agosto 23, 2005

Día Cuarenta y Ocho


Drezner nos deja a solas. De alguna manera, es agradable y tranquilizador sentirlo de nuevo a mi lado. Pero él sabe que tenemos cosas de que hablar, que necesitamos, quizás por última vez, estar solos. Se despide dejándome una botella muy cerca, con el precioso líquido a mano. Frío y agradable. No creo que haya nada mejor en este mundo que ese enigmático y efectivo elixir.
A través de las ventanas entra el aire fresco de la montaña. Es como estar de nuevo en el paraiso. Llena mis pulmones y me hace sentir vivo de nuevo. A medida que los minutos transcurren, siento como si mi encuentro con Barba, con la gente del Gobierno, se convirtiese en una lejana, cada vez más lejana pesadilla.
Joan y Nadia me observan, sentados. Él sonríe. Sonríe con el gesto del que sabe que todo va por buen camino. Y Nadia permanece una vez más fiel a su papel de mera comparsa. Pero ha hecho muy bien su trabajo. Me dejaron huir. Sabían que lo haría. Era la última fase del plan. Incluso crearon la tentación, escondiendo el ordenador en aquella habitación pero haciéndome saber que era allí en donde se escondía el objeto de mi deseo.
"Tenía que ser así", me aclaró Joan, volviendo al tono del "profeta" que ha visto el futuro. "Tenías que comprender. Todo lo que te ha contado, todo, son mentiras. No están interesados en un mundo mejor. Solamente quieren aquello que nosotros hemos cuidado, mimado, ayudado a crear durante tantos años".
Su mirada se vuelve hacia el exterior de la casa, señalando el camino seguido por Drezner minutos antes.
"Tú lo has visto. Puede que en ocasiones nos hayamos extralimitado para conseguir nuestros objetivos. Te dijeron, lo sé, que asesinamos a Molina, un joven inocente que estaba buscando pruebas para incriminarnos en algún delito importante. Pero no te dijeron que Molina era un asesino experimentado, un hombre que no dudó en perseguir a Drezner y estuvo a punto de matarlo con sus propias manos. Tuvimos que detenerlo".
"Casi me obligáis a matar a Carlos", les recuerdo.
En aquel instante, Nadia se incorpora de la mesa y la abandona. Dudo, pero Joan parece perdirme paciencia con la mirada. Ella vuelve unos minutos después, con su ordenador. Lo conecta y vuelve la pantalla hacia mi. Puedo ver una grabación, con mano ligeramente temblorosa. Es la entrada a un edificio. Quizás el mismo edificio en el que me han retenido hasta hace unas horas. Dos hombres salen por la puerta principal, acompañados de esos tipos del mono negro con aspecto militar. Uno de ellos es Barba.
También conozco al otro.
Carlos.
"Te engañaron desde el principio", ahora es Nadia la que habla. "Carlos estaba allí, en SegCom, porque sabían que nosotros estábamos detrás de ti. Lo pusieron para vigilarte. Así era como iban descubriendo tus progresos. Lo descubrimos cuando ya era tarde. Mientras, como tú, creimos que era simplemente alguien especial, un hacker, le ofrecimos colaborar con nosotros. Cuándo ya fue demasiado tarde, tomamos...una decisión drástica".
Me incorporo. Me encuentro mucho mejor. Ha desaparecido el cansancio. Todo parece encajar. Bebo un largo trago del líquido más maravilloso que Dios ha puesto sobre la Tierra. No necesito más. Durante unos segundos, siento que todo, por fin, tiene un propósito. Me vuelvo hacia Joan.
"Nunca. Nunca más me ocultaréis nada. Nunca".
Él asiente.
"No será necesario".
Todo tiene un propósito. Un principio. Un momento. Un lugar. Me ha costado llegar hasta aquí, pero ahora me doy cuenta de que las cosas han salido bien. Por fin, por primera vez en mucho tiempo, todo está donde debe estar. En su sitio. Me siento fuerte. Decidido. Y mi mente, más limpia que nunca antes.
Estoy en el lugar correcto, y así se lo hago saber a Joan. Su mirada, sus ojos casi húmedos, mientras siento la mano de Nadia en la mía, sus labios en mi mejilla, su abrazo rotundo y sincero, me demuestran que estoy en lo cierto. No, esta vez no me equivoco. Sólo hay un modo correcto de hacer ésto.
Me siento frente a Joan.
"Y ahora, dime qué es lo que tengo qué hacer, porqué soy tan importante...porqué soy único y cuál es mi objetivo, nuestro objetivo".
Joan asiente, y empieza a hablar, y entonces es cuando descubro que aquel es realmente el momento más importante de mi vida.
El momento de la verdad...

(Continuará)

-----------------------------------------------------------------------------------------------

UNA NOTA DEL AUTOR.

Bueno, hasta aquí hemos llegado en esta segunda entrega. Una vez más, muchísimas gracias a todos los que estáis siguiendo ésto, y a todos los que os habéis incorporado a su lectura. Sólo queda una entrega, la ùltima. Los últimos 24 días de esta historia. A todos aquellos que estén interesados en saber qué es lo que ocurre, y cómo termina, os emplazo a visitar este Blog a partir del 1 de Noviembre.
Hasta entonces, mil gracias nuevamente a todos...y hasta pronto.

agosto 22, 2005

Día Cuarenta y Siete


"No sé una mierda de esa fórmula".
¿Qué otra cosa podía decir? ¿O hacer?. Lo único que me permitiera ganar tiempo, o trasladarme de lugar, o lo que fuera que me ayudase a salir de allí.
Veo la búsqueda de la paciencia en el rostro del tipo al que he decidido llamar Barba. Se la acaricia. Piensa. Niega y hace una señal. La puerta de la estancia se abre y le dejan salir. Me quedo solo. Una vez más.
Solo.
Tengo que salir de aquí.
Pasa el tiempo. No sé cuanto. Una hora. Dos. No lo sé. Pero pasa. Lentamente. Me hacen dudar. Me están probando. Son unos cabrones de mucho cuidado. Pensaba que lo había visto todo cuando Joan me había "invitado" a dispararle al desgraciado de Carlos. Tenía que haberme dado cuenta de que éstos no eran mucho mejores, torturando a Joan para sacarle información.
Sobre la maldita fórmula.
Finalmente, el cansancio comienza a pasar factura. Tengo sed. Y sueño. No sé cuantas horas llevo despierto. No he comido. Solo un poco de fruta y agua cuando huía del pueblo. No me han dado nada. Y ésto está muy oscuro. A mi pesar, aunque intento luchar, mis ojos se cierran.
Duermo.
Y sueño. Sueño que vuelvo a SegCom. Que vienen clientes nuevos. Que les echo un cabo, una mano, les ayudo a buscar y encontrar algo nuevo en sus vidas. Entonces me doy cuenta de que esos dos clientes nuevos, esa pareja, son Nadia y el tipo de la Barba. Ambos me sonríen como si la mueca estuviera mal dibujada en sus rostros de pesadilla.
Despierto cuando noto la luz. Han abierto la puerta. Dos hombres. Vestidos con mono negro y armados. Me invitan a levantarme. Apenas puedo percibir algo más que sus sombras, pero obedezco. Ya qué más da. Que me lleven donde quieran. El pasillo, blanco, inmaculado. Un ascensor al final. Los dos hombres me acompañan, me custodian, me guardan.
Entramos en el ascensor. Descendemos. Más allá del vestíbulo. Seguimos bajando hasta el parking. Nos detenemos.
El parking, grande, pero apenas hay coches en él. La mayoría, coches oficiales, Mercedes y BMW, todos negros o gris oscuro o azul oscuro o cualquier color oscuro. Me invitan a salir y me señalan uno de los coches, un Mercedes. Mientras camino hacia él, la ventanilla se baja, y veo a Barba y al conductor. Barba parece despejado. Seguro que el cabrón se ha dado una buena ducha y ha cenado...o desayunado...
"Nos vamos de viaje, muchacho."
Quisiera preguntar a dónde, pero me doy cuenta de que ya lo sé. A alguna de esas casitas seguras y alejadas, o algún otro sitio similar, en donde puedan averiguar algo más, un poco más, aunque solamente sea un poquito más. Como intentaron hacer con Joan.
En otro momento, habría sentido miedo. Pavor incluso. Pero ni siquiera tengo fuerzas para eso. Es más, creo que no tardaré en volver a perder el conocimiento si no me dan algo de comer cuanto antes.
Débil, tan débil como no puedo recordar que estuviera nunca, apenas me doy cuenta del sonido familiar. Los neumáticos de un coche en el garaje. Ese sonido tan carácterístico. Lo conozco. Levanto la mirada. Un BMW negro se dirige hacia nosotros. Entorno la mirada, intentando distinguir algo, y oigo los disparos. Repentinamente, me siento libre, mientras veo de reojo como los dos cuerpos que me acompañaban caen al suelo. Es entonces cuando me siento caer también. Desde esta nueva posición, con mi mejilla sintiendo el frío suelo, puedo apenas ver a Barba, entrando en el ascensor. Huyendo, con la mirada aterrada. No creo que hoy le den ninguna medalla.
Cierro los ojos, mientras extraños sonidos me acompañan.
No sé cuanto tiempo transcurre, pero algo, un sabor que conozco, me despierta. Siento frío, fresco. Sí, ese aire fresco.
La bebida. El líquido delicioso de Drezner, frío, helado, en mi boca. Abro los ojos. Lo primero que veo es su rostro. Drezner, mirándome, sonriendo. Y, sobre él, de pie, Nadia y Joan, mirándome, sonrientes también.
Estoy en casa.


agosto 18, 2005

Día Cuarenta y Seis


Unir las partes de un todo siempre se me ha dado bastante bien. Y ser un imbécil cegado por los acontecimientos que se desarrollan ante sus propias narices...también.
Lo tenía delante, frente a mis narices, y no me he dado cuenta. Fanáticos contra locos. En un lado de la balanza, un trozo de carne podrida, y en el otro...otro trozo quizás más putrefacto si cabe.
Esa bebida. Drezner. Un tipo huido de la Argentina, un químico. Un hombre buscando la paz en su vida, y alguien que aparece y le ofrece la tranquilidad que está buscando. Pero Drezner no fue captado por la desaparecida dictadura únicamente por sus ideas políticas. Había algo más. Había desarrollado...esa bebida. Ese compuesto. Lo que sea o cómo se llame. Algo que, en una determinada dosis, durante un determinado tiempo...es capaz de ampliar el espectro de resistencia en el ser humano. Lo sé porque lo he vivido. Lo he probado. Y aún lo siento en mi cuerpo. Puedo correr como nunca antes. Me recupero en pocos minutos. Mi cuerpo está afinado como un violín unos segundos antes de ser tocado por manos maestras.
Y La Cruz, interesada en hacer uso de ese descubrimiento, sabe Dios con qué objetivo.
Y, peor aún, el Gobierno, intentando conseguirlo...El ejército....Las implicaciones se me escapan. No puedo pensar con claridad. Las marionetas no piensan. Y, si levanto mis ojos, casi puedo ver los hilos que me han manejado de una u otra manera. La Cruz, entrenándome, dándome confianza, con el objetivo de alcanzar un fin que aún desconozco. El Gobierno, aprovechándose de mi situación, de mi capacidad, de mi suerte o maldita mi suerte, para infiltrarme en la organización.
BMW me había vendido, y muy bien. Unos locos asesinos que quieren dominar el mundo, la gente es lo que importa realmente, no sabemos de lo que son capaces, planean algo...Sí, todo eso no deja de ser cierto, pero no es ahí en donde reside el problema. El problema es que quizás todo eso podría haber sido controlado sin demasiados problemas. Pero ellos quieren algo más. Realmente, es lo único que quieren. No creo ni que les importe una mierda el objetivo real, aquello que los miembros de La Cruz se proponen. ¿Un atentado?. ¿A quién le importa uno mas?. Eso les permitirá endurecer una o dos leyes, detener a un par de docenas, publicitar su gobierno como el mejor que podemos tener...Y, mientras tanto, ese oro líquido que tanto les interesa, que puede aumentar la capacidad de resistencia de un ser humano...sabe Dios hasta dónde...ese líquido será suyo.
Quizás no les parezca un precio tan alto unos pocos muertos más. O lo que sea que La Cruz se proponga. Joan es peligroso. Ha matado. Y Nadia. Y muchos otros seguramente dentro de la organización. Pero no son diferentes al tipo de la Barba que me mira, que aguarda frente a mi. No son diferentes. Quizás ni tan siquiera peores.
¿Qué estoy pensando? ¿A dónde me lleva todo esto?.
Una marioneta.
Nada más que eso.
Observo detenidamente al hombre que permanece en silencio, aguardando, frente a mi. Quizás si hubiera traido conmigo una muestra, una botella con el líquido... Así, por lo menos, todo terminaría de una vez. Que se las arreglasen entre ellos. Para mí, al menos, todo sería un recuerdo.
No.
No es lo mismo. No se trata de lo mismo. Un Gobierno...
Tal vez La Cruz...
Estoy solo.
Y ya no sé que pensar. Y, lo que es aún peor.
Ya no sé qué está bien ni qué está mal.




agosto 17, 2005

Día Cuarenta y Cinco


Le llamaré Barba. No se me ocurre otro nombre. Y, realmente, no creo que pudiera llamarle de otra manera. Porque lo único que resaltaba en su cuerpo orondo, en aquel rostro de ojos negros y penetrantes, era aquella barba, que lo ocupaba casi todo, con la que jugaba mientras hablaba, quizás para hacerse el interesante, quizás porque no sabía hacerse sentir de otra manera.
Nos dejaron a solas en una habitación. Comenzaba a acostumbrarme a aquel tipo de estancias. Era parecida, a su manera, a aquella otra en la que, semanas atrás, había visto como torturaban a Joan. La sola idea de que fueran a hacer algo así conmigo me provocó un ligero temblor. Pero no habría tenido sentido. A pesar de aquella presencia imponente y, en cierto modo, estremecedora, Barba parecía un tipo en el que se podía confiar.
Por supuesto, estaba equivocado.
"Cómo bien se puede imaginar, estamos al tanto de todo lo ocurrido hasta hace unas semanas. La "misión", si podemos llamarla así, en la que estaba envuelto Marcos Molina, su fastidiosa desaparición, su asesinato y, por supuesto, el informe de nuestro hombre, que cayó abatido a tiros en nuestra "casa segura", hace unos días. Varios hombres murieron en esa casa, al parecer para rescatar al cabecilla de La Cruz...y a usted".
¿Rescatarme?
Algo no le había quedado claro a aquel tipo. Nadie me había rescatado. Bueno, ellos creían que sí, pero yo simplemente me estaba aprovechando de mi condición de "infiltrado" para encontrar el ordenador de Nadia, el que acababa de entregarles hacía unos minutos, y descubrir cuales eran los planes de La Cruz.
Barba negó con la cabeza.
"No consta en ninguna parte que usted, señor mío, haya ejercido ninguna labor de colaboración con el gobierno de este pais en ningún momento." Se detuvo unos instantes, acariciando la barba, la jodida barba que empezaba a ponerme nervioso. "Y, la verdad, conociendo a mi compañero, el hombre asesinado en nuestra casa segura, me cuesta creer que no lo mencionara en ninguno de sus informes. Resumiendo, lo único que me interesa...perdón, nos interesa, es saber qué le ha llevado a usted, un trabajador de SegCom, una empresa bajo investigación desde hace meses por el Ministerio del Interior, y sospechoso de colaborar, sino algo más, con una organización de probada tendencia terrorista, a entregarse. Dicho de otra manera...sólo estoy esperando oir sus condiciones. Y, créame, soy todo oidos."
Creo que intenté negar con la cabeza, pero mi cabeza no se movía. Abrí la boca, pero mi boca no dijo nada. Levanté ambas manos, intentando decir algo...y me sentí como una maldita marioneta.
"Bueno, si quiere que le sea sincero...", llegado a este punto, Barba dió un paso al frente, dejando que la ténue luz que entraba por el único ventanal de la estancia le iluminara "...tengo que decirle que estamos en condiciones de valorar su colaboración. Incluso si fuera cierto que es usted un colaborador del gobierno, cosa harto difícil de creer...".
"Pero les he traido el ordenador", alcancé a decir.
"Ese ordenador tiene que ser suyo, señor mío. Sólo tiene un par de juegos, algunas cartas a clientes de SegCom...y poco más. Y usted ya sabe qué es lo que nos interesa realmente de todo este asunto. Si está dentro, lo sabe. Si es parte de ellos, lo sabe, y si realmente colabora con nosotros...mi compañero se lo tuvo que decir".
Negué con la cabeza.
"El pueblo...tienen que ir al pueblo. Ya se lo dije en el helicóptero. Me retuvieron en...".
"Hemos enviado un helicóptero a sobrevolar el pueblo ese del que ha hablado. Solamente hay unas pocas personas, algunas ovejas, unos niños...y nada más. Ese lugar ha sido ocupado por unas pocas familias desde hace un año y pico. Tienen todos los permisos para recuperar el pueblo abandonado. Así que déjese de gilipolleces. Si es verdad que estuvo con ellos, y ha...llamémosle desertado, es que tiene algo con lo que negociar".
Tomé aire. Sentí que las piernas comenzaban a temblar. Intenté disimularlo.
"Creí que sus planes estaban en ese ordenador. Me han engañado para que...".
"¿Planes?", me detuvo, caminando hasta llegar frente a mi. Su rostro estaba a menos de diez centímetros del mío. Podía distinguir perfectamente aquellos ojos negros clavados en los míos. Mis piernas dejaron de temblar." Sabemos cuales son sus planes. No nos interesan los sueños de un par de locos que se creen los salvadores del mundo o algo peor. Lo único que queremos es la fórmula".
La Fórmula.
¿De qué coño...?.
Dí un paso atrás.
La Fórmula.
Acababa de comprenderlo todo.



agosto 16, 2005

Día Cuarenta y Cuatro


Mientras me sentaba sobre una roca, esperando a que alguien contestase al otro lado, mientras echaba un vistazo al magnífico paisaje que me rodeaba, sentí frío. Y algo de miedo también. Pero duró apenas unos instantes. Alguien contestó al otro lado. Una voz de mujer. Simplemente un "¿Diga?", una voz neutra, sin ruido de fondo, sin estática, sin nada.
Intenté explicarle quién era, o lo que había ocurrido. No recuerdo exactamente las palabras. No recuerdo nada que no fuera un silencio absoluto al otro lado de la línea, hasta que la voz me pidió que esperase un momento, y el momento se convirtió en eternos minutos hasta que otra voz, esta vez un hombre, me solicitó calma, y me preguntó cómo había llegado el teléfono a mis manos. Le expliqué nuevamente lo ocurrido en la casa, hablé de La Cruz, y entonces me preguntó si sabía dónde me encontraba. Mi respuesta no pareció desanimarle. Me rogó que no apagara el teléfono móvil bajo ningún concepto, y que confiara. En poco tiempo, volveríamos a hablar.
Volví a quedarme a solas en aquel paraje. Solamente me acompañaba el canto de los pájaros, y algún que otro sonido proviniente del bosque cercano. Ramas rotas, ardillas quizás. No lo sabía. Simplemente bebí agua, comí un poco de pan y esperé. Quería no recordar, pero a mi mente acudió Nadia, y Joan, y sentí que me estaban buscando. Era seguro. Y me encontrarían antes que ellos. Quizás esta vez las cosas se torcieran demasiado para mí.
Pasaron un par de horas. Entrecerré los ojos un par de veces, algo cansado. Quería dormir, pero no era una buena idea. Comenzaba a preguntarme si algo de todo aquello era buena idea cuando llegó el sonido. Apenas perceptible en un principio, firme y grave a medida que pasaban los segudos.
Entonces lo vi claramente, sobre mi cabeza. Un helicóptero, sobrevolando los árboles, desde detrás de las montañas. A unos quinientos metros, entre el bosque y la roca en la que descansaba, había un pequeño claro, que aprovechó para tomar tierra. Me incorporé y caminé lentamente hacia él. La puerta se abrió. Había dos hombres y el piloto dentro. Uno de ellos me indicó que me acercase. Alto, mediana edad, barba perfectamente cuidada, cabello escaso. Al lado del piloto, alguien que parecía militar. Al menos, algo en su mirada, en sus gestos, parecía indicarlo.
Me senté al lado del hombre de la barba. El helicóptero comenzó a elevarse. Me sentí incómodo. A medida que lo hacíamos, y mientras aquel hombre me enseñaba su identificación del Ministerio del Interior, pude ver el valle en el que me encontrara hasta hacía unos minutos. La vista desde allí arriba era magnífica. Pero mis ojos no alcanzaron a distinguir el pueblo, ni a nadie más. Por supuesto, el helicóptero volaba en dirección contraria.
Hacia La Ciudad.
Hicimos la mayor parte del viaje en silencio. Pronto me encontré sobrevolando la ciudad que recordaba, los altos edificios acristalados, el puerto, la costa. Mi ciudad. No supe cuánto la echaba de menos hasta que vi el reflejo del helicóptero en uno de aquellos edificios.
Estaba de nuevo en casa.
Justo unos minutos antes de tomar tierra, en un helipuerto de un edificio del centro, sentí su mirada. El hombre de la barba me miraba de reojo. Por alguna razón, sentí que me esperaba, que de alguna manera sabía de mi existencia, y durante un breve instante, comprendí que algo se me había escapado en toda aquella trama.
Me faltaban unos pocos segundos para comprenderlo todo.

agosto 10, 2005

Día Cuarenta y Tres


Por supuesto, en aquellos momentos, arropado por el amanecer limpio y claro, un amanecer que, esperaba, me llevase de vuelta a la civilización y fuese el principio del fin de todo aquello, yo no podía imaginar ni saber exactamente en dónde me encontraba. Recordaba aquella gasolinera en la que nos habíamos detenido a repostar, pero desde aquel instante hasta el momento en el que habíamos llegado al pueblo...
Era imposible precisarlo. Lo único que sabía era que tenía que correr, mantener el ritmo y seguir corriendo, hasta sentir que me había alejado lo suficiente de todo aquello. Sólo entonces podría comenzar a pensar en detenerme. Aún así, no quería arriesgarme a tener un accidente, lastimarme o algo peor, y la verdad, no se podía distinguir demasiado en el claroscuro del amanecer, así que preferí correr con tranquilidad, con firmeza y seguridad, pero manteniendo un ritmo suave, a arriesgarme a caer por un barranco o algo por el estilo.
De vez en cuando, me detenía un par de minutos y bebía agua. Miraba a mi alrededor, pero el paisaje, salvo por el hecho de que las montañas parecían moverse a mi alrededor, no cambiaba demasiado. La naturaleza que me rodeaba, caminos, árboles, los pájaros saludando al nuevo día, las hojas en los caminos...Todo era igual un minuto tras otro.
Cómo suele sucederme cuando estoy corriendo, mi mente trabaja, se siente mejor, y me trae recuerdos, me propone ideas, me da pistas. Sentía que había tenido suerte al no despertar a nadie y haber escapado en un breve espacio de tiempo, pero a estar alturas estaba seguro de que Nadia ya habría notado mi ausencia, avisando enseguida a Joan. Lo que no podía precisar era cuál sería su siguiente paso. Si me daban por perdido, tendrían que huir de allí. Había otros pueblos. Estaba seguro que aquel cúmulo de casas que me había acogido durante aquellos días era algo "legal". Sus permisos, incluso su subvención para mantener vivo un pueblo muerto y abandonado. De nada serviría buscar a Joan allí. Ni a Nadia. Al menos, esperaba que en su ordenador hubiese información suficiente sobre el resto de los pueblos repartidos por todo el pais, sobre sus planes, sobre ese "gran plan", y quizás sobre mi importancia o presencia en el mismo.
Lo que más me estaba lastimando de aquella carrera contínua era darme cuenta de que iba a echar de menos a Drezner. Había llegado a tenerle en gran estima. Era una buena persona, buena gente, él y su mujer habían sufrido lo indecible durante una gran parte de su vida, y se merecían seguir adelante y vivir en paz. Solo esperaba que mi decisión no les perjudicase a ninguno de los dos. Con un poco de suerte, seguirían siendo un matrimonio inocente que nunca sabría lo que se había "cocido" a su alrededor.
Y sus consejos. Había progresado con él lo indecible. En apenas dos semanas. Era increible. Y aquella bebida. No encontraba explicación. Y durante un instante, temí perder todo aquello que había conseguido. Recuperarlo me llevaría quizás dos o tres años.
Inconcebible.
Me detuve, y eché mano del agua de la mochila. Al hacerlo, recordé algo. El teléfono móvil de BMW. Miré a mi alrededor. Seguía en parte rodeado por montañas, pero me pareció haberme alejado lo suficiente del valle. Conecté el teléfono y aguardé unos instantes eternos, impaciente, deseoso, mientras bebía un poco más de agua.
Una barrita.
Dos.
Tres.
Cobertura.


agosto 09, 2005

Día Cuarenta y Dos

Estoy acostumbrado, muy acostumbrado, a madrugar. Cuando hay alguna competición, un medio maratón, un diez mil, lo que sea, uno necesita desayunar y al menos dejar pasar tres horas hasta el momento de competir, y esas competiciones suelen comenzar temprano, en ocasiones a las nueve de la mañana. Y, en verano, siempre me ha gustado entrenar antes de ir al trabajo, lo cual a veces quería decir que había que levantarse sobre las cinco y media de la madrugada.
En esta ocasión, tocó madrugar mucho más.
Nadia dormía a mi lado cuando abrí los ojos. Creo que no los había cerrado en toda la noche. Pero tenía que fingir que así había sido. Y confiar en la suerte. En el baño, todo estaba preparado. La mochila, dos botellas con agua, mi ropa deportiva, el teléfono móvil de BMW...Me vestí, calzándome las zapatillas, ajustándome las mallas cortas, la camiseta, la gorra, la chaqueta del chandal, me eché la mochila a la espalda y volví a pasar por delante de la habitación. Nadia seguía durmiendo.
Salí al exterior, oscuro, negro como el café más negro. Rodee la casa y subí el canalón hacia la habitación contigua al baño. Una vez más, procurando hacer el mínimo de ruido posible, entré en la estancia. El ordenador de Nadia, con el que había estado trabajando unas horas antes, estaba en su sitio. Lo introduje en la mochila. Un poco apretado, pero bien. No pesaba demasiado. No supondría un problema.
Salí de nuevo al exterior.
Había un par de coches en el pueblo. Por si algo ocurría. Nunca se sabe. Pero no podía perder tiempo buscando unas llaves, dejándolo caer cuesta abajo por la colina sin encender el motor para evitar el ruido, y ese tipo de cosas. La única manera que tenía de salir de allí era de la única manera que sabía hacerlo.
Corriendo.
Había 40 km, más o menos, hasta la población más cercana. Hasta el lugar de donde venía. O cualquier otro, me daba lo mismo. Esperaba al menos encontrar cobertura antes y poder llamar a alguien. Había estado examinando la agenda del teléfono de BMW. No había nombres, todo eran abreviaturas, y la verdad, ninguna me decía nada, pero en la lista de últimas llamadas recibidas se repetía constantemente una de aquellas abreviaturas. REM. No creo que se tratase del grupo, así que seguramente algo significaba. Esperaba que se tratase de algo bueno, que me viniesen a buscar, y así poder contarle mi historia a alguien. Lo que hicieran después, me daba lo mismo. Supongo que vendrían a aquel pueblo, que detendrían a Joan y a los suyos, y que yo podría pasar página y olvidarme de todo lo ocurrido en las últimas semanas.
Comencé a correr, despacio. No quería perder tiempo, pero tampoco agotarme. Sólamente salir de allí, alejarme lo máximo posible. A lo lejos, sobre el horizonte, pude ver el primer hilo de luz del amanecer, y sobre este resplandor, la sombra nítida de un pájaro sobrevolando la lejanía.
Me quedaba un largo camino, pero al menos había tenido suerte. Cuando me echaran de menos, quizás dentro de una hora o un poco más, estaría lo suficientemente lejos como para que no pudieran alcanzarme.
Resultaba fácil correr a primeras horas de la mañana. Me habría gustado llevarme un poco de la bebida que Drezner me suministraba todos los días, pero era del todo imposible. Él la traía consigo cuando comenzaban los entrenamientos, y siempre la dosis exacta para el día.
En aquel momento, mientras mi cuerpo se calentaba corriendo, y la sangre fluía hacia mis músculos con fuerza, comencé a sentir que echaba aquella bebida de menos cada vez más.
Y que la echaría en falta mucho más a medida que avanzara el amanecer.


agosto 08, 2005

Día Cuarenta y Uno


Mientras caminábamos, lejos del pueblo, ascendiendo lentamente la colina en la que entrenara horas antes, sobre nuestras cabezas, sobre mis recuerdos, sobre el mundo, comenzó a teñirse de rojo el cielo, y yo veía el rostro de Silvia a mi lado, oscurecido a medida que el ocaso avanzaba, pero aún lo suficientemente nítido y claro como para preguntarle la que tenía que ser, sin duda, la pregunta.
¿Porqué?.
Lo peor de todo, lo más temido, es que ya sabía la respuesta.
La Cruz.
Yo seguía sin comprender la capacidad de convocatoria que Joan y los suyos, que aquella organización salida de unas mentes enfermas pero, a su vez, nítidas en sus objetivos, tenían sobre el resto del mundo. Estaba seguro de que Silvia tenía una historia, una historia anterior a aquella que yo conocía, y de alguna manera aquella historia le había llevado hasta mi en otro tiempo, y lo que más me aterraba es que lo había hecho...cumpliendo las directrices de otros.
"No te asustes", susurró mientras se detenía y me miraba, y parecía recordar con melancolía tiempos que, ambos lo sabíamos, habían muerto. "No fue nada malo. Fue maravilloso. Estoy segura de que tú también lo recuerdas así. Nos quisimos. Era necesario que conocieras el amor de verdad, y el dolor que supone la pérdida. Si no hubiera sido así...ahora no estarías donde estás, no te habrías librado del caos que entró en tu vida, no desearías ayudar a los demás...no correrías como el viento...".
Me embobaba con sus palabras, y al hacerlo venían recuerdos que yo creía desechados. Y las preguntas seguían allí. Me sentía como si mi vida, al menos en una gran parte, hubiera sido "fabricada" por gente hasta hace poco desconocida para mí. Y lo que más odiaba de todo aquello es que seguía sin saber la razón.
"Joan te la explicará. Cuándo llegue el momento. El futuro, nuestro futuro, tu futuro, es frágil, y lo estamos construyendo de la misma manera que se infunda aire al vidrio para crear algo sólido. Con cuidado, con cariño, con mimo. Por eso, cada paso, cada momento, es importante".
Me tocó, acariciando mi mejilla. Cerré los ojos, recordando su piel, su aliento caliente, sus palabras en mis oidos, sus manos en mi pecho. Entonces, retiró la mano, y volvió a mi aquella sensación de pérdida, de desaliento, de falta.
Abrí los ojos. Me miraba sonriendo, feliz. Yo no podía entender porqué. O tal vez sí. Para ella, todo tenía sentido.
"Tienes que confiar. Cuando todo esté claro, serás también feliz, como yo ahora. Eres más de lo que eras cuando me fuí. Eso es lo único que importa".
Quise decir algo, pero me descubrí sintiendo que ella tenía razón. Caminamos de regreso al pueblo, ya casi de noche. Nos detuvimos unos segundos en el camino que lo cruzaba, y ella tomó mi mano, durante un instante, volviendo a sonreir. Después, acarició nuevamente mi mejilla, su mano se retiró, y la vi alejarse camino arriba. Supe entonces que no volvería a verla. Había terminado de cumplir su función. Me estaban preparando para el gran momento, y yo podía sentirlo cada vez más y más cercano.
Miré hacia mi casa, y en el piso superior, a través de una de las ventanas, la de nuestra habitación, pude ver a Nadia, mirándome, aguardando.
Entonces lo supe. No iba a esperar ni un minuto más. Entraría en aquella habitación, metería el ordenador en mi mochila y huiría de allí. No iba a esperar a que aquella pandilla de sociópatas siguieran decidiendo mi destino. Tampoco iba a esperar una explicación. Estaban todos locos, como jodidas cabras, y el momento de la manipulación había terminado. En aquel instante, ni siquiera sentía curiosidad por saber cuál era "el plan", cuales eran sus objetivos, el porqué de todo aquello. Con lo que sabía eran suficiente. Si huía, si entregaba aquel ordenador al Gobierno, todos los planes de aquellas mentes enfermas se vendrían abajo, me dejarían en paz, y yo podría seguir mi vida, creándolo, creciendo, viviendo sin tener nada que ver con sus patrañas.
Era hora de joderlos a ellos.

agosto 03, 2005

Día Cuarenta


Diez años atrás. Y, aún así, si cerraba los ojos, envuelta en la penumbra, podía recordarla, perfectamente. Así es la memoria. A veces no puedo acordarme de lo que he de hacer en los próximos cinco minutos. O de una cita. O de mil cosas más que ahora no recuerdo. Pero ella, ella sigue ahí. Desde el día en el que, saliendo con un helado en la mano, habíamos tropezado, y mi helado se había derramado sobre su camisa. Sus ojos negros como la noche más oscura, su piel suave, su voz grave, su espalda, curva y fuerte...
Silvia.
Seis meses conociéndonos y el impulso repentino del matrimonio. ¿Incomprensible?. Quizás. Pero así había sido. Durante dos años, vivimos en un modesto, muy muy modesto apartamento. Ella terminaba de estudiar biología. Yo trabajaba. Pero era lo mejor que podía, que puedo recordar. Su cuerpo cálido aguardando todas las noches, sus besos al amanecer, su voz susurrando en mi oido...
Y, una mañana, eso sí que puedo recordarlo perfectamente, todo cambió. Uno de esos días para los que uno no nace. Visto en el momento, me pasó desapercibido. En la distancia, fué el principio del final. Comenzaron sus ausencias. No físicas. Simplemente, no estaba allí. Y las quejas, sobre su carrera, sobre el mundo, sobre la vida, sobre nosotros. El desencanto. Yo veía avanzar la muerte hacia nosotros, y no encontraba, no sabía, no había manera de huir.
Una mañana se fué. Así. Sin más. Tomó su ropa, sus cosas, muy pocas y, en sueños, creo recordar un beso fugaz en la mejilla. Pero yo dormía. Probablemente se trate de mi imaginación. Quién lo sabe. Aún así, sigue siendo mi último recuerdo de ella. Sus labios cálidos, su piel, su olor...y nada más.
Para mí, en aquel preciso instante, fue el principio...del caos. De repente, todo había girado. El mundo vuelto del revés y, con él, la vida que conocía, a la que había podido aspirar. La muerte del sueño. Y el principio del dolor, del miedo, del pánico. Fueron, quizás, no, sin quizás, fueron los peores años. Los años del caos absoluto. Hasta que, lentamente, tras la muerte de mi madre, el regreso de mi padre, el cambio de trabajo, mi entrada en SegCom, el regreso a la práctica del atletismo....
Oh, no.
Todos estos pensamientos, recuerdos, recapitulaciones, pasaron por mi mente en décimas de segundo mientras veía a Silvia, allí, frente a mí, sonriendome, como si ayer mismo hubiese abandonado mi vida. Y, a su lado, Nadia, también asomando su tímida sonrisa. Ambas eran conscientes de mis recuerdos, y ambas, lo supe al instante, eran conscientes del proceso. De que la "huida" de Silvia había supuesto el comienzo del Caos, y que una serie de circunstancias armónicamente conjuntadas habían supuesto el fin de aquel caos.
Y Silvia lo había disparado todo.
Y Silvia estaba allí.
"Demos un paseo", dijo ella, y Nadia asintió, dejándonos a solas.
Un paseo.
Todo estaba preparado. Planeado. Desde el principio. Desde siempre. Por Joan, o por mi propio padre. Todo. Lentamente, muy lentamente, con mucha paciencia, con el paso de los años, todo , absolutamente todo, incluso quizás cosas que yo no podía imaginar, cosas que ni podía recordar, de mi infancia, de mis años de adolescencia....
Todo dirigido hacia....
Durante un instante, me sentí desfallecer. Apoyé mi mano derecha sobre el fregadero de la cocina, un segundo nada más, intentando recuperar la compostura.
"Eres muy importante. Aún no sabes cuanto", dijo Silvia, repitiendo las mismas palabras que pronunciara Joan.
Algo me decía que estaba a punto de descubrirlo.

agosto 02, 2005

Día Treinta y Nueve


Encontrar el instante preciso fué quizás lo más difícil. Pero ocurrió. Tenía que ocurrir en algún momento. Y creo que tuvo lugar en el mejor instante posible. Aún así, nada podía ni iba a ser como yo me lo imaginaba.
Acababa de terminar el entrenamiento, esta vez al atardecer. Drezner me había cronometrado, y el resultado me había dejado completamente fuera de lugar. 12 km en 47 minutos y medio. Eso quería decir menos de 4 minutos por kilómetro. Nunca en mi vida, nunca, ni siquiera había soñado en acercarme a una marca semejante. Nunca. Era como aterrizar en otro planeta, descubrir que no era yo el que corría o algo por el estilo. Era, por momentos, como si aquello no me estuviera ocurriendo a mi.
Caminamos hasta la casa que compartía con Nadia, mientras terminaba, como siempre, la bebida que Drezner me había preparado. Yo sabía, lo sabía con seguridad, que aquel líquido tenía algo que ver. Pero me recuperaba mejor que nunca, no me encontraba cansado, no me encontraba mal en ningún momento, y en realidad, me veía y me sentía mejor que nunca. Si además de eso hubiera tenido las ideas claras, habría sido perfecto. Pero, evidentemente, una bebida no podía afectar a mis ideas o a mi visión del mundo.
La casa se encontraba solitaria. Nadia me había dejado una nota. Había ido a pasear con Joan. Y había una taza de café en el fregadero. La tomé entre mis manos. Aún estaba caliente. Sin pensar en ducharme ni nada por el estilo, subí las escaleras de tres en tres y llegué hasta la habitación cerrada a cal y canto. La puerta era un bloque sólido, y aunque la empujé con fuerza, no se movió ni un milímetro. Pensé, dí vueltas a la situación, entré en el baño y me asomé a la ventana. Desde allí se podía ver la ventana de la habitación contigua. Estaba cerrada, pero se podía abrir perfectamente desde el exterior. Y un largo canalón llegaba hasta esa ventana.
Tuve suerte, y no me crucé con nadie. Subí el canalón sujetándome con firmeza, y al llegar arriba abrí la ventana sin problemas, apoyando una mano en el cristal y empujando hacia arriba. Por lo visto, no pensaban en todo.
El interior de la habitación era realmente poca cosa. Un par de muebles viejos, el ordenador de Nadia y un modem inalámbrico. Abrí el ordenador y en cuanto hubo cargado el sistema operativo, me encontré con la esperada contraseña de acceso. Era evidente que no iba a poder copiar nada. Se me ocurrían un par de palabras, pero estaba claro que ninguna me iba a dejar acceder. Tenía que llevarme aquel ordenador de allí, y huir. No podía hacer otra cosa. Si Carlos hubiera estado conmigo, seguro que habría entrado en dos minutos, se habría conectado a sabe dios qué satélite a través del modem y...
Pero de nada servía pensar en Carlos ahora, o en cómo podrían haber sido las cosas. La siguiente opción, la única, era escapar. Y tenía que hacerlo cuanto antes. Si permanecía un instante más entre aquella gente...sentía que terminaría desfalleciendo. Por alguna razón, simpatizaba segundo a segundo con aquella forma de vida, y eso, lo sé, lo siento, consigue que me olvide de que esa gente ha matado a otra gente para llegar hasta aquí.
"Como ha hecho este gobierno y cualquier otro. Matar gente para conseguir objetivos. Lo que ocurre es que si ellos lo hacen, está bien, y si alguien de fuera lo hace buscando algo mejor...es un crimen".
Esas habrían sido las palabras de Joan, o de Nadia. Sin tenerlo delante, podía oirle perfectamente. Sabía cual era su discurso, su punto de vista, ya no por familiar...sino porque, a cada minuto que pasaba...lo iba haciendo, sin querer, propio.
Cerré la ventana y bajé de nuevo por el canalón. Rodee la casa y abrí la puerta de entrada. Nadia estaba dentro. Pero yo había aprendido a disimular. No había problema. Nadia me sonrió al verme entrar.
"Vienes de entrenar", dijo. "Te estábamos esperando".
Entonces reparé en que, de espaldas a mi, un poco alejada de ella, observando a través de la ventana, había otra persona. Una mujer. Mientras me acercaba a Nadia para saludarla y darle un beso, aquella mujer se volvió lentamente, y pude ver su rostro, sus ojos conocidos, su cuerpo, sus cabellos castaños, su porte esbelto.
Se trataba de Silvia.
La recordaba perfectamente.
Habíamos estado casados dos años.

agosto 01, 2005

Día Treinta y Ocho


Esta tarde, después del entrenamiento, Joan y yo hemos dado un paseo. No demasiado largo. Joan aún necesita el bastón para caminar, y tiene que hacerlo despacio. Pero ya ha recuperado el tono rojizo y vivo en el rostro, y se permite sonreir, incluso hacer bromas. Al principio, como era de esperar, me ha preguntado por mis progresos en los entrenamientos. Y, quizás debido a mi ego, no he podido mentirle. Avanzo, y mucho, cada día. Cada vez más y más. Segundo a segundo. Ésto le ha alegrado aún más, así que no he perdido el tiempo. Necesito saber porqué este entrenamiento es tan importante para mí, o para La Cruz. Y necesito saber porqué está ocurriendo todo ésto.
"Mira a tu alrededor", me ha contestado. "La mejor respuesta que puedo darte es lo que ves. Éste es nuestro proyecto. Un proyecto de futuro. Quizás no hayamos llegado hasta aquí de la mejor manera posible. Tampoco el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos. Y nos hemos aprovechado de él. Nuestra presencia en todas esas compañías, por todo el pais, nos ha servido para encontrar el material humano que necesitábamos. Ya lo has visto. No pretendemos más de lo que ves y sientes. Un mundo mejor en el que vivir".
Conozco la retórica de Joan. Sé cuando sus palabras invitan a leer entre lineas. Cuando dice un mundo mejor, siempre quiere decir "el mundo que yo he decidido que es el mejor". O, al menos, eso es lo que siempre ha querido decir. Supongo que mis gestos, mi propio rostro, me traicionan, pues Joan me ha mirado, sonriendo, pero negando a su vez con la cabeza.
"No confías. Lo entiendo. Te hemos puesto a prueba. Yo mismo no confiaba en que pudieras ser uno de los nuestros. Pero pasaste la prueba. Y creo que la volverías a pasar si así te lo pidiéramos. No me mires así. Sé que lo de Carlos te dolió. Pero vi en tus ojos que te sobreponías a aquel dolor. Tu pistola nunca llegó a dispararse, no lo olvides. Y él sí que no estaba preparado. No confiaba. Aunque quizás tú no confíes aún, sabes que ésto está bien, que es lo mejor que se puede hacer por este mundo que cada vez se hunde más y más en el caos. Ese caos del que tu conseguiste huir gracias al deporte. Se podría decir que, literalmente, huiste corriendo de aquella vida, verdad?".
¿Cómo puede Joan saber tánto sobre mí, sobre mi vida pasada?. Enseguida, he pensado en mi padre. En su presencia dentro de La Cruz. Esa podría ser la explicación, pero mi padre literalmente se desentendió de mi, de mi madre, de nuestra vida durante todos aquellos años.
"No. Nunca dejó de seguir tu camino. De cerca. Pero tú no podías saberlo. Por eso regresó a tí en sus últimos años. Porque, incluso más que en su propia obra, en aquello en lo que había confiado durante la mayor parte de su vida, confiaba en ti".
Mi padre me había avisado contra esta gente. Contra La Cruz. Pero eso era algo que, ahora, no me podía permitir exteriorizar.
"Confía. Cuando llegue el momento, todo será revelado. Pero, para ello, tienes que estar preparado. Y aún no lo estás. No te queda mucho, o al menos eso es lo que Drezner dice, pero aún no ha llegado el momento. Te prometo que llegará, que será pronto, y que será maravilloso. "
Ha apoyado su mano sobre mi hombro, dándole pequeños golpecitos.
"Y descubrirás tu verdadero papel en éste maravilloso cuadro que estamos pintando. Tienes mi palabra".
Durante unos instantes, la luz del atardecer cruzó los árboles que rodeaban a Joan y, desde su espalda, sentí cómo si estuviera acompañado de una figura fantasmal, encorvado ligeramente, apoyado en su bastón, mientras la quietud del bosque nos rodeaba. Ni un sonido, ni un pájaro, ni tan siquiera el murmullo del viento.
Nada.
Tengo que entrar en esa habitación y conseguir ese ordenador, o sus archivos. Tengo que encontrar la manera de salir de aquí. Huir. No sé cómo, pero huir.
Cuanto antes.