junio 30, 2005

Día Veinticinco


Se me habían terminado las opciones.
Sentí que la mano me temblaba, y apenas pude contener mis lágrimas. Las mismas lágrimas que resbalaban por las mejillas de Carlos mientras me suplicaba. Su mano clavada en la mesa. Podía sentir la respiración de Nadia a mi lado. Podía entrever la silueta de Joan unos pasos más allá. Y a los otros dos hombres, algo más alejados.
"Ya", susurró Nadia.
Y entonces ocurrió.
Un estruendo, metálico, como el metal de las paredes que nos rodeaban. Y la luz que se hizo de repente. Me volví hacia el origen del sonido. Hombres. Gritos. Entrando. Y pude oir frases como "que nadie se mueva, policía" y otras que me sonaron a plegarias atendidas.
Quince, quizás veinte hombres, entrando, con linternas, con uniformes, con armas. Y , como si el tiempo se dilatase a su antojo, pude verlo todo.
Joan hizo un ademán buscando en su chaqueta, y de un bolsillo interior extrajo una pistola. Alguien gritó "LAS MANOS EN LA NUCA!!!" y él pareció reirse. Sonó un disparo, ví saltar la sangre de su pecho, y cayó de rodillas ante mi. Mi pensamiento inmediato fue hacia Carlos. Había perdido el conocimiento. Descansaba como un fardo sobre la silla, inconsciente, desmayado. A sus espaldas, los otros dos hombres comenzaban a arrodillarse mientras eran rodeados. La nave había sido invadida literalmente por las luces exteriores, las sirenas, los gritos, los sonidos huecos de pasos, de armas cargándose, de órdenes.
"TIRE EL ARMA AL SUELO Y PONGA LAS MANOS EN LA NUCA!!!".
Me volví. La orden iba dirigida...a mi. Un policía me apuntaba con el arma más grande que yo hubiera visto nunca. Dejé caer la pistola al suelo. Llevé las manos a la nuca. El policía me indicó que me arrodillase y así lo hice. Me encontré mirando al suelo, y entonces pude oirlo. La respiración jadeante, difícil, y lentamente volví mi mirada hacia Joan. Estaba tendido a un par de metros. Y respiraba. Tenía la camisa blanca rebosando sangre, pero respiraba.
"No sé quien es usted, pero va a perder hasta el último botón de su camisa, gilipollas".
Levanté la mirada. BMW. Me miraba como si hubiese vencido sobre las fuerzas del abismo. Y entonces me sonrió e hizo un gesto, un guiño rápido. Sentí una bocanada de alivio. Poco podía imaginarme en aquel momento, cuando pensaba que todo había terminado, que aquel alivio duraría poco.
Alguien me llevó las manos a la espalda y sentí que me esposaban. Las puertas de la nave se abrieron por completo. Llegó una ambulancia y llegaron más coches de policía. Ví como los hombres de la ambulancia rodeaban a Carlos. Apenas pude oir sus palabras.
Oí como BMW ordenaba que me llevaran al hospital. Y fué entonces cuando me dí cuenta. Algo que no había percibido hasta entonces. Volví mi mirada, mientras caminábamos hacia el coche patrulla, hacia un lado, buscando, en toda la nave, buscando una y otra vez, pero fue inútil.
Nadia no estaba.
Cerré los ojos mientras el coche patrulla se ponía en marcha, y al hacerlo pude ver, en alguna parte de mi mente, con claridad, La Cruz que me había llevado hasta allí, y La Cruz ardía sin cesar.
Nadia había huido.