diciembre 13, 2005

Día Sesenta y Ocho



En el puente de Queensboro, el silencio es absoluto. El leve murmullo del mar, allá abajo, es lo único que me acompaña. Eso, y el sonido de las pisadas, constante….y cada vez más alejado, allá, frente a mi.
No quiero engañarme, pero esto comienza a ponerse difícil, y cada vez que levanto la mirada, se me antoja más y más difícil. Y eso que, literalmente, acaba de comenzar. Acabamos de comenzar.
Sus pisadas se siguen alejando.
Es entonces cuando empiezo a distinguir los cuerpos. A lo lejos. Entre el pelotón que corre delante, perdiéndose en la aparente inmensidad del puente, y mis cada vez más cansadas piernas.
Y empiezo a oír los aplausos. Llegan hasta mi, pero son aplausos huecos. Como cuando golpeamos dos cajas vacías. Puedo distinguir algo más.
El olor.
Es entonces cuando empiezo a distinguir sus cuerpos. Inclinados a ambos lados del puente, me aplauden. Están ardiendo. Cuerpos medio carbonizados, sus ojos inyectados en fuego, aplauden a mi paso. Siento su dolor, el vacío de su desaparición. Les conozco. Aunque no puedo distinguir sus rostros, sé que les conozco. Son los habitantes del pueblo.
He paseado con ellos. Hombre, mujeres…y niños…
Sus almas incandescentes han venido a…¿animarme? ¿Recordarme lo ocurrido? ¿Maldecirme quizás?.
Siento que mis ojos se llenan de lágrimas. No tiene nada que ver con el frío en el puente. Son lágrimas, ya no únicamente de dolor, sino también de impotencia, de desesperación. Ocurra lo que ocurra, no hay marcha atrás, no puedo desandar lo andado. Ellos han muerto. Asesinados. Cruelmente. Todo…para conseguir esto. Han venido a mi, en un plan astutamente elaborado…para que yo pudiera verlos ahora…y para que ocurriera lo que está ocurriendo.
Siento que mis piernas están cada vez más cansadas. No he pasado del kilómetro 14, pero el cansancio me puede. Intento seguir corriendo. Los aplausos de las almas ardientes se alejan de mi, y me froto los ojos con el antebrazo, intentando apartar su recuerdo. Mi mente ha sido dañada. Parece imposible que alguien pudiera elaborar un plan de una manera tan perfecta. El conocimiento que Joan posee de este lugar de la existencia, si es que podemos llamarle así, es prácticamente total. De alguna manera, quizás después de años y años de estudio, ya no solamente por su parte, sino por todos aquellos que han pertenecido a La Cruz, ha llegado a conclusiones, o puede que simplemente haya creido que la posibilidad de que esto ocurriera era suficiente como para hacer lo que hizo.
Seguro que, en su cabeza, eso es una excusa suficiente para haber asesinado a cerca de doscientas personas.
Rabia.
Siento Rabia y mientras ese sentimiento crece en mi interior, mis piernas comienzan a responder de nuevo. No puedo ver el pelotón, pero sé que están allá, a lo lejos, en alguna parte, y sé que puedo alcanzarlos.
Tomo aire y empiezo a acelerar, lentamente, pero con seguridad.
Quizás con una falsa seguridad, pero poco a poco empiezo a recuperar la fuerza perdida.
El puente se está acabando.
Queens está allí, esperando, y kilómetros y más kilómetros.
Puedo hacerlo.
¿A quién quiero engañar?
He perdido mucho tiempo. Me llevan mucha ventaja. Joan me lleva mucha ventaja. Es imposible.
Aún así, tengo que seguir corriendo.
Tengo que llegar.