diciembre 07, 2005

Día Sesenta y Seis



Todo el mundo, y yo con ellos, se dirige hacia el norte. Caminamos tranquilamente. Es curioso, pero puedo sentir que hace un tiempo ideal. Buena temperatura, cielo azul claro y limpio…Creo que hoy es el día perfecto para correr en Nueva York. Miro a mi alrededor. Los hombres y mujeres que me rodean, que se mueven conmigo, o más bien, a los que sigo y acompaño, son realmente diferentes entre sí. Hay japoneses, occidentales, blancos, negros, sudamericanos, ingleses, alemanes, rusos…Creo que, si me detuviera exactamente a examinarlos uno a uno, descubriría que quizás haya aquí una buena representación, por no decir una representación absoluta de los habitantes de la Tierra.
Es entonces cuando divisamos la SALIDA. Un gran rectángulo azulado, con el reloj digital sobre nuestras cabezas. Otra vez, una vez más, y ya he perdido la cuenta, echo un vistazo a mi alrededor. Las calles vacías. Los grandes ventanales, sin nadie en las oficinas o los apartamentos. Los coches aparcados en las calles desiertas…Únicamente nosotros…nada más. Un par de cientos con el mismo dorsal, dispuestos a correr.
“Estamos vivos, verdad?”
Me vuelvo ante la frase. Un hombre de unos 40 años, bolsas negras bajo los ojos, muy delgado y atlético, que me sonríe.
“Eso creo”, asiento. “Eso espero”.
“Me llamo Karl. Karl Stanioslev. Supongo que tú también llevas mucho tiempo preparándote”.
No sé que responder ante esto. Realmente, no puedo decir cuánto tiempo es “mucho tiempo”. Ahora, se me hace una eternidad, y apenas puedo recordar aquel día en que la rueda comenzó a girar, aquel momento en el que abrí mi e-mail y me encontré con aquel correo ahora tan lejano…En cualquier caso, si no hubiera sido así, habría sido de otra manera. Ahora sé con seguridad que esto tenía que ocurrir, que de una u otra manera, yo habría llegado aquí.
Nos vamos situando en el punto de partida. Aquí no hay calificaciones por tiempos ni nada de eso. Estamos preparados para correr. Karl me hace un ademán, un gesto de “suerte” y yo le respondo con una sonrisa. Me mira un instante más de lo normal. Se vuelve hacia una mujer que se ha situado a su lado. Ella le comenta algo. Me vuelve a mirar, ahora con otros ojos, como si me reconociera de algo. Y la sonrisa se hace aún más grande. No lo comprendo hasta que otra mujer se sitúa cerca mía y la oigo hablar con otro hombre.
“Este es el definitivo, el último 32 de Diciembre. Y Él ya está aquí”.
Y ambos me miran de reojo. Y otra vez esa sonrisa.
“Para nosotros también es una liberación”, dice otro hombre. “Por fin la Carrera Eterna llega a su Fin”.
Intento asimilar los conceptos, pero creo que ni con 100 vidas llegaría a comprender todo lo que ocurre a mi alrededor. Sólo se que tengo que correr y ganar. Y no parece fácil. Me gustaría sentirme más seguro de lo que me siento. Me gustaría sentir “algo” de seguridad. No creo que ninguno de los que me rodean haya visto como su vida era usada, manipulada, alterada, moldeada al antojo de otros con el único objetivo de mermar su determinación, con el único objetivo de decidir el destino de…
De…
Un hombre aparece desde alguna parte y se sitúa muy cerca de la salida. Alto, fuerte, lleva una pistola en la mano. Siempre he leído que aquí la salida la marcaba un cañonazo. Supongo que no habría resultado muy adecuado. El hombre tiene los cabellos algo rubios, rizados, y viste una especie de túnica blanca…y sandalias. Unas simples sandalias algo rotas, de esparto, con tiras de cuero que…
No puede ser. No puede ser él. Aunque aquí, sea esto sueño o realidad, quizás todo sea posible.
Todos miran al frente. Y entonces mi mirada se encuentra con Joan. Se ha situado unos metros por delante, y su cabeza se vuelve, y veo su sonrisa. No se parece en nada a la sonrisa que he visto en los otros corredores.
Aunque el mundo se termine este 32 de Diciembre, sólo espero tener la oportunidad de hacerle pagar por lo que le hizo al pueblo, y a Drezner y Nadia.
La pistola del hombre que da nombre a esta carrera se eleva hacia el cielo.
Tomo aire. Las manos me sudan.
Tengo la boca seca. Y me he bebido toda la botella del líquido de Drezner.
El silencio nos envuelve.
“Todos apostamos por ti”, oigo a mis espaldas.
Suena el disparo, como si de un cañonazo se tratara.
Empiezo a mover las piernas. Responden. Todo está en su sitio. Todo está como tiene que estar.
Corro.
Hacia la Meta.