noviembre 30, 2005

Día Sesenta y Tres


Abro los ojos.
El lugar me suena, pero no sabría decir de qué. No puedo mover la cabeza. No puedo ver más allá de la pared que hay frente a mi. Y, en la pared, solamente puedo ver un reloj, y sentir su “tic-tac” acompañándome. Una pared blanca y un reloj oscuro. Y, aún así, presiento que el lugar, el ambiente que me rodea, si es que algo me rodea, me es familiar.
Una persona aparece. Un hombre. Con bata blanca, acompañado de una mujer, también con bata blanca.
Estoy en un Hospital.
El hombre me mira y me habla, pero no puedo comprender nada de lo que dice. No alcanzo a oír sus palabras. Niega con la cabeza mientras mira a su compañera, ayudante, lo que sea. Abandonan la habitación. Simplemente, desaparecen de mi alcance. No puedo moverme. Y ahora me doy cuenta. No siento nada. Piernas o brazos, o respiración.
Estoy total y absolutamente inmóvil.
Y, frente a mi, el reloj que avanza lentamente.
Cierro los ojos. No sé cuanto tiempo ha transcurrido cuando los vuelvo a abrir. Son las once y está oscuro. Una enfermera aparece y hace algo sobre mi cabeza. Un momento. Un nuevo sonido. Además del tic-tac del reloj.
Conozco esos agudos “bips”.
Es mi corazón. La máquina que monitoriza mi corazón. Puedo oírla también.
Y nada más.
Cierro los ojos.
Ya es de día. No sé cuanto tiempo ha pasado. Me gustaría saber si han pasado dias o semanas o meses. Y qué ha sido del pueblo, y de Joan, del mundo que conozco. Ni siquiera se si estoy vivo. Esto puede ser algo parecido a una alucinación. Tal vez me estoy muriendo, y esto es lo que ocurre cuando alguien se muere, el paso intermedio entre este mundo y el otro, si es que hay otro mundo esperando.
Una figura aparece en mi campo de visión. Es una mujer. Una de las enfermeras. Lleva un gorro de Papa Noel, y un matasuegras. Otra chica aparece detrás, con serpentinas y una copa de champagne. Y más gente. Tantos que ocupan todo mi espacio. Sonríen, aunque en alguna de las chicas veo tristeza.
Sobre sus cabezas puedo ver el reloj. Las once y media.
Noche.
Es Fin de Año.
31 de Diciembre.
No estoy muerto. Estoy en un Hospital. Estoy vivo. Joan me ha disparado. Estoy en coma, quizás, o algo parecido.
La habitación se vacía. La celebración se traslada a otra parte. Una de las chicas me da un beso antes de irse. Su rostro se acerca al mío. Pero no puedo sentir el beso, ni sus labios o su piel.
Sólo puedo mirar el reloj.
Las doce menos cinco.
4
3
2
1…
No ha ocurrido nada. Lo sabía. Estoy atrapado en una habitación de hospital para el resto de mi vida, y todo a cambio de nada.
De nada.
Un momento.
El “bip” de mi corazón. No puedo oirlo.
El reloj no se mueve. Ha pasado un minuto, o quizás más, pero el reloj permanece detenido en las doce en punto.
Y entonces siento algo sobre mi cuerpo. SIENTO mi cuerpo. Algo se mueve sobre él. Despacio. Ya no hay tic –tac. Ya no hay sonidos. Solo esa sensación en mi cuerpo. Conozco esa sensación.
Sonrío, y puedo “sentir” mi sonrisa.
El gato, el mismo gato que viera en el pueblo, aparece caminando sobre mi cuerpo, hasta llegar frente a mis ojos, y después se tumba. Y, mientras lo hace, puedo ver como, poco a poco, aumenta la claridad en la estancia. El gato me mira y comienza a lamerse tranquilamente.
Una luz inesperada lo envuelve todo. Pero no me hace daño en los ojos.
La puerta de la habitación se abre. Muy, muy despacio. Conozco a la persona que está al otro lado, que se asoma y me sonríe, mientras con su mano me indica que me incorpore y le siga.
Drezner.
Tal vez esté muerto.
O no.
La otra explicación es que “esto” es el 32 de Diciembre.
Me incorporo en mi cama, y entonces lo veo, a mis pies. Mi equipo. Mis zapatillas, mis guantes, mi pantalón, la camiseta y un dorsal. Un dorsal. El 001.
Drezner me vuelve a animar para que haga lo que tengo que hacer.
Esto tiene que ser el 32 de Diciembre.
Y tengo algo que hacer.
Correr.

noviembre 29, 2005

Día Sesenta y Dos



“¿Qué has hecho, por el amor de Dios?”.
Joan me miraba desde más allá de donde yo podía alcanzar a vislumbrar. Desde un lugar que solamente él conocía. Desde ese lugar al que yo tenía, tendría que acceder en algún momento. Quizás, sospeché, temí, desde otro mundo.
“Después de todo esto, tal vez sea ya hora de quitarnos la careta, hermanito”. Mientras me llamaba “hermanito” su mano abarcó con un gesto todo lo que le rodeaba. Llamas, dolor, gritos, cuerpos carbonizados, gente huyendo…muerte.
“Se acerca el momento, y creo que ya estás preparado. De hecho, esto que nos rodea, toda esta gente, todo eso que tu pequeña mente llama “muerte”, sigue siendo una parte del camino que tenías que recorrer. Ese mismo camino que te llevó desde el mismo día de tu nacimiento hasta hoy, hasta aquí, hasta ahora”, señaló con ambas manos el suelo nevado que nos rodeaba, y mientras hablaba aquella sonrisa había ido desapareciendo de su rostro, dando paso a, quizás, un atisbo de rabia y odio en su mirada. “Estaba escrito que aparecerías algún día, hermanito. Es de esas cosas que La Cruz sabe desde que es Cruz. Dicen que el Libro, este Libro, lo profetiza. No puedo saberlo. Nadie puede saberlo. Nadie entiende lo que el maldito Libro dice. Pero algo es cierto en todo esto. Si tú ibas a ser una realidad, si esa Batalla, esa Carrera que está escrita desde el principio de los siglos, iba a tener lugar, y si tú eras el que finalmente iba a ganarla, yo tenía que asegurarme de que, a pesar de todos los esfuerzos de La Cruz, eso nunca ocurriera”.
Negué con la cabeza, sin comprender.
“¿Porqué?”.
Joan dio un paso hacia mí. Cada vez, la distancia que nos separaba era menor. Y, a cada segundo, podía ver, ahora con absoluta claridad, el odio en sus ojos encendidos en el mismo fuego que nos rodeaba.
“Porque en esa Carrera tienes un rival, hermanito. Un rival del que la historia no se ha preocupado. Un rival que será el Vencido. Un rival que, desde el principio, tenía una pequeña posibilidad de vencer. Lo único que yo podía hacer era minimizar tus posibilidades. La profecía, por llamarla de alguna manera, dice que el elegido es alguien especialmente dotado, y que conocería a alguien que le prepararía para su Carrera Final. La profecía dice que llegado el momento, su entrenamiento será perfecto. Pero todos sabemos de qué se compone un entrenamiento, verdad, hermanito?”.
Drezner siempre lo decía: “Cuerpo y Mente”.
“Exacto. Tu cuerpo es una máquina de precisión. Yo sabía que no podría hacer nada en contra de eso. Así que tuve que encargarme de que tu mente no estuviera todo lo afinada que debiera estar. ¿Qué tal lo he hecho, hermanito?”.
Me tambalee cuando dio un nuevo paso hacia mi. No quería tenerle cerca. Los gritos y llantos que me rodeaban parecían querer envolverme con el dolor de todas aquellas personas. Joan hablaba casi a gritos, y yo no quería comprender lo que realmente quería decirme. No quería, pero lo estaba comprendiendo.
“Así que me encargué de entrar a formar parte de La Cruz, gracias a mi padre, a NUESTRO padre. Y de que me presentase a Drezner. Y de que, antes de que le conocieras tú, conocerle yo. De guiar tu vida en la medida de lo posible. Y sabes lo mejor de todo? No resultó nada difícil. Hasta cierto punto, tenía la mejor ayuda que se puede desear. Porque yo era su favorito. Pero eso es algo que tú ya sospechabas desde hace unas semanas, ¿verdad?. Por eso estuvo conmigo y no contigo. Por eso, cuando le tocó morir, lo hizo delante de tus narices, para verte sufrir, para marcar una nueva mella en el revolver que los dos, desde siempre, hemos ido disparando contra tu mente. Yo era el favorito de papá. Siempre lo fui. Porque él, desde siempre, prefirió que no fueras tú el elegido. No soportaba a esa que después fue tu madre. No soportaba que fueras tú aquel del que hablaba la Profecía. Y, desde dentro de La Cruz, se encargó de promoverme hacia niveles superiores. Y así fue como llegué hasta donde he llegado, y así fue como pude guiar tu vida, hacer que conocieses a la que fue tu esposa, que cayeras después en el más absoluto Caos, que conocieras a Nadia, que poco a poco te fueras acercando a aquello para lo que estabas destinado. No podía evitar que tu cuerpo fuese el elegido, pero sí que tu mente estuviese a la altura.”
En aquel momento, la puerta de mi casa, un poco más arriba de donde estábamos, se abrió. Uno de los hombres de Joan asomó al exterior. Nadia le acompañaba. Pero no era Nadia. Solamente su cuerpo. Ella ya no estaba allí. Su mirada vacía de vida se perdía muy lejos de donde estábamos.
Negué, mientras sentía mis ojos llenarse de lágrimas. Caí de rodillas en la fría nieve. Y entonces, en aquel preciso momento, comprendí el alcance de los planes de Joan. Yo estaba solo. Mi padres se había ido. Y mi madre. Y nadie me respaldaba. Drezner ya no estaba. Y yo estaba seguro de que su muerte no había sido un accidente. Y ahora Nadia, después de haber llegado a amarla, yacía muerta a unos pocos pasos. Dios, y toda aquella gente, todos ellos, muertos, asesinados, carbonizados por la decisión de un loco, y solamente con un único objetivo. Romper mi voluntad y convertirme en lo que era en aquel preciso momento.
Sentí que ya no quería correr. Realmente, ya no había ninguna razón para hacerlo. De hecho, tampoco encontré una verdadera razón para luchar o para vivir, ni tan siquiera para lo que siempre había sido mi sueño. Correr.
Sólo quería dormir y no despertar nunca más.
Los gritos habían cesado lentamente. Solo podía escuchar el viento en los árboles, y el horrible aliento de la muerte a nuestro alrededor.
Joan llegó hasta mí, y desde mi posición de Caído, solamente alcancé a preguntar una última cosa.
“¿Porqué?”
“¿Pero aún no lo entiendes, hermanito?. Ha llegado el momento, la hora de la Batalla se acerca, y tienes que enfrentarte a tu rival. Y yo soy tu rival.
Levanté la mirada. Joan sonrió. En su mano pude ver el revolver. El cañón apuntandome directamente. Oí el disparo. Y nada más.
Solo oscuridad y silencio.
Y después, abrí los ojos.

noviembre 28, 2005

Dia Sesenta y Uno



Es difícil explicar cómo transcurre el tiempo, cómo literalmente vuela. Su verdadera relatividad nos es mostrada cuando nos encontramos inmersos en una aventura que escapa a nuestra comprensión, que nos lleva hacia un destino desconocido, que nos roba los minutos, que nos hace sentir que no tenemos tiempo para sentir.
El frío de la montaña dió paso a un frío mayor, y ese frío dió paso un día a los primeros copos de nieve, y esa nieve se convirtió en dos palmos de espesor. Correr por la montaña, hundiendo los pies en esa nieve, hace que tu perspectiva de un entrenamiento cambie, convirtiendo el simple hecho de pasar un par de horas corriendo en un acto extenuante. Y si a eso le añadimos el dolor de sentir el aire frío en los pulmones...
Diciembre transcurrió con velocidad inusitada. Sorprendentemente para mi, en el pueblo se empeñaron en celebrar la Navidad. Nunca he sido muy amigo de ese tipo de celebraciones, y no recuerdo una Navidad que merezca la pena recordar desde hace muchos años. Aún así, las luces, los árboles, el colorido...Poco a poco fue llenando el pueblo de color, sobre todo cuando oscurecía, y a su vez le dió un sentido diferente a aquel lugar. Me gustaría encontrar la palabra que pudiera definir la sensación tan agradable, tan cálida, que aquellos días de entrenamiento me producían. Sobre todo al descender la colina, saliendo del bosque, al anochecer, envuelto en el gorro de lana y los guantes, jadeando mientras aminoraba el paso, y encontrarme de repente con aquel pequeño pueblo, aislado, perdido en la nada, y envuelto en todas aquellas luces multicolores que lo adornaban todo, las calles, los tejados, el interior de los modestos hogares...
Joan apenas habla conmigo últimamente. Desde que Drezner falleciera, se mantiene aislado. Sé que planea algo, pero no puedo adivinar de qué se trata. Lo que sí se es que no parece tener noticias, o si las tiene lo disimula muy bien, de que he descubierto su secreto. Eso me tranquiliza y me alivia. Y ambas sensaciones tienen que ver, no con él, sino con Nadia. No parece haber hablado, no parece haber dicho nada, y comienzo a sentir que esta vez me he equivocado, que la prueba a la que la he sometido ni siquiera era necesaria. Nadia está anteponiendo lo que siente por mi ante su antigua devoción hacia Joan. Algo que me habría resultado impensable hace apenas unos meses. El efecto que ha producido en ella, y para qué negarlo, en mí también, el haber compartido tantas cosas durante tanto tiempo, sobre todo las últimas semanas, el sentirnos tan bien, realmente tan bien, por primera vez, la ha cambiado. O la ha despertado.
Y a mi también.
La nochebuena ha resultado realmente especial. Muchos, por no decir prácticamente todos, de los habitantes del pueblo, pasaron por casa a saludarnos, a desearnos feliz Navidad. Hay algo inexplicable, insondable, en sus miradas, en su manera de hablar cuando lo hacen conmigo. Es sorprendente el efecto que mi presencia produce en ellos, teniendo en cuenta que simplemente se dejan guiar por la palabra de Joan. Pero creen. Con absoluta Fe. Y eso, a veces, me aterroriza.
Cenamos tranquilamente, charlando, compartiendo una deliciosa botella de vino que alguien nos había regalado, y esa noche hicimos el amor como nunca antes. Y no hablo del acto físico. Hubo algo más. Ese tipo de sensación, de sentimiento, que te hace desear abrazar a la persona amada durante el resto de tu vida, dormirte a su lado y despertarte a su lado. Esa sensación que te dice que te resultará más fácil dormir cuando ella esté contigo, y muy difícil cuando estés a solas, sin ella.
El día de Navidad salí a correr temprano, entre la nieve. Antes de salir de casa eché un vistazo, como todas las mañanas, al calendario. Empiezo a sentir los nervios. Intento no pensar en ello, pero el 31 de Diciembre se acerca, y sigo sin saber o adivinar qué demonios va a ocurrir.
El cielo estaba encapotado, y me resultó agradable una vez más correr entre la nieve. Aún así, el bosque estaba muy oscuro, y poco más de una hora después de haber comenzado a entrenar decidí volver. A pesar de haber amanecido ya, la oscuridad, la penumbra, seguía envolviéndolo todo, casi como si aún no hubiera amanecido. Quizás por esa razón me sorprendió más vislumbrar aquella claridad a lo lejos, en dirección al pueblo.
Sentí que el corazón se me aceleraba algo más de lo habitual, y comencé a correr, victima de un presentimiento, de un presagio que se convirtió en miedo mientras cruzaba el bosque, y en terror al abandonarlo, y encontrarme en la ladera que descendía en dirección al pueblo. Un pueblo envuelto en llamas, que ardía, mi casa incluida, mientras hasta mi iban llegando los gritos de sus habitantes. Desde lo lejos podía divisar el horror que convertía aquella mañana de Navidad en la escena más dantesca que pudiera recordar. Había cadaveres en las calles, gente ardiendo, gente huyendo hacia el monte, y todo envuelto en las llamas del mismísimo Infierno, las llamas que rodeaban a la figura que, en medio del camino principal, de espaldas a mi, observaba su obra, su acto final, un crimen en masa que en aquel momento me resultaba inexplicable.
Joan se volvió hacia mi al verme llegar. Llevaba bajo el brazo el Libro.
Y me sonreía
Y su sonrisa era la sonrisa del mismo Diablo.

noviembre 23, 2005

Dia Sesenta



Lo mejor de uno mismo, lo mejor de los dos mundos que conviven siempre dentro de cada uno de nosotros, lo descubrimos siempre cuando menos lo esperamos. Y yo acabo de descubrir que este tipo, ese chaval que en otro tiempo consideré amigo ya no produce en mi otro efecto que no sea el de preocupación...preocupación por quién pueda acompañarle...y el peligro que esto pueda suponer para las buenas gentes de este pueblo, entre las que no incluyo, por supuesto, a mi hermano.
"Puedes estar tranquilo", dice, mientras cierro la puerta a mi paso. "He venido solo"
Eso no parece tener mucho sentido. Los tipos esos del gobierno, y su "comandante en jefe", a quién he llamado desde siempre Barba ya averiguaron que ni yo ni Joan o Nadia estábamos aquí, y eso es lo único que nos ha permitido...seguir aquí.
"Mira, esos tipos son unos imbéciles. Y no tienen ni idea de el mundo en el que viven. Solamente buscan el poder, como siempre, y creen que la formula de esa bebida que el argentino inventó es un peldaño más en el camino al poder. Son tipos que buscan el poder dentro del propio gobierno, facciones, ese tipo de cosas, ya sabes. Pero, aunque son gente que puede presumir de una cierta importancia...no dejan por ello de ser idiotas. Si no, ya me dirás a cuento de qué, después de enviar un par de patrullas de montaña y comprobar que no os habéis escondido aquí...deciden que tenéis que estar por narices en otra parte"
No puedo evitar sonreir. Y Carlos también lo hace. Se encoge de hombros.
"A mi me mueve otro tipo de impulso, amigo mío. Es algo que ya deberías saber. De hecho, creo que ya lo sabes. La gente siempre se te ha dado bien".
Doy un paso atrás, acercándome a la ventana, y echo un vistazo al exterior. Nada parece haber cambiado en el pueblo.Todo parece estar en su sitio, la vida transcurre como todos los días a esa hora, la gente regresa a sus casas, la calle principal semi-vacía.
"Llevo investigando todo este asunto de La Cruz desde hace muchos años, y conozco la existencia de ese Libro, de las Batallas y de la propia Cruz desde hace mucho mucho tiempo. Hay al menos una centena de páginas en internet dedicadas a todos ellos, páginas a las que no se accede fácilmente. Toda una comunidad internacional de internautas siguiéndole la pista a La Cruz desde hace años. Se comenta que hay una profecía, que el tipo de la profecía es alguien que tendrá que librar una última batalla, que el Libro se encuentra en alguna parte de nuestro pais...Se rumorean docenas y docenas de cosas, algunas con más fundamento que otras".
"Habrías dejado que esos tipos me torturaran a cambio de la fórmula de la bebida"
"Seguramente. Pero aún así tú te habrías librado, ¿verdad?. Porque estás destinado a cosas más importantes. Lo dice ese Libro que nadie entiende. Hay un premio para el mejor. Incluso una vez leí algo sobre un hipotético 32 de Diciembre, aunque eso ya me parece sacar las cosas de madre".
"¿Qué haces aquí?", intento cambiar de tema para que no se me note el hecho de que sé donde está el dichoso Libro...y que sé, maldita sea, de la existencia del jodido 32 de Diciembre.
"Sólo quería verte. Sabía que estabas aquí. No ha sido fácil llegar. Y puedes estar tranquilo. No pienso decirles nada sobre tu presencia aquí, ni sobre el argentino o la bebida o lo que sea que escondáis aquí. Simplemente he estado atando cabos, y me he dado cuenta de que el tiempo se acaba, y de que se acerca tu momento."
Por alguna razón que se me escapa, sus palabras consiguen arrancarme un frío helado que recorre mi espalda.
"¿Mi momento?".
"Claro. El momento de correr. De Ganar. De recibir el Premio. Eso es a lo que apuntan todos los rumores en internet. Lo que ellos no saben es que yo conozco al tipo que tiene que correr, y ganar, y recibir el premio".
Niego con la cabeza.
"No estoy seguro de ser yo ese tipo del que todos hablan".
Carlos da un paso al frente y yo me aparto. Parece haber envejecido años en las pocas semanas que han pasado. Levanta ambas manos, como indicando que no hay nada que temer. Me rodea y llega hasta la puerta.
"¿Alguna vez has intentado encajar un círculo en un cuadrado? Pues supongo que ser ese tipo tiene que ser algo parecido. Al que lo es le parece imposible...pero aún así, puede hacerse...si él quiere realmente hacerlo. Así que, si lo eres, nos veremos a partir del 1 de Enero, amigo mío. Todo esto habrá terminado y quizás podamos tomar un café y recordar viejos tiempos. Y sentirnos por fin libres y tranquilos"
Levanta la mano, para despedirse, y abre la puerta.
"¿En esas páginas, en internet...se comenta algo sobre ese ...premio?".
Se detiene, antes de salir, y sonríe. Me observa unos instantes, evaluando la respuesta.
"Se comentan muchas cosas. Pero yo no apostaría por ninguna de ellas. Seguro que será algo...totalmente inesperado".
La puerta se cierra a su paso. Me quedo a solas en la habitación, mientras escucho sus pasos escaleras abajo. Se alejan, y de repente, mientras me dejo caer sobre la cama y recupero el aliento, siento que alguien a quien había considerado un amigo durante algún tiempo...quizás haya dado un pequeño paso para volver a serlo.
Necesito una ducha.
No puedo dejar de pensar en como lo que en un principio eran simplemente palabras, leyendas, ritos, recuerdos...se están convirtiendo en una posibilidad real a cada día que pasa. Una carrera, un 32 de diciembre, un premio...
Como habría dicho Drezner...habrá que entrenar.

noviembre 22, 2005

Dia Cincuenta y Nueve



Piensa. Piensa.
¿Qué es lo que hace la diferencia? Me gustaría saberlo. Me gustaría poder decir, afirmar, que voy sobre seguro, que Nadia meterá la pata hasta el fondo, hablando con Joan sobre mi descubrimiento. Y Joan dará algún tipo de paso en falso. Me encantaría que las cosas fueran así, porque eso querría decir que Nadia me ha traicionado, que nada de lo que ocurre es, como ella solía decir, por mi bien. Que el complot, la trama, sigue, y que ella no es, como yo, una pieza más en el engranaje que Joan ha ido tejiendo, quizás con la ayuda de mi padre cuando aún vivía, durante todos estos años, con el propósito de....
Siempre me pierdo cuando llego hasta aquí. Me han pedido que sea una máquina de correr, literalmente, y nada más que eso. Seguir adelante, un poco más cada día, para ganar, cuando llegue el momento, una Batalla, así, con mayúscula, en la que no puedo creer.
Drezner me lo dijo. Eso no importa. Lo que importa es que creas en ti mismo, tú encontrarás el camino.
Es curioso, pero ahora, de repente, puedo recordar ese tipo de frases en otras ocasiones. Siempre, cuando Drezner y yo entrenábamos, o mejor dicho, cuando él me entrenaba. Tu fuerza nace de tí, no de tus convicciones, ni de tus deseos. De tu interior. Hay en tí una fuerza que va más allá de este lugar, de La Cruz, de Joan, de esta bebida.
Yo siempre pensaba que lo hacía para darme ánimos, para ir un poco más allá en mis entrenos diarios, como este mismo que estoy haciendo mientras mi cabeza divaga. Pero quizás no eran solamente palabras de ánimo. Quizás Drezner sabía más de lo que aparentaba saber.
Quizás sabía que Joan y yo somos hermanos.
Hermanos.
Por fin lo he dicho. Bueno, lo he pensado, que es parecido, pero casi lo mismo.
Hermanos.
De lo que sí estoy seguro es de que Joan lo ha sabido desde siempre. Y que, de alguna manera...el hecho de que seamos lo que somos, sangre de la misma sangre, es importante en medio de todo este lío, estos tejemanejes que se escapan a mi alcance, a mi comprensión.
Corro con más firmeza. Cada día un poco más. Han transcurrido un par de semanas. Ya casi ni hecho de menos la bebida. Bueno, a veces sí. Un poquito. Como un pinchazo, un dolor, un recuerdo. Como el yonqui que busca la dosis o que la recuerda en las tinieblas, en ese preciso instante en el que nos vamos quedando dormidos...
Hermanos.
El muy cabrón...Siempre con ese tonillo de condescendencia, con esa seguridad en mi importancia en todo este juego. Controlando todas y cada una de las pistas que me iban siendo dadas. Como si hubiera que medirse conmigo, no fuera a ser que el pequeño de la familia supiese más de la cuenta y no fuese capaz de soportarlo.
Tengo que saber algo más de todo esto, y no alcanzo a averiguar de qué manera, salvo esperando a que Nadia de un paso en falso...o preguntándole directamente a Joan.
Termino el entrenamiento y llego a casa. Nadia no está. Seguro que ha ido a visitar a Ángela. Pasa muchas de las tardes con ella. De vez en cuando, me comenta que desea que todo esto acabe pronto, que lo que tenga que ocurrir ocurra de una maldita vez, que de alguna manera podamos volver a la ciudad, o a otra ciudad, o a alguna parte, y vivir juntos y olvidarlo todo.
Parece un comentario, un deseo algo iluso, ¿verdad?
Abro la puerta de la habitación, dispuesto a dejar las zapatillas e ir directamente a por la ducha.
Y allí me quedo, plantado, como un idiota, sin poder moverme.
Un hombre, de espaldas a mi, con una larga gabardina, encorvado, mirando el anochecer a través del ventanal.
Se vuelve
Carlos me sonríe.

noviembre 21, 2005

Dia Cincuenta y Ocho



Estrategia.
Supongo que es a eso a lo que se reduce todo. Lo sé y lo puedo afirmar porque conozco a Joan. Con él nada es casual, nada corresponde al azar, a la probabilidad o a un cúmulo de casualidades. Joan es mayor que yo. No podría precisar su edad, pero estoy seguro de que por lo menos me lleva unos quince años. Quince años es mucho tiempo.
Hermanos.
Qué fácil decirlo. Una simple palabra, y todo lo que puedo esconder. Mucho más, desde luego, tratándose de quién se trata.
Así que, al fin y al cabo, de eso se trata. De una estrategia. Un pasado oculto, ya no sólo por parte de Joan, sino también de mi padre. El jodido don Manuel. Ambos lo decidieron en algún momento. Estoy seguro. Con algún oscuro propósito.
Siempre pensé que tener un hermano estaría bien. De esas cosas que uno echa de menos cuando es un chaval, esa rivalidad, el enfrentamiento sano entre la misma sangre...Todas esas cosas.
No esperaba cambiar de opinión algún día.
Nadia dice que tiene que haber una explicación para todo ésto.
La miro, y comprendo que, una vez más, y ya he perdido la cuenta, vuelvo a desconfiar de ella. Ahora que parecía que todo empezaba a tener un poco de sentido, ahora que podía sentirme tranquilo cuando dormía a su lado. Pero veo su gesto, su mirada, y la sensación de que sabe y calla vuelve a mi una vez más.
No pude confiar en mi padre, ni en mi hermano, ni en la que podríamos llamar mi pareja.
El que parecía ser mi mejor amigo, el "bueno" de Carlos, resultó ser un vendido que estaba allí para vigilarme, para seguirme los pasos, para encontrar el camino que llevase a sus jefes hasta La Cruz. Y esos jefes, al parecer hombres de buena voluntad que trabajaban para el Gobierno y pretendían ser "buenos chicos" resultaron ser iguales o peores que aquellos a quienes perseguían.
La que durante un tiempo había sido mi pareja y más tarde mi esposa resultó formar parte del plan concebido para mermar mi voluntad y llevarme por el camino señalado en dirección a este mismo lugar, a lo que La Cruz ha dado en llamar "mi destino".
Y, finalmente, la única persona en la que he sentido que podía confiar desde que todo ésto comenzó...está muerta.
Supongo que, si de un momento a otro, empiezo a volverme loco, resultará algo comprensible, ¿no?
Debería hablar con Joan. Nadia me lo ha propuesto enseguida. "Hablemos con él, seguro que hay una explicación para todo esto, siempre la hay cuando se trata de Joan".
Quizás eso sea lo que más tema. Otra explicación. Otra nueva enredadera que ahogue mi cuello.
Alguien dijo una vez que en cada giro, en cada esquina, en cada derrota, en cada final, hay una oportunidad.
Miro a Nadia.
Quizás esto pueda ser también una oportunidad.
"No voy a hablar con Joan aún. Y no quiero que tú lo hagas tampoco. Sé que Angela no abrirá la boca. Quiero averiguar unas cuantas cosas por mi cuenta antes de hablar con él. Y no quiero que se entere de que he descubierto que estamos unidos por un poco de sangre común".
Nadia asiente sin dudarlo. Con total y absoluta confianza, al parecer, en mi decisión.
¿Será verdad?
Pronto lo averiguaremos.

noviembre 17, 2005

Día Cincuenta y Siete



Mataría por un poco de "la bebida".
Bueno, quizás no mataría, pero no me importaría hacerle daño a alguien si pudiera conseguir algo del líquido que...
Vale, no le haría daño a nadie, pero Dios, como la echo de menos.
Entrenar está bien, y consigo mantener la forma. Eso sí, entrenando más y más duro, aprovechando el descanso entre entreno y entreno todo lo que puedo, relajándome....Pero aún así, vuelve a mi recuerdo, a mi cabeza, a cada momento. Siento su sabor en el paladar, recuerdo su frescura descendiendo y entrando en mi cuerpo...
Joan dice que no hay nada que hacer. Nunca se había atrevido a pedirle a Drezner la "receta", la fórmula usada para conseguir el bendito líquido. Nunca. Y Ángela no tenía ni idea. Todo lo que pudimos encontrar en la casa de los Drezner fueron dos botellas, las que había preparado para los días siguientes.
Y no quiero tocarlas. Sé que necesitaré beber ese líquido en algún momento. Y sé que ese momento no ha llegado aún.
Esta mañana he vuelto a ver al gato. Ese gato. Lo más curioso de todo es que tengo la sensación de haberlo visto otra vez. Mejor dicho, otras veces. En alguna parte. Nadia dice que probablemente por el pueblo. La gente tiene perros y gatos, no demasiados, pero los tiene.
No.
Lo recuerdo de antes. De antes de este lugar.
Y él me conoce, de eso no cabe la menor duda. Estaba lamiéndose cuando he salido de casa, temprano, por la mañana, a entrenar, y enseguida me ha mirado fijamente. Siento como si me vigilara.
¿Me estaré volviendo paranoico?
Los entrenos prosperan. Reduzco los tiempos en segundos. Y esos segundos avanzan. Día tras día. Y Drezner está conmigo, todo el tiempo, en cada uno de esos segundos, incluso en cada décima de esos segundos. Realmente siento que le echo de menos a cada instante. Me cruzo con Ángela algunas veces, y de vez en cuando Nadia y yo le hacemos una visita. Paseamos con ella, o simplemente charlamos, y ella nos enseña fotografías tomadas en Buenos Aires hace años.
Tiene cientos. Cientos de fotografías. De cuando Drezner enseñaba en la Universidad, de manifestaciones a favor de los Derechos Humanos. Muchas de ellas, fotos realmente antiguas, que han perdido el color con el paso del tiempo, adquiriendo esa plástica carcomida, dándoles esa familiar sensación de antiguedad.
Es agradable ver fotografías de otros lugares y de otros tiempos.
Lo que ocurre es que a veces vemos pero no miramos.
Ha ocurrido esta tarde, mientras tomábamos el café en su casa. Angela nos mostraba un viejo album. Recuerdos de la Universidad y de otros tiempos. Más de treinta años atrás. Fotos del matrimonio manifestándose con miles de personas por las calles de Buenos Aires. Fotografías de los profesores con sus alumnos. Rostros de hombres y mujeres que ya no existen. Y más y más fotografías de Buenos Aires. Decenas.
Y mi padre con Drezner y Ángela tomando un café.
Me he quedado de piedra. Casi he arrancado el album de fotos de sus manos.
Mi padre.
En esa época ya no vivía con nosotros. Treinta años atrás. Por aquel entonces, ya nos había abandonado, y según lo que Joan me había contado, habían sido sus años más intentos en su relación con La Cruz.
Mi padre había mantenido amistad con los Drezner en Buenos Aires. Ángela me confirmó, asintiento, que aquel hombre era quien primero les había hablado sobre la existencia de La Cruz, sobre su "proyecto de humanización" por todo el planeta, de la idea de crear comunidades libres, como el pueblo en el que estábamos ahora...
"Pero este hombre no puede ser tu padre".
No entendí el porqué de aquella afirmación.
"Don Manuel, que así se llamaba, nos presentó al poco tiempo de conocernos a aquel en quien, según decía, había depositado toda su confianza para levantar el proyecto de La Cruz y hacerlo realidad después de siglos de lucha entre tinieblas. Y nos lo presentó como su hijo, claro".
¿Su hijo?.
"Joan, por supuesto", sentenció Ángela. "Joan es su hijo".

noviembre 15, 2005

Día Cincuenta y Seis



Todo Perdido.
¿Y qué más da?.
Nadia ha intentado hacerme hablar, pero no tengo el más mínimo deseo de escuchar ninguna argumentación, y mucho menos de ser convencido de que "hay un trabajo que hacer". No creo que eso le importase realmente a Drezner. Es más, ni tan siquiera creo que él creyese con firmeza en toda esta patraña que me rodea día tras día.
Si hay algo cierto en todo esto es que la mejor manera de pasar un mal momento es a solas. Y yo no tengo ganas de aguantar a nadie. Estos bosques son quizás el mejor lugar de todo el planeta para perderse, para pasear, para olvidar y dejar que el tiempo haga su trabajo. Aunque, según Joan, no tenemos demasiado de eso.
Tiempo.
Ángela.
Sentada sobre la roca. Conocía aquella roca. Era la misma sobre la que, días atrás, me encontrara a Drezner cuando entrenaba. Siempre me ha costado creer en las casualidades, pero no creo que aquella roca significase nada para aquel matrimonio roto. Y yo había llegado hasta aquel lugar caminando...por casualidad.
O tal vez buscando.
Ángela permanecía en silencio, mirándo hacia la nada, cuando llegué hasta ella. Se volvió, y sonreía, esa sonrisa melancólica que solamente el dolor puede traer a los labios.
"Deberías estar entrenando", susurró.
Me encogí de hombros mientras me apoyaba en el árbol más cercano a ella. Su rostro acusaba el cansancio de los últimos días, pero parecía haber recuperado una parte de la compostura, de la firmeza que descubriera en ella cuando nos habíamos conocido, semanas atrás.
"No tengo muchas ganas, la verdad".
"Pero es lo mejor que sabes hacer".
Nunca me lo había planteado. Intenté no pensar más allá de aquella frase, pero ya era tarde.
"Durante un tiempo, en mi vida, pensé que lo mejor que sabía hacer era ayudar a la gente, incluso a los que no sabían que necesitaban ayuda".
Ella me sonrió, y pude ver luz en aquellos ojos cansados.
"Quizás esta vez ambas cosas, entrenar y ayudar, signifiquen lo mismo".
Sentí que una bocanada de aire frío, limpio, llenaba mis pulmones. Apreté las manos, los puños, y sentí la fuerza en ellos.
"No creo ni que el propio Drezner creyese en eso...¿usted sabe algo de todo ese asunto...?".
"Yo sé lo que mi marido me contó. Y no es demasiado. Y tienes razón, no creía o al menos, no estaba convencido. Pero el día en que te conoció, y después, cuando entrenábais juntos, siempre volvía con la sonrisa en la cara, vivo y feliz. Así es como le vi, todos los días, hasta que se fué. En cierta manera, entrenar y entrenarte le ayudó...y quizás eso sea la clave de todo".
"¿La clave?"
Ángela se levantó y caminó hasta llegar a mi lado. Tomó mi mano, como si estuviera agradeciendo un regalo que a mi se me escapaba.
"Todos tenemos que hacer lo que tenemos que hacer. Si ya has elegido...tendrás que asumir esa decisión. Como él decía siempre...está dentro de ti".
Me dió un cálido beso en la mejilla y emprendió camino de regreso al pueblo. La vi, alejándose, mientras de nuevo sentía el aire frío en los pulmones, como si se tratase de un jarro de agua frío recorriendo todo mi ser.
Estaba vivo.
De regreso al pueblo, me crucé con Joan, que permanecía en medio del camino en el que Drezner falleciera días atrás, en silencio, pensativo. Se volvió al verme llegar, sorprendido.
"Un día frío".
"Así es", asentí, "perfecto para entrenar".
Me miró sorprendido, y otra vez vi algo en su rostro. Pero fue como una sombra, que enseguida se borró. Y una alegría quizás algo forzada, lo cual no tenía demasiado sentido, cruzó su mirada.
"Adelante entonces", dijo.
Y entrené.
Mejor que nunca.

noviembre 14, 2005

Día Cincuenta y Cinco

Durante las siguientes 48 horas, no recuerdo haber dormido. Los únicos movimientos que me sentía capaz de hacer eran aquellos que me impulsaban a las tareas más rutinarias. Pero Nadia lo llevaba mucho peor. Sus ojos, cansados y enrojecidos de tanto llorar, encontraban mi mirada a cada instante, y yo me sentía inútil e impotente ante tanto dolor. Aún así, me auto-impulsaba a hacer las cosas más básicas…Pero el mundo se me vino encima al encontrarme, el día antes de que enterráramos a Drezner, con Ángela. La que había sido su compañera durante tantos años no era ni tan siquiera el tímido reflejo de la mujer que yo había conocido semanas antes. Toda, absolutamente toda la vida parecía haber huido de su cuerpo, de sus ojos, ahora muertos de dolor y pena, y de aquel cansancio, aquella apatía que parecía envolverla…Nadia pareció encontrar entonces un motivo para sentirse un poco mejor, ayudarla, y aquello fue el principio de algo mejor…aunque sin un horizonte que vislumbrar aún. En cualquier caso, el verla a ella ayudando me impulsó a hacer algo a mí también…y quise entrenar.
Creo que fue entonces cuando comencé a comprender el alcance, el efecto que aquel estúpido accidente había tenido en mi cuerpo…y en mi mente. Que nadie se engañe. No es el cuerpo, mejor o peor entrenado, el que gana una carrera, el que resiste 40, 50 ó 100 Km. Por supuesto, es necesaria una cierta forma física, una alimentación, unos cuidados…pero es aquí dentro, en la cabeza, en donde todo alcanza un sentido, un fin, un objetivo, una razón de ser.
Y ahora, inesperada y repentinamente, yo no podía comprender cual era el objetivo, ni hacia donde me dirigía. ¿El futuro de la Humanidad? ¿El 32 de Diciembre? ¿Una profecía, un Libro que a saber de dónde venía? Nada tenía sentido. Al menor con Drezner a mi lado, con sus sabias palabras de apoyo, de amistad, de comprensión, me sentía seguro, fuerte, y aunque no comprendiera el fin último de todo aquello, sentía que había una buena razón para llegar a aquella extraña meta…fuera donde fuera y ocurriera de la manera que ocurriera.
Nada de eso se encontraba en mi camino ahora.
Nada.
Apenas pude entrenar media hora, y los pocos kilómetros que conseguí hacer fueron a desgana, con mi mente en el recuerdo del amigo fallecido y el dolor de su compañera, de Nadia…
No, no podía hacer nada.
Enterramos a Drezner al día siguiente, dos días después de su fallecimiento. Los pocos, no mas de tres docenas, que poblábamos aquel mundo perdido de la mano de la providencia, nos reunimos en lo alto de la montaña, sobre el pueblo. Una vista maravillosa, sí, un lugar por el que había pasado corriendo docenas de veces. Pero esa mañana, cubierto de una espesa niebla que apenas dejaba ver nada, se me antojaba la antesala del Infierno.
Joan pronunció unas palabras, algo que siempre se le ha dado muy bien. Retórica no exenta de cierta verdad, de cariño hacia aquella buena persona que ya no estaba. Hacia el AMIGO que se había ido. Nadia y yo permanecimos todo el tiempo al lado de Ángela, consolándola. La ceremonia se nos hizo breve a todos, y Joan encontró un momento para caminar a mi lado mientras descendíamos la ladera, de regreso al pueblo, envueltos en la niebla que espesaba como un manto de dolor.
Me preguntó por el entrenamiento, y le dije la verdad. No me sentía con ánimos de entrenar en aquellos instantes, no me sentía con ánimo de nada, y no podía asegurarle cuanto tiempo tardaría en volver a sentirme bien, en condiciones. Joan, evidentemente, se mostró preocupado. El tiempo pasaba. Faltaba un mes y medio para el Fin De Año, aunque no sabía que cojones quería decir eso realmente. Pero se notaba la impaciencia y el nerviosismo en su gesto. Cómo si algo se le estuviese escapando entre los dedos.
“No sé ni siquiera si podré volver a entrenar, o mantener la forma que he adquirido, hasta final de año, y menos aún sin la bebida que Drezner me daba”.
Joan me miró como si hubiese dicho una blasfemia. Y algo más.
Vi algo más, pero en aquel instante no podía saber aún que quería decir.
“Entonces todo está perdido”, dijo Joan mientras daba media vuelta y se encaminaba de regreso a su casa.
Y, ciertamente, así era como yo lo veía también.

noviembre 10, 2005

Día Cincuenta y Cuatro


Ha sido agradable, diferente, especial, despertarse al lado de Nadia "de otra manera". De alguna manera, de esa manera que resulta tan difícil describir, siento como si las miradas de reojo, los silencios inoportunos, todo lo que había hecho hasta ahora de esta "relación" algo en lo que no creer...hubiese desaparecido.
En cualquier caso, tampoco he tenido tiempo para pensar demasiado en ello. Solamente de sentir sus besos mientras desayunábamos, esa mirada que recordaba en ella los primeros días, esa "luz" en los ojos...todo parece haber vuelto.
Y después, a entrenar.
Drezner me aguardaba en la puerta, frotándose las manos ante el frío de la mañana. Realmente, cada día hace más y más frío. El aliento se nos helaba mientras caminábamos en dirección a los bosques que rodean al pueblo. Nos cruzamos con algunas familias que nos saludaban mientras el alba daba paso a la limpia claridad del nuevo día. En realidad, casi todos me saludaban a mi. Me pregunto hasta que punto, o qué es exactamente lo que ellos conocen de toda esta historia. Puede que nada. Pero saben que soy alguien especial. Drezner me había contado el día anterior como un coche de la patrulla de montaña había pasado por allí mientras yo era retenido en La Ciudad, apenas un par de días antes. Por supuesto, él no había visto apenas nada. Ni tan siquiera había salido de casa, pero Ángela, su mujer, le había contado como los de la patrulla de montaña habían preguntado varias veces si algún extraño había pasado por el pueblo en aquellos días. Y todos había negado con la cabeza y, por supuesto, de palabra. No era que Joan se lo hubiese ordenado. No. Realmente era algo en lo que creían. Sabía que alguien especial estaba entre ellos. Yo no me sentía así, especial, pero para ellos, en cierto modo, lo era, y eso establecía la diferencia.
Drezner me tendió una botella mientras comenzábamos a subir por la ladera del monte. Con el bien conocido líquido. Bebí un poco nada más, pero mi cerebro, mis reservas de hidratos, mis músculos, todo mi cuerpo lo recordaban a la perfección. Era como si la vida volviese a todo mi ser. Era como la droga que se echa de menos. Como el vino que no calma la sed sino que embriaga de placer.
"No bebas demasiado", me recordó."Solamente lo necesario para empezar".
Y así empezamos a trotar lentamente al principio. O quizás no tan lentamente. En apenas cuatro o cinco minutos, comencé a correr, después de uno de los calentamientos más breves que podía recordar. Era como si todos y cada uno de los músculos estuviesen en su punto, preparados, vivos, y la euforia me llenaba a cada nuevo paso. Subía colinas, corría, saltaba, y Drezner se mantenía relativamente cerca, o se detenía y buscaba los tiempos cronometrados en su muñeca, sonreía y volvía a correr.
Poco más de una hora después, yo me sentía aún capaz de seguir corriendo durante el resto del día, pero Drezner se negó. No era cuestión de forzar la máquina. Las próximas seis semanas iban a ser cruciales, o al menos eso decía él. A mi, en aquellos momentos, no me importaba demasiado. Al detenerme y comenzar a trotar, finalizando el entrenamiento, parecía volver a la realidad, y volvía a pensar en todo este lío del 32 de Diciembre y el Libro y la Batalla y todo lo demás.Pero, mientras corría, nada de eso me importaba, salvo seguir corriendo, sentir el aire llenando mis pulmones, sentir mis piernas fuertes, firmes, y todo mi ser decidido a ir un poco más allá.
"Así es como debe ser", dijo Drezner mientras me daba de nuevo a beber del maravilloso líquido. "No es la meta lo que tiene que contar, sino los pasos. El viaje es lo que importa. Y tú has emprendido uno del que no hay vuelta atrás".
Me mostró el cronómetro. Nunca me dejaba llevar el mío. No quería que pensase en mis tiempos. Prefería mostrármelos él al final. Y, esta vez, la media era realmente sorprendente. Tres minutos y medio por km. Ni en mis mejores sueños...
Parecía imposible de creer, pero era una realidad.
"La bebida y mis consejos son importantes", me dijo al despedirnos frente a la puerta de casa. "Pero no te engañes. Todo, absolutamente todo, está dentro de tí. Eso es lo que realmente importa. Lo que tienes dentro".
Me despedí asintiendo con una sonrisa en los labios. Ya iba a entrar en casa cuando oí el ruido. En la paz de aquel lugar, el sonido de un coche, de los pocos que había en el pueblo, solo podía indicar que alguien volvía con provisiones o que salía a buscarlas. Pero el sonido de las ruedas sobre la tierra del camino era...diferente.
El coche venía cuesta abajo desde lo alto. Cada vez a más velocidad. Grité su nombre pero ya era demasiado tarde. No había conductor. Drezner estaba mirándome a apenas 100 metros de mi casa, de espaldas al coche, y supe que había visto el pánico en mis ojos, y que mi grito, el grito de su nombre, solo podía significar una cosa para él. Se volvió, pero no se apartó, y el coche le pasó por encima.
Cuando llegué hasta su lado, mientras sentía mis ojos llenarse de lágrimas y el corazón desbocado, puede oir el sonido del coche estrellándose contra un árbol, al final del camino. Pero nada de eso me importaba. Un hilo de sangre manaba de los labios de aquel hombre, y su mirada perdida en el vacío de la muerte me decía que nunca más volvería a escuchar ninguno de sus consejos, sentir sus palabras de cariño, su maravilloso acento, ni la alegría de vivir que manaba de todos y cada uno de sus gestos.
Lo siguiente que escuché fue el grito de Ángela al ver a su marido muerto.

noviembre 08, 2005

Día Cincuenta y Tres


Durante el resto del día Drezner y yo hablamos tanto que me resultaría literalmente imposible relatar aquí todos y cada uno de los pormenores de nuestra larga conversación. Rememoramos el día en que él y Ángela se habían casado, y lo agradable que resultaba pasear por Buenos Aires cuando llegaba el otoño. Y el café. Echaba de menos aquellos pequeños lugares en donde saborear un expresso, y sobre todo uno, el "Torino", situado frente a la Facultad en donde había impartido sus clases de Química durante tantos años.
Cuando me despedí de él, anochecía ya, y aunque me costó hacerlo, y nos emplazamos para un nuevo entrenamiento, el que sería según su deseo el primero de la última etapa de mi preparación, la que nos llevaría hasta dentro de apenas dos meses, yo estaba terriblemente cansado. Solamente quería echarme y dormir.
Y, sorprendido, supe, deseé, descubrí que echaba de menos el cálido cuerpo de Nadia a mi lado.
Estaba preparando algo para cenar cuando entré. Joan ya se había largado hacía un buen rato, al parecer, y Nadia parecía la mujer más feliz del mundo ahora que el propósito de todo aquello había sido, por fin, revelado. Si en Joan podía vislumbrar la ambición y la codicia sin apenas esforzarme, en Nadia no veía más allá de una creyente absoluta. Creyente en el futuro, fuera éste el que fuera. Y el futuro se acercaba minuto a minuto.
Supe entonces que ella tenía miedo, y me descubrí a mi mismo temiendo también aquel futuro. Después de todo lo ocurrido, después de haber atravesado un sinfín de calamidades, la mayoría de ellas a su lado, o quizás causadas en parte por su propia presencia, estábamos allí, y todo parecía apuntar, una vez más, hacia lo desconocido. Para ella, quizás hacia la confirmación de que sus creencias eran erróneas, y que todo aquel tinglado no era más que un fraude, para mí hacia la incomprensible posibilidad de que todo, absolutamente todo, fuera verdad...incluido el imposible 32 de Diciembre...y lo que más me intrigaba de todo aquello...una batalla...¿contra quién?. ¿Y con qué objetivo y premio?.
Cenamos charlando animadamente, intentando huir de nuestros miedos, y nos encontramos cogiéndonos de la mano al subir las escaleras hacia el dormitorio. Por primera vez en mucho tiempo, desde aquel lejano día en el que fuéramos al Hotel en la Sierra, para pasar un fin de semana juntos, mientras yo entrenaba, busqué su mano, y minutos más tarde, su calor, su cuerpo, sintiendo la vida que me daba a cada segundo transcurrido.
No estaba tan cansado como imaginaba.
Nos susurramos al oido palabras inesperadas, como inesperada era para mi aquella noche, aquel momento compartido, y nos quedamos dormidos abrazados el uno en el otro. Descansamos en silencio, buscando el calor del cuerpo que ya no era ajeno. Interiormente, quizás sintiéndolo mientras dormía, quizás soñándolo, tuve la sensación de que todo se encaminaba hacia alguna parte, y esa parte estaba cada vez más definida.
Me desperté al alba. Desde la ventana de la habitación se entreveía el tono anaranjado que presagiaba un día invernal, frío y sin nubes.
Y entonces lo vi. Sobre la cama, descansando, mirándome fijamente. Un gato blanco y negro, delgado, silencioso. Nunca antes lo había visto, ni en la casa ni por allí, ni tan siquiera en el pueblo. Había más gatos, no demasiados, pero varias familias tenían mascotas. Pero aquel no era un gato-mascota. No era el gato de nadie.
El animal se incorporó y caminó sobre la cama hacia nosotros. Se detuvo, apenas a un par de centímetros de mi rostro, y permaneció mirándome fijamente. Sorprendentemente, descubrí que prefería no moverme y aguardar a ver que ocurría. Al cabo de un largo minuto, dió media vuelta, abandonó la cama, llegó hasta la ventana y salió al exterior sin volverse ni una sola vez.
Separé el brazo de Nadia para poder incorporarme y llegué hasta la ventana. El gato había desaparecido.
Creo que fue entonces cuando supe que el gato solamente era una forma, aunque en aquel instante aún no podía saber de qué.
O de quién.

noviembre 07, 2005

Día Cincuenta y Dos

Y otra vez en la montaña. Con el aire frío recorriendo mi cuerpo. A cada paso, un poco más tranquilo, un poco más reflexivo...pero aún así, sin encontrar el "hacia dónde". Ni, sobre todo, el "cómo". Porque una cosa es tomar una decisión y otra muy diferente es llevarla hasta sus últimas consecuencias. Y la puerta al final de éste camino solamente puede llevar a una parte...Al 32 de Diciembre.
¿Qué tontería verdad?. ¿Quién en su sano juicio puede creer que pueda existir un 32 de Diciembre?. O, peor aún, que lleve existiendo desde...¿desde el principio de los tiempos?. Pero eso no cabe en la lógica. Nuestro calendario no es tan antiguo como la historia de los hombres. El concepto "diciembre", por ejemplo, es algo relativamente reciente. Al menos, en lo que a términos de Historia, con mayúscula, se refiere. Así que supongo que eso del 32 de Diciembre quizás no sea más que algún tipo de metáfora, una manera de darle un nombre a un hecho que se repite año tras año el último día de Diciembre...No sé, es una explicación al menos, ¿no?.
La verdad, el libro es ininteligible y, siempre según Joan, un tipo al que el brillo de la codicia le asoma en la mirada a intervalos regulares, todo lo que saben los de La Cruz, todo aquello en lo que se basa su tradición, su fundación misma, no va más allá de una historia "oral" transmitida desde tiempos remotos. Probablemente les han tomado el pelo a todos y se lo han creido a pies juntillas, y todos esos que forman la facción del Gobierno, esos que están entre nuestros dirigentes, probablemente desde que La Cruz existe, también se lo han creído, y a su vez todos juntitos se creen que algo va a pasar este mítico 32 de Diciembre...lo que me deja en una situación bastante incómoda...Para unos, soy la única salvación de La Humanidad...y para otros un obstáculo en sus ambiciones...alguien con quien acabar...supongo.
Y es ahora, quizás, el momento en el que los pasos tienen que ser dados con más precaución, con más calma, sopesando todos y cada uno de los movimientos...porque de ellos quizás dependa algo que aún no me puedo imaginar.
Agua.
Echo de menos el maravilloso líquido de Drezner. Mi cuerpo lo echa de menos. Siento que lo necesito, y eso que lo he bebido hace menos de 6 horas, al despertarme de mi viaje de regreso a este pueblo perdido entre las montañas.
Fue entonces cuando vi su figura. Sentado sobre una roca, a unos 50 metros de mi posición. Recuperaba el aliento, y bebía. Agua, como yo. Drezner dejó la botella en el suelo, apoyándola en la roca, y volvió su mirada viva hacia mí. Y sonrió, y yo sonreí también, porque le echaba de menos. Echaba de menos sus consejos al entrenar. Su presencia, su aparente tranquilidad, la seguridad de sus palabras, del tono de su voz.
Me invitó a sentarme a su lado con un gesto, una inclinación de la cabeza. Asentí y así lo hice.
"Tenemos que seguir entrenando, hijo. Ya se acerca el momento".
Ahora hablábamos, por fin, de igual a igual. Había tenido que esperar a que Joan me informase sobre todo, a que pasase por la experiencia de conocer a alguien como Barba, de descubrir que Carlos había estado con ellos desde el principio....Pero ahora, Drezner y yo sabíamos lo mismo, y podíamos hablar de tú a tú...por fin.
"No sé si es lo correcto, dije. Quiero seguir adelante. Tengo curiosidad, por supuesto, y quiero llegar hasta el final. Para mí ya no hay vuelta atrás. Pero quiero saber si estoy en el lado correcto. Sólo eso".
"Eso solo lo podrás saber cuando llegue el momento. Pero, si te sirve de consuelo, yo tampoco lo sé".
Mi gesto tuvo que ser de sorpresa infinita, porque arrancó una gran sonrisa de todo el rostro de Drezner.
"No te extrañes. De alguna manera, me reclutaron. Descubrieron que mi creación se podía utilizar para sus fines, y me contaron toda la historia. La misma que a ti. Y vi sinceridad en sus palabras. Siempre , tanto mi mujer como yo, hemos sido dos almas creyentes. En algo más que todo esto, que la simple carne. Hay más cosas, muchas más, que desconocemos. Y ésta probablemente sea una de ellas".
"Su creación...la Bebida...¿Cómo es posible?
"A veces creo que se me iluminó la Mente para llegar precisamente hasta aquí. No lo sé. Experimentaba con un complejo vitamínico y, haciendo pruebas, llegué hasta la combinación perfecta. Cómo siempre he corrido, lo sinteticé para poder consumirlo durante los entrenamientos. Cuando ellos llegaron, los de La Cruz, y me contaron toda la historia, supe que aquella bebida, la creación de mi vida, no era para mí".
"¿Y si están equivocados?".
"Ellos dicen que lleva ocurriendo desde hace siglos. Nunca lo he comprobado. Solamente me pidieron que preparase la bebida para cuando tu llegases. Y que te entrenase. Nunca me preguntaron la fórmula. Ni cómo hacerla ellos. Nada. Solamente la preparo, te la doy, y te entreno. A cambio, nos sacaron a mi mujer y a mi del infierno. Así que creo en ellos, pero de todas maneras, eso no es lo más importante. Durante estos días me he dado cuenta de algo que va más allá de todo eso".
Le miré, aguardando, deseoso.
"Tú no eres como ellos. No eres de La Cruz. Ni tampoco de los otros. Tú eres tú. Y eso es lo que me ha dado la pista, de que realmente eres el elegido para este trabajo, desde el principio de los tiempos. Eres un Guerrero, hijo mío. Un Guerrero de La Luz. Y tu destino ya está escrito. Así que prepárate, porque todo Guerrero tiene que estar preparado para el Combate."
En aquellos momentos, no me sentí precisamente un Guerrero.

noviembre 03, 2005

Día Cincuenta y Uno

Joan pasaba las páginas del libro, una a una, con suma lentitud y delicadeza. Hasta nosotros llegaba el envolvente aroma del café recién hecho. Me sentía a la vez en paz e intranquilo. Las páginas de aquel libro, del que Joan llamaba Libro de la Revelación, pues así era como lo habían denominado aquellos que habían bautizado a todas aquellas gentes como La Cruz, aquellas páginas no me decían demasiado. No entendía aquellos signos, ni aquel idioma, ni mucho menos los grabados que en él se podían ver. No eran jeroglíficos, no era cirílico, el idioma me resultaba extraño, indefinible, como una de esas escrituras que uno se encuentra en Star Trek o algo por el estilo. Como el klingon. Indescifrable.
Los grabados, aunque extraños, ya eran otra cosa. Se podían entrever en aquellos dibujos, una extraña mezcla de garabatos aniñados y trazo irregular, figuras humanas, caminos, un sol amaneciendo sobre lo que parecía ser el mar…Pero constantemente, durante las dos centenas de páginas que Joan me iba mostrando, una figura se repetía en casi todos aquellos grabados.
Un hombre corriendo.
Los dibujos o grabados parecían ser recopilaciones. Se notaba que no habían sido hechos por la misma mano. Y esto ocurría también con la escritura. Era como si una docena de personas hubiesen confeccionado aquel libro de gruesa encuadernación, cosido con hilos amarillentos pero resistentes, de hojas casi a punto de romperse, que olía vagamente a viejo. A muy viejo.
Y, mientras ojeábamos aquel recuerdo del pasado, Joan hablaba y sus palabras se convirtieron lentamente en retrato.
“De la misma manera que los evangelios se convirtieron en la piedra angular de la religión cristiana, La Cruz tomó como suyas las enseñanzas del Libro de las Revelaciones. Aunque ya no queda nadie que pueda asegurar o recordar como ocurrió todo, la Historia ha ido pasando de fiel a fiel durante todos estos siglos. El primero de nosotros que encontró el Libro, lo recibió con unas instrucciones muy precisas. En este Libro se encontraba el Camino para llegar a la salvación de toda la Humanidad, el Camino a seguir. Por este Libro los hombres matarían y morirían, y durante siglos se perpetuaría La Batalla, aquella que iría dirimiendo con el paso del tiempo el Buen o Mal Camino de la Humanidad. De esta manera, el Equilibro se ha ido manteniendo durante todo este tiempo, hasta la llegada de la que será la Batalla Definitiva. Pero no hay que llamarse a engaño. La Batalla no será sangrienta ni cruenta. Para eso ya llega la Historia de la Humanidad en sí misma. La Batalla no será más que una carrera contra el Tiempo y el Espacio. Las dos partes en lucha constante, buscando siempre el Equilibro, se enfrentarán en esa Carrera contra el Tiempo y el Espacio, y de ella saldrá un vencedor, y ese Vencedor recibirá el más preciado regalo que ningún ser humano sobre la Tierra haya recibido antes. Él y los Suyos”.
Nadia llegó en aquel momento con el café, pero apenas le presté atención. Acaba de ver en los ojos de Joan, durante unos instantes, la Verdad, aquello que ocultaba bajo la sombra de una falsa religión, aquello que había usado, él y los que le habían precedido, durante siglos, con un solo objetivo. Lo acababa de ver, un brillo en sus ojos, un gesto apenas perceptible que le delataba.
“Él y los Suyos”.
Fuera cual fuera el gran premio, si es que de verdad todo aquello no era solamente una patraña que había sobrevivido de padres a hijos y de fieles a fieles durante siglos, manteniendo viva una Secta en el más puro sentido del término…Fuera cual fuera el premio, a Joan solamente le importaba una cosa.
Lo que ese premio significaba. Guiar a la Humanidad. Control Absoluto. Joan era exactamente el mismo tipo que yo había conocido meses atrás en aquel Restaurante, cuando Nadia me lo había presentado. De alguna manera, él y el consorcio que representaba, todos aquellos tipos que formaban parte de docenas de Empresas por todo el país, que estaban representados en casi todos los estamentos de nuestra sociedad, todos ellos , con Joan a la cabeza, solamente buscaban una cosa.
Control y Poder.
Y, para eso, creyendo a pies juntillas, o temiendo que lo que la tradición de La Cruz mandaba se hiciera realidad, me habían creado. Lentamente, paso a paso. Durante años habían buscado la fórmula para crear a un Batallador. Y en su camino , o en su búsqueda, se había cruzado Drezner y su bebida, y la combinación de ambas cosas había dado como resultado la posibilidad de ganar aquella Batalla que, según palabras ancestrales, sería una Carrera. Y, por lo que estaba viendo, ellos no eran los únicos que creían en todo aquello. Alguien, una facción con poder dentro del propio Gobierno, probablemente, creía en lo mismo y se estaba preparando para…
Joder, para el maldito 32 de Diciembre.
Porque si ese 32 de Diciembre existía, eso quería decir que había existido siempre.
Siempre.
Me incorporé bruscamente y di un paso atrás.
“Tengo que salir de aquí. Necesito caminar”.
Pero no era caminar lo que necesitaba. Era el latir del corazón con fuerza en mi pecho. El viento en mi cara, las piernas moviéndose con fuerza.
Necesitaba Correr.

noviembre 01, 2005

Día Cincuenta



Por desgracia, he oído demasiadas gilipolleces en mi vida como para dar crédito a lo que pueda decir un tipo que, meses atrás, me ordenó disparar sobre alguien en quien confiaba en aquellos momentos, un tipo con una sospechosa tendencia al dominio y al control absoluto sobre todos aquellos que le rodean.
En cualquier caso, y creo que ya lo dije en su momento, lo que me impulsa a seguir adelante no es otra cosa que el averiguar qué es lo que realmente está ocurriendo aquí, el porqué de la increíble manipulación que esta gente ha hecho de mi vida, con mi vida durante todos estos años.
El 32 de Diciembre.
La afirmación no tenía ningún sentido. ¿Qué coño pretendía hacerme creer Joan?. ¿Qué, en un día que no existía, se celebraría una carrera que decidiría el destino de la humanidad, ya no durante el siguiente año, sino durante el resto de su existencia? ¿Qué clase de persona podía creer en algo así?. O, peor aún , ¿Qué clase de persona podía llegar a matar, a huir, a buscar adeptos, cambiar el curso de las vidas de otras personas, y dedicar, en fin, su propia vida, a un propósito semejante?.
Bueno, la respuesta era evidente. Joan lo creía, y Nadia también. Y lo que me separaba de ellos, el abismo que me alejaba de su destino en este mundo, se hacía cada vez mayor.
“Tranquilo, tú solamente tienes que observar”.
La frase de Joan me llenó de intranquilidad y desasosiego. Hasta ahora, poco más había hecho, sino mirar, observar, dejarme llevar con más o menos fortuna. Joan hizo un gesto a Nadia y ella, casi excusándose ante mí, abandonó la estancia. Me quedé en silencio con el que era la máxima representación de la Hermandad de La Cruz, que me observaba, me estudiaba, como seguramente había hecho durante una gran parte de su vida.
“Eres especial, casi susurraba, mientras entornaba la mirada. De otra pasta. Una pasta que tuvimos que modelar lentamente. Ya lo sé, quizás no sea la mejor manera de hacer las cosas. Pero era lo que teníamos que hacer. Tu padre lo sabía. Parte de esa composición consistía, es más, debería decir que se inició el día en que tu padre tuvo que abandonaros. En ese instante, la chispa, la semilla de lo que eres ahora, brotó. Era algo que tenía que hacer, y lo hizo, porque confiaba ciegamente en un propósito mayor. El Bien de la Humanidad, por encima de todo. Como yo mismo, como Nadia, como todos nosotros.”
Lo que Joan no podía saber era que, en su lecho de muerte, mi padre me había avisado, me había advertido sobre lo que La Cruz representaba. Me había impulsado a huir de ellos. Si había sido así, la única explicación era el miedo, el terror que…
“Incluso su último sacrificio”. Las palabras de Joan interrumpieron mis pensamientos. “Sus últimas palabras de miedo fingido y desalientos, rogándote que te alejaras de nosotros, que huyeras, que escaparas de La Cruz y de Nadia. Todo para que vinieras a nosotros”.
Si en aquel momento me hubieran dado una buena bofetada, no creo que la hubiese sentido.
“¿Porqué habría mi padre de fingir que tenía que huir de vosotros?”
“¿Habrías venido a nosotros, habrías llegado hasta aquí si él no te hubiera avisado de lo peligrosos que éramos?”.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Tenía razón. Lo más horrible de todo es que tenía razón, y ellos lo sabían porque había moldeado mi personalidad, mi visión del mundo hasta ese punto. Mi deseo constante de aventuras, mi búsqueda de una explicación, de un objetivo...Todo formaba parte de aquello que ellos habían creado...De mi.
La puerta de la estancia se abrió y Nadia entró entonces con una urna de cristal, o al menos de algún material transparente, y en su interior, un libro. Viejo. Es lo único que puedo decir de él. Un libro que, al menos aparentemente, era MUY Viejo.
Nadia abrió la urna con extrema lentitud. Fue entonces cuando percibí que llevaba unos guantes y una pinza muy delicada. La urna era lo suficientemente grande como para poder abrir el libro completamente. Así lo hizo, y con la pinza comenzó a pasar las amarillentas y gastadas páginas. Estaba escrito a mano, y había multitud de grabados, pero yo no podía entender ni aquellos dibujos, aquellos signos o aquel idioma…Hasta que Nadia se detuvo, sonrió y volvió el libro hacia mi.
Y allí pude ver un grabado.
Un dibujo.
Un retrato.
Era yo. YO. O alguien que se me parecía tanto como si fuera un espejo. Mi Rostro, mis ojos, mi mirada perdida en el infinito, pero manando de aquella página...No cabía la menor duda.
Sentí la mano de Joan sobre mi hombro.
“Nadia, haz un poco de café. Examinaremos el Libro con calma. Yo te iré guiando a través de sus páginas, amigo mío”.
“Esto tiene que ser una broma”, alcancé a susurrar, no sin cierta dificultad.
Nadia me mirada, frente a mí, con los ojos iluminados de alegría.
“Si realmente fuera una broma, el 32 de Diciembre no podría existir…verdad?.
Tenía razón…
Pero ¿y si realmente existía?…¿Si había estado allí…siempre?