diciembre 05, 2005

Día Sesenta y Cuatro



Caminamos por los pasillos del Hospital. Me da miedo preguntar o intentar averiguar hacia dónde. Miro de reojo a Drezner. Está tal y cómo le recuerdo. Parece vivo. Pero yo sé que no es así. Le vi muerto. Está muerto.
¿Lo estoy yo también?
“No lo estás. Estás en coma, en la habitación de un Hospital. Pero no vamos a dejar que una minucia como esa te impida encontrarte con tu Destino, verdad?”.
No sé que responder. Drezner detiene el paso y yo con él. No hay sonidos en el Hospital. Realmente, podríamos encontrarnos en medio del espacio, de la nada absoluta, sino fuera por el “decorado” que nos rodea.
“Te has estado entrenando durante muchas semanas. Para correr, ¿recuerdas?. Pues ha llegado el momento de que te enfrentes a tus rivales”
¿Mis rivales?.
“Vienen de todas partes. De todo el mundo. En realidad, solamente tienes que preocuparte de uno de ellos. Todos los demás saben que no tienen ninguna oportunidad, pero también saben que tienen que correr. Y están deseando hacerlo. ¿Sabes porqué? Porque están aquí para hacerlo. No hay mayor dicha para ellos que este momento para el que se han estado entrenando…incluso durante años”.
Intento comprender, pero me cuesta. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Sólo correr? ¿En eso consiste todo? ¿Ganar una carrera para la que se supone que he sido predestinado? ¿Hacer que una extraña Profecía se cumpla y conseguir a cambio un premio que todos desconocen, del que habla un Libro en una lengua que nadie entiende?
Definitivamente, tengo que estar muerto.
Drezner sonríe, y entonces me doy cuenta de que no he dicho una palabra. Pero él sabe de mis pensamientos. No necesito hablar para comunicarme con él.
Muy bien. ¿Qué sentido tiene, si estoy en coma en una cama de un Hospital, que me haya entrenado para correr? Si todo esto transcurre en algún punto de mi mente…¿para qué entrenar?
Otra vez esa sonrisa casi condescendiente.
“Tu entrenamiento no ha sido solamente físico. Es lo que siempre te decía, ¿recuerdas?. Ese entrenamiento físico al que estabas sometido no era más que el envoltorio para entrenar algo mucho más poderoso que tu cuerpo”
Mi mente.
“Exacto, asiente. Tu mente. Lo único que cuenta en una carrera, en esta carrera, en este Maratón”.
Así que se trata de eso. Un maratón. Nunca imaginé que mis primeros 42 kilómetros y 195 metros fueran de esta manera, la verdad.
“Y no lo serán, interrumpe mis pensamientos. No sé cómo serán tus primeros 42 kilómetros y 195 metros en una competición. Eso quizás lo averigües algún día. Hoy, descubrirás como será tu primera carrera de 51 kilómetros y 335 metros. La más importante de tu vida.”
No estoy preparado para correr esa distancia. ¿De dónde han sacado esa distancia tan arbitraria? No entiendo nada.
“No te voy a relatar una vez más el nacimiento del maratón como tal. Estoy seguro de que lo sabes de sobra. Lo único que te voy a decir es que esa distancia, la que hoy vas a correr, es la distancia exacta que Filípides corrió para avisar de la victoria en la batalla de maratón. No la distancia que se impuso en los juegos de Londres para que la Reina de Inglaterra pudiese ver la llegada tranquilamente. Te hablo de la distancia real. Exacta. No podíamos hacerlo de otra manera. Las reglas son las reglas. Y ya hace muchos siglos que se celebra esta Carrera.”
¿Cómo puede saber alguien la distancia exacta que corrió Filípides hace miles de años para…?
Vaya.
La saben. Para qué me voy a preocupar. La sabe. Seguro.
El pasillo termina a poca distancia de nosotros. Me miro. Llevo mi dorsal, mi equipamiento, aunque no recuerdo haberme vestido. Y, frente a mi, una gran puerta de cristal. Siento que la Carrera me espera al otro lado. Drezner asiente. No puedo ver lo que hay más allá.
Drezner hace ademán de apoyar su mano en mi hombro. Pero la retira enseguida. Por alguna razón que no comprendo, no me puede tocar. Pero su mirada me lo dice todo.
“Es hora de correr, hijo mío”.
Tomo aire, y asintiendo, sonriendo de puro nerviosismo, camino hacia la puerta de salida del Hospital. Una luz intensa, que me impide ver lo que hay más allá, me aguarda al otro lado.
Y mi Destino.