diciembre 22, 2005

Día Setenta y Uno



Y fue entonces cuando empecé a escuchar los aplausos. Alguien, creo que Karl, empezó, muy tímidamente, a aplaudir, y los demás, sin poder contenerse, le siguieron. Como un caudal que lleva hacia el final, hacia la liberación. Volví mi mirada hacia Drezner, y habría jurado que sonreía, como contraviniendo un principio mayor, una ley no escrita, pero sonreía, y Joan, por el contrario, era la viva imagen, primero, en un principio, de la incomprensión y, poco a poco, minutos después, del desencanto, del dolor, de la rabia...
"Esto no es justo", alzó su voz sobre el aplauso de los demás corredores, en medio de una solitaria, vacía, muerta Manhattan.
Drezner me miró de reojo mientras llegaba hasta él.
"Quizás prefieras hacer una reclamación", aventuró.
Los aplausos cesaron, seguidos de un silencio absoluto. Joan levantó la mirada, hacia lo alto, hacia los rascacielos que rodeaban Central Park, hacia el infinito. Le llevó varios minutos. Yo, mientras tanto, permanecía en silencio, esperando, sintiéndome cada vez más tranquilo, más seguro, y en absoluto cansado después de tantos y tantos kilómetros de dura carrera.
Finalmente, Joan negó con la cabeza, y se echó hacia atrás. Y aquel gesto marcó la diferencia, mientras yo veía a Drezner acercarse hasta mí. En un instante, todo aquello que nos rodeaba, el camino, la vegetación, los rascacielos, el cielo azulado del atardecer, la paz, la tranquilidad, todo se desvaneció, en cuestión de segundos, y únicamente vi a aquel hombre, muerto, fallecido, asesinado, frente a mi.
"Es tiempo de decidir",dijo, casi en un susurro. "Tiempo de premio al esfuerzo realizado, no ahora, sino durante toda una vida".
Sabía a qué se refería, pero me costaba reconocerme en aquella frase. Para mí, todo había sido un proceso natural. Quizás en eso residía todo. En no haberme esforzado en llegar hasta alli.
"Tienes que tomar una decisión", dijo, mirándome fijamente, como anhelando que yo comprendiese la implicación de toda y cada una de sus palabras." De ella depende todo. De esa decisión. Este es, realmente, tu momento".
Ví la mano de Drezner acercarse. Lentamente, como en un sueño. Y tocarme. No podía tocarme. Él estaba muerto, yo vivo. ¿Quería decir eso, su tacto, su mano, que yo acababa de morir, en alguna parte, en aquel hospital?.
Pronto, enseguida, supe que no era así.
Sentí la paz que nos rodeaba, que me envolvía. Paz. Por fin. Seguridad.
Y, por supuesto, tuve que elegir, y tomé una decisión, aunque , más tarde, tiempo después, supe que esa decisión ya había sido tomada tiempo antes, pues esa es mi naturaleza, mi manera , mi vida.
Elegí, por supuesto, a LA GENTE.
Y, en cuestión de segundos, esa elección supuso EL CAMBIO.
Todo aquello que nos rodeaba, se desvaneció ante mis ojos. Y, algo que conocía, aquello que me resultaba familiar, se formó ante mi. Como en un sueño hecho realidad. Mi decisión, mi capacidad para elegir, formaba parte del premio.
Sentí como viajaba. Como, en mi mente, a mi alrededor, se formaba un túnel, y el túnel me llevaba, hacia mi decisión, hacia el final, hacia la luz, y la luz no era la muerte, sino LA VIDA.
Ante mi se materializó...un volante.
Y un coche.
Y un lugar.
El pueblo.
Acababa de regresar. Justo al instante que yo había decidido.
Allí mismo.
Porque podía hacerlo, porque podía elegir, porque esa era una parte de mi premio.
Levanté la mirada hacia el frente.
Drezner.
Frente a mi.
Y yo, dentro del coche que le había atropellado, el coche que, en su momento, había sido lanzado contra él por orden de Joan.
Con todas mis fuerzas, pisé el freno.
El coche se detuvo.
El tiempo se detuvo.
Abrí los ojos, eufórico.
Drezner estaba frente a mi. Me miraba, quizás algo asustado. Tiré del freno de mano y abandoné aquel coche.
Había vuelto.
Justo al preciso instante que yo había decidido.
Saludé a Drezner, vivo, nuevamente vivo, con la mano, mientras descendía del coche, y caminé hacia él. Me miraba, extrañado, sin comprender. Por eso había podido tocarme unos minutos antes, en Nueva York. Porque yo, sin saberlo, ya había tomado mi decisión, y mi decisión había salvado su vida...y todas las vidas que me rodeaban.
El pueblo.
Estaba de nuevo en el pueblo. Faltaban semanas para la Navidad. Nadia y muchos de los habitantes de aquel lugar me miraban desde las ventanas, desde las puertas de sus casas, sorprendidos ante el frenazo del coche, ante lo que parecía un accidente que había quedado en nada.
El pasado, y con él el presente y el futuro, habían sido alterados.
Pero aún quedaba algo por hacer.
Joan.