a unos pocos pasos. Dios, y toda aquella gente, todos ellos, muertos, asesinados, carbonizados por la decisión de un loco, y solamente con un único objetivo. Romper mi voluntad y convertirme en lo que era en aquel preciso momento.
Sentí que ya no quería correr. Realmente, ya no había ninguna razón para hacerlo. De hecho, tampoco encontré una verdadera razón para luchar o para vivir, ni tan siquiera para lo que siempre había sido mi sueño. Correr.
Sólo quería dormir y no despertar nunca más.
Los gritos habían cesado lentamente. Solo podía escuchar el viento en los árboles, y el horrible aliento de la muerte a nuestro alrededor.
Joan llegó hasta mí, y desde mi posición de Caído, solamente alcancé a preguntar una última cosa.
“¿Porqué?”
“¿Pero aún no lo entiendes, hermanito?. Ha llegado el momento, la hora de la Batalla se acerca, y tienes que enfrentarte a tu rival. Y yo soy tu rival.
Levanté la mirada. Joan sonrió. En su mano pude ver el revolver. El cañón apuntandome directamente. Oí el disparo. Y nada más.
Solo oscuridad y silencio.
Y después, abrí los ojos.