mayo 19, 2005

Día Veinticuatro


Todo maratoniano sabe lo que es "el muro". Suele aparecer, aproximadamente, entre el km 30 y el 35. Uno nunca puede estar seguro de que ocurra, pero si aparece, lo reconoces enseguida. Tu mente te dicta una cosa, pero tu cuerpo quiere otra. Quieres seguir corriendo, pero tus piernas parecen no responder. Es el momento de la verdad. Ese instante en el que un corredor descubre de qué está hecho.
Mi muro estaba frente a mi.
El interior de la nave no estaba excesivamente iluminado. El techo, altísimo, y la luz que apenas daba claridad a una larga mesa rectangular de madera, carcomida por la polilla. Se notaba que hacía mucho tiempo que nadie pisaba el interior de aquel lugar.
Se podía oir con claridad la respiración entrecortada. Conocía aquel sonido. Era el sonido del pánico.
Joan estaba de pie, con un elegante traje a rayas, gesto ceremonioso, y a su lado otros dos hombres, también trajeados, cuyas caras me sonaban lejanamente. Probablemente de la reunión en el restaurante. O de SegCom. No podía recordarlo. Pero era evidente que estaban allí para comprobar que todo transcurría dentro del plan previsto.
Nadia caminaba a mi lado, en dirección a ellos, en dirección a la mesa. Tomó mi mano con la suya y la apretó con fuerza. Me volví hacia ella. Me miraba con aquel sorprendente brillo en sus ojos, brillo de emoción, brillo de placer.
Había alguien sentado al frente de la mesa. Una sombra. Respiraba con dificultad. Podía adivinar su cuerpo, una mancha negra en la penumbra, moviéndose al compas de los jadeos. Sabía que me miraba, y su silueta...
Un escalofrío recorrió mi espalda. Sentí que las piernas me flaqueaban. Solté la mano de Nadia, pero ella enseguida la tomó de nuevo entre las suyas, mientras veía como Joan caminaba, acercándose hasta nosotros. Su mirada decidida, sus ojos clavados en los míos, su gesto confiado y seguro.
"Sé que serás como un hijo para nosotros", dijo, "O quizás mucho más. Estás destinado a grandes cosas. Todos lo sabemos. Hasta tú mismo lo sabes".
Yo no sabía que decir o hacer. Sobre el hombro de Joan intentaba distinguir la figura que ahora oía gemir claramente. Pero era casi imposible. Aún así, la sensación que comenzara segundos antes aumentaba. Yo rogaba a Dios para que no fuera verdad.
"Pero toda confianza requiere de actos", continuaba Joan "No te vamos a pedir demasiado. Solamente lo que sabemos con seguridad que puedes hacer. Lo que confiamos que puedas hacer por nosotros, por ti mismo. Un acto necesario".
Sentí la presión de las manos de Nadia. Me volví hacia ella. Sonreía. Había alegría y orgullo en su mirada. Yo no podía creer que todo aquello estuviera ocurriendo en aquel preciso instante.
"Adelante, mi amor", me susurró al oido mientras soltaba mi mano.
Joan también sonreía. Pasó su mano por mi nuca, dándome ánimos. Y al hacerlo me obligó a caminar un par de pasos hacia la mesa. La claridad que llegaba desde el techo iluminó entonces a la figura que me miraba horrorizado, y pude verlo perfectamente.
Carlos estaba atado a una silla. Le habían amordazado con una tira de cinta americana, y su mano derecha descansaba sobre la mesa. No podía moverla. Un cuchillo la atravesaba, y la sangre resbalaba hasta fundirse con la oscuridad del lugar. Respiraba con mucha dificultad, su pecho se convulsionaba, y las lágrimas brotaban de sus ojos mientras movía la cabeza, negando, suplicando, convirtiendo sus gemidos en llantos.
Joan deslizó una mano entre las mías y sentí algo frío. Miré hacia abajo. Una pistola. Con un gesto continuo, levantó mi brazo, apuntando a Carlos. Nadia, desde atrás, puso una mano sobre mi hombro, animándome.
Joan acercó sus labios a mi oreja.
"Sin miedo", dijo, "No es nadie. Aprieta el gatillo y lo comprobarás".
Le miré fijamente, intentando disimular el horror que sus palabras me producían.
Carlos me miraba suplicando.
Se me habían terminado las opciones.

( Continuará....)


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UNA NOTA DEL AUTOR.

Me toca irme de vacaciones. Un mesecito. Hasta finales de Junio aproximadamente, así que os emplazo a todos aquí el día 1 de Julio, momento en el que continuará la historia. Hasta entonces, gracias a todos los que la estáis leyendo, comentando o simplemente pasando un buen rato con ella. Gracias, gracias y otra vez gracias.
Hasta muy pronto.




mayo 18, 2005

Día Veintitrés



Estaba terminando de comer un buen plato de pasta en la cafetería de SegCom, como siempre observando la ciudad a través del gran ventanal, cuando la vi entrar, con el teléfono móvil en la mano, charlando al mismo tiempo que me sonreía. No pude oir sus palabras, pero parecía alegre, contenta, y habría jurado que, fuera cual fuera el tema de su conversación telefónica, yo estaba incluido. Cuando Nadia se sentó a mi lado, mientras guardaba el teléfono en su pequeño bolso, acarició mi mano. Un gesto fugaz y rápido. Yo intentaba, mientras oía lejanas sus palabras sobre su ajetreada mañana , mantener mi pensamiento en calma. Pero sólo podía recordar que hasta hacía unos pocos días había sentido que me estaba enamorando de aquella mujer, y ahora veía en ella únicamente a alguien a quien le habían lavado el cerebro, quien sabe durante cuantos años, quizás poco a poco, convirtiéndola, probablemente como a muchos otros de La Cruz, en adepto absoluto.
"Cuando terminemos aquí esta tarde, tenemos que ir a un sitio", dijo, tras una pausa, y podía ver como le brillaban los ojos. Había visto aquel brillo antes, y por desgracia lo había confundido con otra cosa. "Joan nos espera. Te tenemos preparada una sorpresa".
Inmediatamente, supe que no podría ver a Carlos esa noche. Decidí enviarle un mensaje al móvil más tarde, posponiendo nuestra cita.
Y, segundos después, recordé las palabras de BMW. "Una prueba. Te harán una prueba".
Otra vez aquel vacío en el estómago.
Me despedí de Nadia, con una sonrisa forzada y una aún más forzada caricia en su mano. Todo aquello tenía algún sentido. No podía dejar de pensar en ello, intentando autoconvencerme. Y, a la vez, y esto no era algo nuevo, a medida que pasaba el tiempo, me sentía una impotente y solitaria pieza en un juego que desconocía, que no alcanzaba a comprender, que se me iba de las manos. Aceptando proposiciones, moviéndome como buenamente podía, pero sin conseguir efecto alguno.
Envié el mensaje al móvil de Carlos. Siempre tengo activado lo que se suele conocer como "aviso de recepción de mensajes". Te avisa cuando el mensaje enviado ha sido recibido por el otro móvil. No me llegó el aviso. La tarde fue pasando. Nada. Carlos tenía el móvil desconectado. Bueno, ya lo vería después. Lo peor que podía ocurrir es que se pasase una gran parte de la noche esperando mi llegada. Demasiado descuidado.
Terminó la jornada y Nadia me esperaba en el aparcamiento de SegCom. Mientras conducía por la ciudad, comenzó a hablar de Joan. De lo genial que era, de lo alegre que ella se había sentido cuando yo aceptara formar parte de La Cruz. Joan había tenido sus dudas, pero ella había insistido, y sabía que yo era la pieza que faltaba en su organización. Que estaba destinado a hacer grandes cosas. Y Joan, al que ella respetaba como a un padre, había terminado por convencerse de que así era.
"Esta noche será maravillosa. Ya lo verás".
Anochecía cuando llegamos a una nave-almacén muy cerca del puerto. Comencé a sentir un cosquilleo extraño mientras Nadia aparcaba el coche. Todo estaba demasiado oscuro a medida que caminábamos hacia la nave. No se veían más coches, no se veía nada que no fuera el cielo algo cubierto por espesas nubes, una media luna lejana sobre el mar, unos cuantos muelles con embarcaciones...y aquel almacén al que, poco a poco, nos íbamos acercando.
Fue entonces cuando Nadia se detuvo, y se interpuso entre la nave y yo.
"Quiero que sepas una cosa. Te quiero. Eres la segunda persona más importante en mi vida. O quizás la primera. No lo sé. A veces me siento como una niña cuando estoy a tu lado. Pero sé que, esta noche, dentro de un momento, cuando abramos esa puerta y entremos ahí adentro, me sentiré orgullosa de tí. Más que nunca."
Y me besó con una pasión que ya conocía, y a la que intenté responder con el mismo deseo inesperado.
Inesperado.
Yo no estaba preparado para lo que me esperaba allí adentro. Nunca habría podido imaginar de qué se trataba.
Ni en la peor de mis pesadillas.

mayo 17, 2005

Día Veintidos



Volver a SegCom ha sido probablemente una de las cosas más raras y extrañas que me han ocurrido nunca.
Después de madrugar, o debería decir más bien abandonar la cama después de una noche plagada de pesadillas, y salir a entrenar durante algo más de una hora, he decidido dar un largo paseo en dirección a SegCom. Por cierto, hoy he consultado el calendario. Faltan poco más de dos meses para el gran día. El XXV Maratón de La Ciudad. Es increible como los días han ido pasando y cómo me gustaría sentirme más conectado a aquello para lo que me llevo preparando tanto tiempo. Pero no puedo. Demasiadas cosas en mi mente. Mientras entreno, casi consigo olvidarme de todo. Pero basta una buena ducha y un paseo por la ciudad para que todo lo ocurrido en las últimas semanas vuelva, haciéndome sentir ese vértigo en la boca del estómago que tanto odio.
Hay un parque, maravilloso, frente a SegCom. Y, en un día soleado y claro como hoy, el parque estaba incluso más fresco y verde que nunca. Me encanta pasear por él. A veces incluso me he traido la bolsa con las zapatillas para entrenar al salir del trabajo, por las tardes, sobre todo en verano. Y hoy, al llegar a SegCom, me he entretenido un rato paseando antes de entrar. Quizás porque odiaba lo que me esperaba allí adentro, en el mismo lugar en el que tantas alegrías he tenido charlando y ayudando a algunas personas con mi trabajo diario.
El Parque estaba muy tranquilo a primera hora de la mañana. Algunos estudiantes sentados, charlando, y una docena de deportistas entrenando, alguno de ellos quizás para el mismo maratón para el que yo me entreno casi a diario. Todo envuelto a su vez en un aura de calma y sosiego que no podía sino envidiar. Así debería ser el mundo. Volví mi mirada hacia el imponente edificio de SegCom. Y así era realmente el mundo.
Todos mis compañeros, aquellos con los que me cruzo todas las mañanas al llegar al trabajo, pasaban ante mi, a mi lado, o me saludaban, como todos los días. Como un día más. Pero no era un día más. Podía ver sus saludos, sus sonrisas, como si de una filmación a cámara lenta se tratara. Ellos ignoraban algo que yo sabía. La empresa para la que trabajaban, en buena parte, quizás en una parte demasiado importante como para ser aún cuantificada, estaba en manos de una pandilla de fascistas que se proponían...sabe Dios qué. Y lo que más me aterrorizaba de todo aquello es que SegCom era una más. Una entre muchas.
Me detuve al llegar a mi mesa. Al lado, la de Carlos. Limpia, sin sus papeles, sus carpetas. Inmaculada, exceptuando el ordenador. Nada más. Alguien se había encargado de llevarse todas sus cosas.En aquel momento, mientras me sentaba y conectaba mi ordenador, mi móvil me avisó de que un mensaje acababa de llegar. Era de Carlos.
"Tengo a diez personas que trabajan para mi. Y acabo de entrar en el servidor seguro del Banco de España. Creo que he pasado la prueba. Esta noche pásate por mi casa".
Carlos estaba tan ilusionado como un niño. Se creía, estaba seguro, de que podía jugar con ellos y llevarlos por su camino, y de paso aprovecharse y ver su sueño de ser un hacker en toda regla cumplido.
Esta noche, tendríamos una conversación seria.
Las puertas de SegCom se abrieron y comenzó a entrar gente. Y la mañana caminó, más rápido de lo esperado. Asesoré a unas cuantas personas, contraté unos pocos seguros...y cuando la hora de comer se acercaba...mientras tecleaba tranquilamente los datos de una pareja que acababan de comprar un apartamento, y me preguntaba cuanto tardaría en tener noticias de Nadia...me di cuenta.
Al ver los datos de aquella pareja en el ordenador, los datos que yo había tecleado. Levanté la mirada. Mis compañeros en aquella planta...todos tecleaban. Algunos atendían a otras parejas, o a individuos que venían a contratar o buscar asesoramiento. De todos ellos, tomábamos buena nota. Sus datos, un historial, sus pertenencias...En un seguro cabe casi de todo. Y nosotros teníamos allí, en SegCom, los datos, las direcciones, el historial, la vida de miles de personas, la mayoría habitantes de la ciudad.
Y todos aquellos datos estaban en las peores manos que uno pudiera imaginar.



mayo 15, 2005

Día Veintiuno



Supongo que a BMW aquello le resultaba en cierto modo divertido. A mi no. Y él, por lo menos, intentaba disimularlo. Definitivamente, parecía que aquel día no terminaría nunca, que yo no podría irme a dormir y despertarme al día siguiente, entrenar y plantearme con la cabeza despejada qué sería de mi vida a partir de ese momento.
BMW esperó pacientemente a que yo hubiera vomitado, y regresase para sentarme en el salón, frente a él. Yo estaba enfadado. De alguna manera, me había sentido empujado a aceptar el ofrecimiento que Joan me hiciera horas antes. Supongo que el hecho de encontrarme a Carlos allí, unido a la petición de BMW, más lo que, en cierto modo, yo sentía o seguía sintiendo por Nadia, me habían empujado a decir "si" a mi entrada en La Cruz. Sin contar, claro estaba, el hecho de saber que mi padre había pertenecido antes a la hermandad, que estaban desperdigados por media España, que yo había sido un candidato firme a pertenecer a su círculo antes incluso de saberlo...Además, que narices, nunca había pensado que la cosa pasaría a ser algo más serio que un tipo que se dedica a espiar y comentar con alguien del Gobierno sobre lo que ha espiado. Alguna conversación, quizás la manera de localizar a Joan, quizás algunas direcciones. Yo no era lo que ellos llaman un "agente de campo" ni nada por el estilo.
Ahora, acababa de enterarme de que Marcos Molina tampoco, y así le habían ido las cosas.
Estos tipos que se hacían llamar La Cruz no se andaban con tonterías. Y yo no quería acabar así.
"Así que mejor lo dejamos correr", le dije a BMW. "Mañana me voy a mi trabajito de todos los días. Si ellos me preguntan algo les digo que todo ha sido una equivocación. Que yo no soy mi padre y que realmente no me interesa unirme a ellos. Todo bien explicadito y con buenas palabras. Y si a Nadia no le gusta, es su problema. Y Carlos ya es lo suficientemente mayorcito para saber lo que hace".
BMW no dejaba de mirarme fijamente mientras yo hablaba, más víctima de los nervios que covencido de mis palabras. Algo me decía que no todo iba a resultar tan fácil.
"En primer lugar, no van a dejar que te vayas tan fácilmente. En segundo lugar, tu amigo, Carlos, corre un serio peligro y él aún no lo sabe. Ha sido una tontería que aceptara unirse a ellos. Lo van a utilizar y después se desharán de él. Y, no te engañes, contigo pretenden hacer lo mismo. De momento, has dicho que sí, pero eso no significa nada. Te harán pasar por algún tipo de prueba, como a todo el mundo. A los dos. A lo mejor eligen una misma prueba para ambos, o diferentes pruebas. Así que lo único que puedes hacer es ayudarnos a deshacer esa jodida Cruz antes de que todo se complique".
Así de simple. Ellos querían utilizarme. El Gobierno quería utilizarme. Lo único que yo podía hacer era decidir si me utilizaban los buenos o los malos. A joderse.
"Necesitamos el ordenador de Nadia. El clon que hizo Molina habrá sido destruido. Pero en el ordenador de Nadia, en su portátil personal, está toda la información que necesitamos. Probablemente los contactos del tal Joan en las otras empresas, en toda España. Una vez conseguido eso, podremos actuar con la ley en la mano, y tú y Carlos lo podréis dejar sin problema alguno".
No podía ser tan difícil conseguir el dichoso ordenador. Aún así, yo no podía dejar de pensar en Molina.
"Él no era un agente de campo. Tú tampoco. Pero tú tienes muchas bazas a tu favor. Tu padre, el que te hayan buscado ellos mismos, tu amistad con Nadia Senén. Todo juega a nuestro favor...", se detuvo, y después inclinó su cuerpo hacia mí mientras enfatizaba sus palabras. "Planean algo. Lo sabemos. Pero no sabemos el qué. Es algo gordo, quizás algún tipo de...atentado...No lo sabemos, pero casi seguro que habrá vidas en juego. Y todo está en ese ordenador. Como puedes ver, no te miento. Eres nuestra mejor baza. Dependemos completamente de ti."
Aquel tipo también me conocía. BMW reconoció, algo incómodo, que habían sido ellos los que habían pinchado mi teléfono semanas atrás, al saber que Carlos y yo habíamos recibido el mail de Molina. Estaba seguro de que el Gobierno había estudiado mi perfil, o algo parecido. Y sabían perfectamente que no podía negarme si me decían que había vidas en juego.
Cuando caí sobre mi cama, conseguí dormir. Pero fue una noche horrible, plagada de pesadillas, entre ellas una en la que Nadia se me acercaba y me echaba ácido a la cara, mientras yo sentía como alguien cortaba mis manos.
Y esa no fué de las peores pesadillas de la noche.

mayo 12, 2005

Día Veinte



Como si se tratase de una filmación a cámara lenta, mientras abandonaban la estancia, todos los presentes me fueron saludando, tendiéndome su mano, algunos estrechando la mía con fuerza, todos sonrientes. Joan, para mi sorpresa, se permitió darme un abrazo, y al hacerlo su boca se acercó a mi oido.
"En unos pocos días descubrirás la suerte que tienes", me susurró al oido.
Sentí un escalofrío por todo el cuerpo. Me estaba recuperando cuando los labios de Nadia rozaron los míos, y sus ojos brillaban y ella me sonreía mientras el orgullo de sentirme formando parte de su vida tomaba forma en su rostro. Yo respondí a aquel beso con otro, pero algo fallaba en todo aquello. No era el mismo beso que apenas unas horas antes. Ya no. Y temí que aquella sensación que, de alguna manera, me había llevado hasta allí, nunca volvería.
Reparé entonces en Carlos, que aún permanecía en silencio, sentado, inmóvil. Le indiqué a Nadia con un gesto que por favor nos dejara a solas un momento, y ella asintió sin perder aquella sonrisa de los labios.
Carlos no me miró hasta que la puerta del salón se cerró y quedamos a solas. Sólo entonces, muy lentamente, muy despacio, levantó la cabeza, y pude ver aquella sonrisa que siempre lucía cuando acababa de descubrir algo, aquel brillo de victoria en sus ojos. Yo no podía entender nada.
"¿Cómo coño te has dejado embaucar por esta pandilla de nazis?", fue lo único que alcancé a preguntar.
Carlos me lo contó. En voz baja, susurrando, temiendo que pudiera ser escuchado. Me contó cómo habían intentado venderle la moto de un futuro mejor, de la misma manera que a mi, y de cómo él y yo habíamos estado bajo su vigilancia, yo por ser quien era, y él por ostentar el dominio sobre cualquier cosa que pudiese entrar o salir de un ordenador. Necesitaban un buen hacker para dirigir, para liderar la parte de La Cruz que se encargaba de todo lo relacionado con la informática. Transacciones de fondos, servidores ocultos, intromisión en redes del gobierno, de otras empresas, de otros paises...Todo lo imaginable y más. Y le habían ofrecido, por supuesto, el control absoluto sobre esa parte de la organización.
"Yo tengo mi sueño, y los dos estamos dentro. ¿Qué más se puede pedir?".
No supe que responder a esto. Parecía haber sinceridad en las palabras de Carlos. Desde luego, él nunca había parecido ser de esos que se dejan llevar por otro lider o por una religión, o por un ideal que no sea su propia visión de las cosas. Y, lo que más me sorprendió de todo aquello, fue que Carlos parecía realmente comprometido con aquello en lo que ambos nos habíamos metido.
"Son unos hijos de puta de mucho cuidado. Pero desde dentro se pueden hacer grandes cosas. Y ahora los dos estamos dentro".
Nos despedimos. Me dió un nuevo número de teléfono móvil. Como él dijo, "uno que nadie más conoce". Me dijo que no volvería por SegCom durante una temporada. Yo ni siquiera me lo había planteado. Aquel no era el mejor lugar para seguir hablando. Y yo estaba deseando que aquel día terminara de una maldita vez, llegar a mi casa y dejarme caer sobre la cama. Sentía el corazón a punto de estallar. Demasiadas emociones. Nadia me llevó hasta mi apartamento y se despidió con otro de sus besos que a mi ya no me sabían como antes. Pero tampoco había desaparecido todo lo que por ella sentía. Tenía que reflexionar sobre eso. Pero mejor hacerlo mañana.
Tendría que haber imaginado que las emociones no se habían terminado todavía. BMW estaba sentado en el sofá individual frente al televisor. Mi sofá favorito. Con las luces apagadas y en silencio. Ni siquiera me asusté al verle. Por alguna razón, me temía que el día aún no había terminado.
"Estoy dentro", le dije, mientras abría la nevera, cogía una botella de agua y me sentaba frente a él. "Y no me pregunte porqué, ni yo mismo lo sé".
BMW me miraba con aire triste. Se inclinó hacia delante mientras yo le contaba como Carlos también se había introducido en la organización. A grandes rasgos, le relaté lo ocurrido en las últimas horas, le hablé un poco más de Carlos, de su labor en la especie de investigación que habíamos mantenido en las últimas semanas y todo lo demás. Y, para rematar mi relato, dije una estupidez.
"La verdad, parecen una pandilla de fanáticos con mucho dinero y buena posición, pero no demasiado peligrosos".
BMW medio sonrió.
"Esta noche, mientras estabas con ellos, dijo, encontramos el cadaver de Marcos Molina. Le habían rociado la cara con ácido, y cortado ambas manos".
Entonces sentí que el agua de la botella estaba demasiado fría, y vomité.


mayo 11, 2005

Día Diecinueve



De la misma manera que yo no podía dejar de mirar directamente a Carlos, esperando una respuesta, una explicación, algo que me diese una pista de su presencia allí, él no pudo evitar desviar su mirada, incómodo, hacia la derecha, en dirección a la pared. Joan observaba todo ésto entre atento y divertido, mientras con un gesto de su mano me invitaba a sentarme a su lado. Nadia lo hizo a mi izquierda, y mientras Joan comenzaba a hablar, pude sentir la mano de ella sobre la mía, como si aquello me fuera a dar algún tipo de fuerza para afrontar cualquier revelación que estuviera a punto de escuchar.
Joan empezó por describir un nuevo y curioso orden, un Pais diferente al que todos conocíamos, en el que los hombres y mujeres de buena voluntad, trabajadores, de moral intachable, temerosos de Dios y obedientes ante las leyes que sus gobernantes dictaran, tendrían un lugar en el que vivir sin miedo. Lejos de unos políticos de tres al cuarto que, pertenecieran a la ideología que pertenecieran, se limitaban a fingir que eran personas de buena voluntad, cuando en realidad lo único que pretendían era llenar sus arcas de dinero y propiedades a costa de los honrados ciudadanos. Lo único que Joan eludió comentar, como solía ocurrir en este tipo de discursos, fue el destino que les esperaba a los que no compartieran la idea que ellos tenían sobre el nuevo orden. Pero yo ya sabía que ese punto sería omitido del "discurso". Siempre lo era. Había leido u oido aquel planteamiento en varias ocasiones, en la Europa fascista anterior a a la Segunda Guerra Mundial, y en muchos otros paises que luchaban o habían luchado por huir de algún tipo de dictadura durante la historia.
Pero la idea de Joan iba un paso más allá. Como si se tratara de un personaje maligno de alguna película de tres al cuarto, abogaba por extender esta idea más allá de las fronteras de nuestro pais, a sabiendas de que encontrarían adeptos en muchos lugares del mundo. Según él, los contactos ya habían comenzado, y resultaban o estaban resultando fructíferos.
"Esto, dijo, era algo que tu padre sabía muy bien. Y esa es la principal razón de que, durante estos años, hayamos seguido muy de cerca tu carrera y, en menor medida, la de tu compañero Carlos".
A mi mente regresaron las palabras de advertencia de mi padre en su lecho de muerte, cuando me entregara La Cruz que ahora descansaba en mi cuello. Inconscientemente, llevé la mano a mi pecho para tantearla. Palabras de advertencia hacia La Cruz y hacia Nadia. Pero Nadia y Joan sonreían contentos mientras me veían recordar, sintiendo como la verdad se iba abriendo paso en mi mente.
"Tu padre fue un importante miembro de nuestra sociedad. Durante muchos años. Por desgracia, decidió abandonarnos. Y nosotros respetamos su decisión. Había hecho mucho por nosotros. Suya fue la idea de impulsarnos más allá de nuestras fronteras. Y muchas otras que irás conociendo poco a poco. De la misma manera que nos irás conociendo a nosotros, aunque imagino que a algunos de los presentes ya los conoces".
Asentí. Sus rostros me sonaban de los pasillos de SegCom. Todos, evidentemente, de más allá de la planta 10.
"Somos muchos. Muchos más de los que te imaginas. No solamente en SegCom, que es prácticamente nuestra base de operaciones en esta ciudad. Pero nuestro deseo de buena voluntad y de un mundo mejor se extiende por otras 25 empresas en todo el pais, sin contar otros estamentos de los que, por razones de seguridad, no te puedo hablar en este momento. Aunque te prometo que, si decides unirte a nosotros, todo llegará."
Me sentí como el ratón al que han ido llevando por todo el laberinto hacia una dirección concreta. Lo que estaba sucendiendo ante mis narices era aberrante. Pero Nadia estaba allí, y Nadia parecía buena persona. Y Carlos estaba con ellos. Y mucha más gente. Muchos más. Miles quizás si sumábamos a todos los que se hallaban desperdigados por el pais.
"De alguna manera, continuó Joan, eres la esencia de los ideales que defendemos. Alguien puro de alma y de corazón, que se entrena a diario, que cuida su cuerpo y su mente, que todos los días acude a su trabajo con el único objetivo de ayudar a los demás a sentirse un poco más seguros y un poco mejor. Tú representas nuestras aspiraciones, eres casi un símbolo, y además el heredero directo, gracias a tu padre, del "don" que Dios nos ha dado a todos al hacernos ver el camino a seguir. Por eso, queremos que te unas a nosotros. Porque , de alguna manera, ya formas parte de nosotros".
De repente, me había convertido en una especie de nazi de mierda. Pero Joan sabía venderlo como la quintaesencia de lo mejor que había en ellos. Yo sabía que no eran más que ideas tergiversadas, que me querían vender algo y precisamente algo con lo que yo no comulgaba. Pero recordé al hombre del Gobierno, BMW, y su deseo, casi una súplica, de que aceptara la oferta. Y miré a Carlos, y vi que había algo más, casi pude sentir que estaba allí por una razón que se me escapaba, y que tenía que averiguar.
Y, al volverme hacia Nadia, pude ver que ella anhelaba que aceptara también. Porque estaba convencida de que Joan y lo que él representaba eran LA VERDAD. E, idiota de mi, una parte de mi ser me dijo que, desde dentro, cerca de ella, podría abrir sus ojos para que se diera cuenta de lo equivocada que estaba.
Así que simplemente asentí con la cabeza, fingiendo algo más de alegría de la necesaria con una sonrisa que debió parecer muy verdadera, pero era totalmente falsa, y de esa manera, casi sin poder controlar mi decisión, me vi impulsado hacia algo que aún no me podía imaginar.

mayo 09, 2005

Día Dieciocho



Ni que decir tiene que, mientras Nadia conducía entre las luces palpitantes de la ciudad, en una de esas noches en las que todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo para salir a cenar, a tomar una copa, a bailar o a lo que sea, yo no podía hacer otra cosa que no fuera mirar fijamente al frente, sentado a su derecha, absorto, recordando las palabras que BMW pronunciara minutos antes e intentando encontrar entre sus frases nuevas pistas que me llevaran, que me permitieran adelantar los acontecimientos que se precipitaban hacia mi esa noche.
Fuimos a un restaurante, La Gava, que por supuesto, como yo suponía, se salía mucho de mi presupuesto, no así de el de Nadia, que había reservado una romántica y alejada mesa, al lado de un inmenso ventanal que nos permitió observar, mientras cenábamos, la bahía iluminada por las luces de la costa y la inmensa luna que esa noche parecía otearlo todo.
Nadia estuvo extremadamente amable y cariñosa. Y yo me sentía extraño e incluso algo malvado fingiendo que nada malo me ocurría, cogiendo su mano sobre la mesa y acariciándola, perdiéndome en sus ojos brillantes, casi dejándome llevar por el ambiente que nos envolvía. Pero no era así, y eso me suponía mentir a alguien que, de momento, no había hecho nada que me hiciera pensar que se merecía mi engaño. Sólo tenía la palabra de un desconocido, que se había referido a ella como "esa señora y su grupo de amigos". ¿Qué grupo de amigos? ¿Qué había hecho Nadia y qué había en su ordenador que mereciera una investigación del Gobierno?.
Mientras la velada y la cena avanzaban, me di cuenta de que Nadia iba llevando la conversación hacia un terreno inesperado para mi. Al principio supuse que lo hacía para ayudarme a olvidar la reciente muerte de mi padre, intentando introducir en nuestra conversación un tema trivial, pero poco a poco me fui dando cuenta de que ese tema trivial no lo era tanto. Comenzó hablando de lo importante que era nuestro trabajo en SegCom, sobre todo para las familias que necesitaban algún tipo de seguridad en este extraño principio de siglo que les había tocado vivir, y lentamente la conversación terció hacia la estructura familiar clásica, cada vez más dañada por el paso del tiempo, y a su vez ésto derivó hacia la manera de hacer política en nuestro pais en los últimos tiempos, y poco a poco me vi envuelto en una disertación sobre el camino andado por nuestro pais en los últimos años, la mano dura que parecía iba a emplear el gobierno conservador pero que al final se había quedado en nada y, peor aún, la llegada de un grupo de liberales de izquierdas al gobierno.
Todo esto podría pasar simplemente por una conversación trivial, pero no había trivialidad en las palabras de Nadia. Sentía como si me encontrase ante una persona diferente. Seguía viendo la dulzura, estaba aún allí, pero había otra capa, y esta capa envolvía una especie de deseo de rebelión ya no contra la sociedad, sino contra el mismo sistema en que nos encontrábamos. Un posicionamiento que parecía no distinguir entre conservadores y liberales, entre derecha e izquierda, sino que iba un poco (o un mucho) más allá.
Sin darme cuenta, quizás empujado por las palabras de BMW, por la curiosidad, por un deseo innato de saber hacia donde me estaba llevando todo aquello, yo asentía ante sus palabras, fingiendo estar de acuerdo con aquella inesperada postura, aquella revelación, y ésto parecía animarla a seguir hablando, usando términos como "cobardes, rojos, uso fraudulento de la democracia" y alguno que otro más. Y yo asentía, fingiendo una vez más.
La cena se terminó casi sin que me diese cuenta. Yo estaba fascinado ante la mujer que tenía ante mí, ante la que parecía ser una nueva mujer. Nadia, contenta y animada con mi postura, me hizo un guiño mientras me invitaba a levantarme.
"Vamos a conocer a alguien", dijo.
La seguí a través del comedor. Los otros comensales ni se inmutaron. Cruzamos el elegante restaurante hasta llegar a unas cortinas rojas, que Nadia apartó ligeramente. Tras ellas, una puerta oscura. La puerta se abrió. Nadia parecía disfrutar con aquello. Yo comenzaba a sentirme extrañamente impaciente. Caminamos por un estrecho pasillo. Al fondo, otra puerta, entreabierta, y un ligero murmullo al otro lado.
Lo primero que vi, al abrirse la puerta, fue una reproducción de La Cruz que mi padre me entregara, y que colgaba alrededor de mi cuello, esta vez clavada en una pared, presidiendo una ovalada mesa, en la que permanecían reunidos una veintena o más de hombres y mujeres. La luz era ténue y cálida. Se hizo el silencio cuando entramos en la estancia. Sentí como Nadia cerraba la puerta a mis espaldas. Al irse acostumbrando lentamente mis ojos al cambio de luz, comencé a distinguir más claramente las figuras que permanecían alrededor de la mesa. Todos hombres y mujeres ejecutivamente vestidos. Y reconocí inesperadamente a algunos de ellos. Sus caras me sonaban. Les había visto en los pasillos de SegCom.
Presidiendo la mesa, un hombre de unos cincuenta años, cabello cano y arrugas marcadas, ojos negros, pequeños y penetrantes, alto y fuerte.
Nadia me invitó a caminar, y yo, mirando de reojo a los presentes, intentando aparentar confianza, caminé con ella a mi lado, hasta llegar a la cabecera de la mesa. No podía dejar de mirar a aquel hombre. Nadia le saludó con un ademán algo vago, y nos presentó. Se llamaba Joan.
Fue entonces cuando reparé en la persona que estaba sentada a su lado, mirandome fijamente, sin atisbo de emoción en su rostro. Desentonaba un poco, pero aún así estaba afanadamente vestido para la ocasión, con una chaqueta negra y una camiseta blanca debajo.
Carlos.

Día Diecisiete



Es fácil darse cuenta de algo cuando lo tienes delante. O cuando alguien te lo explica, incluso aunque no lo haga con absoluta claridad. También es fácil de reconocer, si alguna vez lo has sentido de verdad, lo que es el miedo. Y yo no lo sentía en aquel instante, ni tan siquiera cuando, sin mediar palabra, aunque echando un rápido vistazo experto a mi apartamente, el hombre al que a partir de ahora me referiré como BMW entró, cerró la puerta a su paso y se quedó plantado frente a mi. Yo me sentía en tensión, preparado para cualquier cosa. Por mi cabeza únicamente pasaban recuerdos de los últimos días. El correo recibido, enviado desde el ordenador de Nadia, la desaparición de Carlos, la muerte de mi padre o incluso el haber conocido y establecido un principio de relación con la mismísima Nadia. Pero todo aquello, de alguna manera, parecía conducirme hasta aquella noche, hasta aquel preciso instante.
BMW introdujo la mano dentro de su gabardina y extrajo de ella una cartera. La abrió y me mostró la documentación. Aunque únicamente con aquel gesto yo ya empezaba a aventurar algo. El carnet lo decía bien claro, y desde luego, sin ser yo un experto, parecía auténtico.
Ministerio del Interior.
El Gobierno.
En unos instantes, me encontré sentado frente a aquel hombre, separados únicamente por la mesa de mi pequeño salón, con su cartera abierta y su imagen mirándome desde la fotografía de su carnet. Todo aquello suponía un buen número de preguntas.
"Intentaré responderlas a la mayor brevedad posible", me dijo, mientras dejaba su teléfono móvil sobre la mesa, al lado de la cartera. "No tenemos mucho tiempo".
¿No teníamos mucho tiempo?
A partir de aquí, intentaré reproducir de la mejor manera posible la conversación, mas bien explicación, que mantuvimos durante algunos minutos.
BMW:"Todo esto empezó hace algo más de un mes, cuando un agente de nuestro departamento consiguió introducirse, aprovechando una auditoría del departamento de Servicios Financieros, en SegCom. Usted ya sabe de quién le hablo. Marcos Molina. Un expecialista informático de primera linea. Su objetivo era recopilar toda la información posible sobre algunas de las personas que trabajan en SegCom. Prioritariamente, sobre Nadia Senén, a quién usted conoce...digamos que bastante bien. Pero no se engañe. Si eso es así, es porque así lo ha querido ella. O sus superiores. En cualquier caso, la organización a la que ella y otros en SegCom pertenecen. Pero de eso hablaremos más adelante. Lo importante es que, como descubrió Molina a medida que pasaban los días, la clave para investigar a esta señora y a su grupito de amigos estaba en su ordenador portátil. Cómo cambiarlo era sumamente arriesgado, Molina optó por hacer una copia idéntica del mismo. Y cuando digo idéntica, digo literalmente un clon del ordenador. Todos sus programas, sus contraseñas, sus sistemas, hasta el más mínimo detalle. Fue entonces cuando le descubrieron. A la desesperada, intentó avisar a sus contactos a través de un correo electrónico. Por desgracia, hizo el envío desde el clon del ordenador de Nadia Senén. Como resultado, el mail no fue recibido únicamente por nosotros, sino también por ese grupo de "socios" de Nadia...y por usted y su amigo Carlos entre otros".
Eso planteaba aún más preguntas. BMW no dejaba de mirar de reojo a su móvil. Y yo no iba a dejar de preguntar ante aquella nueva información.
BMW: "Es cierto. Carlos creyó que el mail había sido enviado desde el ordenador de Nadia. Ésto fue así porque hizo un trazado de la ruta desde dentro de la red de SegCom, y el resultado es que la propia red fue engañada, creyendo que se trataba del ordenador de ella y no del ordenador clonado.
Aún me quedaban un ciento de preguntas por plantear. ¿Dónde estaba Molina? ¿Qué hacíamos Carlos y yo en la agenda privada de Nadia? ¿Qué hacía BMW en mi casa aquella noche? ¿Dónde estaba Carlos? ¿Qué significaba o era La Cruz? ¿Qué relación tenía mi padre con ella?
En aquel momento sonó el móvil. BMW lo cogió y habló apenas unos segundos. Lo colgó y se lo guardó, y la cartera también. Después, su gesto cambió.
BMW: "Escúcheme bien. Sé que tiene un montón de preguntas más. Todas serán respondidas. Se lo prometo. Pero ahora no. Nadia Senén está a punto de llegar. Esta noche le llevará a un lugar importante y ocurrirá algo. Es SU método. Y después le plantearán una pregunta. Usted sabrá que pregunta es. Tiene que responder que sí. Es importante. Tiene que confiar en mí. Por favor."
Y, como había entrado, desapareció. Me quedé como un tonto mirando la puerta sin saber qué hacer. Las preguntas seguían en mi cabeza, bailando, sin poder controlarlas. En aquel instante sonó el portero.
Era Nadia.

mayo 06, 2005

Día Dieciséis



La gloria que tiene un buen entrenamiento es efímera. Al día siguiente, en cuanto uno se dispone a volver a entrenar, lo primero que hace es mirar el cronómetro en la muñeca, con la marca del día anterior, esa marca que tanta satisfacción te ha dado unas horas antes...y ponerlo a cero nuevamente. Y vuelta a empezar. Aunque, mientras entrenas, sabes que hubo una vez en la que superaste tu propia marca, y si puedes hacerlo una vez...puedes hacerlo cuando quieras.
Hoy he enterrado a mi padre. Al viejo don Manuel. Sin honores, sin recuerdos apenas. Su imagen se me presentaba, mientras los que allí estábamos escuchábamos el murmullo del viento y las palabras, como siempre poco apropiadas, del sacerdote, como una fotografía antigua. Y sólo guardo y guardaré en mi memoria sus ojos en el instante de su muerte.
Nadia ha estado discretamente alejada de mi, y de los familiares que me rodeaban. Nunca he sido un tipo especialmente familiar, y los primos, tíos, parientes lejanos de ambas ramas de la familia, me parecían tanto o más desconocidos que el cadaver que pronto descansaría bajo tierra.
Es curioso cómo precisamente ese es el instante en el que uno es consciente de la realidad. Sea alguien querido o alguien a quién apenas conocías, el instante en el que el ataud desaparece de la vista de los presentes es el instante definitivo. Se acabó. Se ha ido. Para siempre.
Y justo en ese instante, mi mano se ha ido, como impulsada sin control, hacia La Cruz que descansa sobre mi pecho.
Sigo sin saber nada de Carlos. Parece como si, maldita coincidencia, se lo hubiera tragado la tierra. Al abandonar el cementerio, después de algunas inevitables frases tópicas a modo de pésame, Nadia se me ha acercado. Hemos quedado para esta noche. Me recogerá en mi apartamento. Dice que me ha preparado una velada que no olvidaré, que me levantará el ánimo, y que es la velada con la que ha soñado desde que supo de mi existencia.
Mientras caminaba por la calle, en una tarde soleada y tranquila, aflojándome la corbata y echándome la chaqueta sobre el hombro, no he podido dejar de pensar en sus palabras. Nadia siempre elige la frase o el término correcto y necesario. En cualquier momento. No ha dicho "desde que te conocí" o "desde que comencé a sentir algo por ti", ni nada parecido.
"Desde que supe de tu existencia".
La frase ha seguido en mi cabeza mientras mis pasos me llevaban hasta el apartamento de Carlos. He llamado al portero. Nada. Unos vecinos han salido y he aprovechado para entrar. Pero ha sido tiempo perdido. Varios timbrazos y nada. He vuelto a llamarle al móvil. Nada.
Ahora ya puedo decir que ha llegado el momento de preocuparse.
Presiento, mientras me ducho, mientras miro mi móvil y de vez en cuando vuelvo a llamar a Carlos, mientras me preparo para esta noche, que algo va a ocurrir. Conozco mis presentimientos. Ese cosquilleo, esa sensación. Una velada especial, una noche diferente. El momento. Sé cuando algo va a cambiar.
Y Nadia lo va a cambiar...todo.
Justo en ese instante ha sonado el timbre de la puerta. Me he mirado en el espejo, intentando animarme con una fugaz sonrisa. Confiando en que, sea lo que sea que traiga la noche, será mejor que el día que ya se acaba.
Sin pensar he abierto la puerta y ahí estaba, frente a mi. Inesperado. Mirándome, quizás con una pequeña sonrisa en sus labios. Pero con aire firme y decidido. Y yo, sin saber qué hacer o qué decir, sin poder moverme, sin casi capacidad para reaccionar ante su presencia.
Así que, apartándome casi, ha entrado en silencio, sin dejar de mirarme, y ha cerrado la puerta a su paso.
El hombre del BMW negro.


mayo 04, 2005

Día Quince


No deja de ser curioso como la vida te da siempre algo a cambio de algo.
Hoy por la tarde he tenido el mejor entrenamiento de mi vida. El mejor tiempo en 10 km. ¿No parece tener mucho sentido, verdad?. Lo único que he hecho durante el día ha sido ocuparme del papeleo que una situación como ésta conlleva, y entrenar. No he intentado dormir, ni descansar, ni nada por el estilo. Y, sin embargo, he hecho 12 km en 50 minutos. Nunca antes había conseguido llegar hasta ahí. Bien es cierto que no pensaba, ni siquiera sentía mi respiración. Mi mente no estaba allí. Si alguien me dijera que un par de coches han estado a punto de atropellarme o algo por el estilo le contestaría que sí, que seguro, pero que yo ni me he enterado. Mientras corría, y por lo que dice el cronómetro, más rápido de lo normal, únicamente podía pensar en don Manuel, ahora ya sin el tono sarcástico que siempre le había puesto al "don". Simplemente Manuel, mi padre, fallecido hace unas 24 horas. Y al pensar en él he pensado en mi madre, a la que echo de menos más de lo esperado.
El ordenador de Nadia. El ordenador de Nadia...¿Porqué no puedo dejar de pensar en eso?
Mañana será el entierro. Me he pedido unos días libres en la oficina. Y le he enviado un mensaje a Nadia, contándole lo ocurrido. Me ha contestado que está disponible para lo que sea, y que mañana irá al entierro, por la tarde.
También he intentado contactar con Carlos. Pero en su extensión, en SegCom, no ha contestado nadie. Y su móvil estaba desconectado. Finalmente, aunque había hecho el firme propósito de no usar teléfonos fijos, he llamado al de su apartamento. Nada.
Aunque hasta hace un par de semanas éramos algo parecido a buenos compañeros de trabajo, en estos pocos días ese "buen rollo" se ha ido transformando, hasta el punto de convertirse en una amistad más o menos sólida. De ese tipo de amistades de las que los hombres no solemos hablar. Somos amigos, estamos ahí, nos une una causa común. Nada más y nada menos.
Y entonces, sin poder contactar con Carlos, pensando en mis padres fallecidos, y cansado después del esfuerzo del entrenamiento, mientras me duchaba, me he sentido solo. Realmente solo.
Y al sentirme así, mientras me vestía, me he encontrado con el medallón en forma de cruz, de esa Cruz, imagino, a la que mi padre ha hecho referencia en sus últimas palabras, palabras que se me escapan, que no entiendo, pero que han sonado a advertencia. Y, sin saber cómo ni porqué, he cogido el medallón, extrañamente ligero y sólido, y lo he colgado de mi cuello.
Sorprendentemente, he dejado de sentirme solo.
Mañana me espera un día ajetreado. Odio los entierros, odio los cementerios, y sobre todo odio acostarme pensando en que mañana tendré un día que no me gustará tener.
Ha sido entonces, mientras, tirado en la cama, pensaba en el tema, cuando ha sonado el móvil. Era Nadia. Después de preocuparse por mi estado de ánimo y todo eso, me ha sugerido que este fin de semana será ella la encargada de planificar algo que me hará sentir mejor que nunca. Quizás eso sea lo que necesite. Quizás eso me ayude a no sentirme tan solo.
Sin saber cómo ni porqué, al oir sus palabras, la promesa de ese fin de semana "diferente", mi mano derecha se ha ido directamente a acariciar la Cruz que descansa sobre mi pecho.


mayo 03, 2005

Día Catorce



No conozco, nunca conocí a Marcos Molina. Ni siquiera sé si sigue vivo. Puede estar en cualquier parte. Puede que se encuentre en un hospital, recuperándose de lo que comunmente se conoce como un "derrame cerebral". Puede que nada de ésto esté ocurriendo y simplemente yo sea un tipo que piensa demasiado mientras entrena, que esta preparación que el maratón requiere haya retorcido mi mente, llevándola hacia alguna parte desconocida para mí hasta ahora.
Podría ser...pero no es.
Marcos Molina ha desaparecido. Marcos Molina, sea quien sea, escribió un mail, y Carlos y yo entre otros recibimos ese mail, y le hicimos caso, en vez de borrarlo. Y eso me llevó a conocer a Nadia, y porqué negarlo, a sentir por ella algo más que una simple amistad. Y esa amistad me impide pensar con claridad, porque si Molina la estaba investigando a ella, o a todo su departamento, o por extensión a la parte financiera de SegCom, que en una compañia de seguros es como decir al 99% de la misma, Molina encontró algo, y ese algo le obligó , en un acto desesperado, a enviar un correo electrónico desde su ordenador...
No, desde su ordenador no. Desde el ordenador de Nadia.
El Ordenador de Nadia.
¿Porqué, mientras corría esta mañana, no podía dejar de pensar en el ordenador de Nadia?.
Al llegar a casa, había un mensaje en el contestador automático. La estática y los ruidos extraños siguen en el teléfono, por eso apenas lo uso. Ya no sé si se trata de mi imaginación o de algo real. Sólo sé que no puedo confiar en que esos ruidos no signifiquen algo.
Era del Hospital. Mi padre estaba empeorando.
Me he duchado, y he comido algo antes de partir hacia allí. La enfermera estaba con él en su habitación. Me saludó con gesto dolido al verme entrar y se despidió, dejándonos a solas. Me costó un buen rato reunir el valor suficiente como para sentarme a su lado. Permanecía en silencio, apenas perceptible su respiración, con la mirada perdida en el techo de la estancia. Sus ojos, vidriosos y casi vacíos de vida, parecían buscar sin moverse algo que no estaba precisamente allí.
Y entonces habló, sin mirarme.
"La Cruz, dijo. La Cruz viene a por ti".
Al principio, no sabía exactamente qué había dicho, o si le había oido bien. Pero su cabeza comenzó a volverse lentamente, hacia mi, y sus ojos vacíos de vida se clavaron en los míos. Su mano derecha se movió con dificultad, se introdujo en dirección a su pecho y, con un gesto de inesperada fuerza, arrancó de su cuello una cadena plateada. Con el puño cerrado, sin dejar de mirarme, alargó la mano, y cogiendo mi mano derecha, dejó en ella aquello que acababa de arrancarse del cuello.
"Esa mujer es La Cruz, hijo mío"
Fué la primera y la última vez que le oí referirse a mí como "hijo mío". Y fueron sus últimas palabras. Su mirada se quedó en mí mientras exhalaba un último suspiro. Bajé la mirada hacia mi mano, y en ella vi el elaborado medallón con la forma de una cruz, descansado sobre mi palma.
Y, sin poder dejar de mirar aquel inesperado e incomprensible regalo, sus palabras siguieron repitiéndose en mi interior.
"Esa mujer es La Cruz..."





mayo 02, 2005

Día Trece



Soy bastante aprensivo. Muy aprensivo. Y algo hipocondríaco. Cuando tengo que visitar a alguien en un hospital, suelo pasarme la mayor parte del tiempo mirando por la ventana de la habitación, al exterior. Y ese olor en los pasillos.... Me gustaría no ser así, y con el tiempo lo voy superando, pero en ocasiones, quizás porque tengo un mal día o, como últimamente, unos días bastante extraños, todo eso me puede.
A primera hora de la mañana me ha llamado la enfermera que cuida a don Manuel. Mi padre ha tenido uno de sus ataques. Lo olvida todo, incluido quién es él, y pierde las fuerzas. Su cuerpo queda como muerto, y es necesaria atención médica urgente. Así que ella ha llamado a la ambulancia, y yo he tenido que salir corriendo (no literalmente) hacia el Hospital.
Antes de salir de casa he observado el monitor de mi ordenador. La webcam aún enfocaba la calle. El BMW negro no estaba allí. Había un último mensaje de Carlos en el mesenguer: "Te veo después de comer en la entrada principal de SegCom. No quiero que nos vean hablar dentro del edificio".
Cuando llegué al Hospital, mi padre se había estabilizado. He permanecido a su lado un par de horas, sentado al lado de su cama. El médico que lo ha atendido, un hombre joven y de aspecto confiable, ha recomendado que permanezca un par de días allí, bajo observación. Con frases veladas, pero sinceras, me ha dado a entender que queda poco tiempo. Es algo que sé desde hace meses. Me gustaría sentir piedad por él, y en cierto modo la siento, pero supongo que no de la misma manera que se siente hacia un ser querido, al menos hacia alguien que se quiere al 100% y sin reservas. Han sido demasiadas cosas, demasiadas ausencias sobre todo, en estos años, como para permitirme sentir algo más que no sea un poco de lástima.
Aún sí, le he observado, allí, carcomido por la vejez. He recordado sus fotos, las que mi madre me enseñaba de vez en cuando. Ha sido un hombre fuerte. Duro. Nada de eso queda ya. Solo un pecho que respira con dificultad, la piel blanquecina, el silbido en los pulmones...Ya no queda nada más que eso.
He vuelto caminando hacia SegCom. Absorto en mis pensamientos. Recordando, o quizás debería decir mejor buscando recuerdos que no existen. Eso ha sido lo peor de todo. Los momentos que podrían haber sido y no fueron. Y, de repente, me he encontrado comiendo con Nadia y hablándole de todo ésto. De mi vida, de mi madre fallecida, de mi padre que ha sido un cabrón y que ahora es un cabrón enfermo. Ha sido la primera vez que hemos tocado el tema, y ella se ha mostrado en todo momento tranquilizadora y comprensiva. Ha tomado mi mano y ha escuchado mi historia, mis recuerdos que no lo son, asintiendo, sonriendo a veces. Y por primera vez he visto en su rostro una nota de melancolía . Y, porqué no, me he sentido más unido en ese momento a ella que en todo el largo, frío y cálido fin de semana.
Ahora sé que ella no tiene nada que ver con todo ésto. Y en ese mismo momento decidí que sería lo primero que le diría a Carlos. Que ella tenía que ser informada de que algo había ocurrido, y de que estaba seguro de que nos ayudaría, quizás con información valiosa, quizás aportando un nuevo punto de vista en esta extraña y curiosa investigación.
Por desgracia, esta idea de "loco medio enamorado" tendrá que ser pospuesta. Carlos me esperaba en la entrada de SegCom. Hemos cruzado la calle, hacia el parque que hay enfrente, en donde se reune mucha gente joven, estudiantes universitarios en su mayoría, a la hora de comer. Y allí, algo alejados del edificio, sentados en un banco, me ha mostrado un listado, extraido de la red de SegCom la noche anterior a altas horas de madrugada, mientras veía como el BMW negro se alejaba de mi calle, al mismo tiempo que despuntaba el alba sobre la ciudad.
Un listado de los quince trabajadores, eventuales y fijos, de SegCom, que desde el lunes siguiente a la llegada del correo electrónico, no habían vuelto por la empresa. La mayoría, porque se les había terminado el contrato eventual. Tres de ellos porque habían enfermado de gripe, y ya se habían reincorporado. Y uno, solamente uno, permanecía sin reincoporarse debido a un accidente vásculo-cerebral.
Marcos Molina.
"Es nuestro hombre", afirmó Carlos con absoluta convicción. "Fíjate en el trabajo que estaba haciendo".
Al parecer, el tal Molina trabajaba para una rama de SegCom dedicada a las auditorías de departamentos. A él, en concreto, le habían encargado la auditoría de Servicios Financieros.
"Y todos sabemos quién es el máximo responsable de Servicios Financieros", me recordó Carlos.
Definitivamente, no ha sido mi día.

mayo 01, 2005

Día Doce



Dos días pueden no caber en doscientas páginas, o en doscientos diarios, o en dos mil Blogs. Y no voy a pretender ir más allá de unas pocas letras. En estos momentos, estoy demasiado preocupado, demasiado confundido como para ir más allá de unas breves anotaciones.
Nadia me tenía una sorpresa preparada. Había cambiado mi reserva en el hotel por una cabaña, solitaria y aislada, en plena sierra. Un alquiler en el paraiso. Dos días rodeados de nieve, de riachuelos convertidos en hielo, viendo amanecer y anochecer. Lo increible de todo ésto ha sido que me haya dado tiempo a entrenar durante esos dos días. Pero bueno, cuando lo llevas en la sangre, es casi como un muelle que te impulsa todas las mañanas. Y, allí afuera, perdidos en medio de la nada más blanca que haya visto en mi vida, me sentía a cada minuto más y más pletórico, cargado de fuerzas y de energía. Y, ademàs, llevábamos provisiones para una semana entera.
Los entrenamientos fueron casi perfectos. Lo otro, también. No recuerdo exactamente cuando ni cómo ocurrió, pero ocurrió, y ambos lo sabíamos desde que nos habíamos propuesto ir a pasar este fin de semana perdidos en medio de la sierra. Pero, aunque agradable y, para que negarlo, muy satisfactorio, no ha sido lo mejor del fin de semana. Poder pasear juntos, comer y cenar en cama, al abrigo de la chimenea, caminar entre la nieve...En fin, demasiado largo para ser contado y demasiado corto para no ser añorado.
Todo habría sido perfecto si no le hubiera visto a él.
La primera vez fue al volver del primer entrenamiento, el sábado por la mañana. Un punto lejano, una figura informe. Un hombre, alto, con gabardina, cabellos negros, al lado de un coche negro, un BMW. En lo alto de la colina, por encima de la cabaña, bastante alejado pero bien visible en medio de la blancura de la mañana.
La segunda vez, esa noche, mientras Nadia preparaba un baño. He salido al exterior. Anochecía. Aún se vislumbraba claridad a lo lejos. Y, en esa claridad, claramente dibujado, el BMW negro.
El domingo por la tarde dejamos la cabaña y, tras despedirnos y emplazarnos para mañana a la hora de la comida, Nadia me ha dejado en casa. Escribo ésto, como muchas noches, desde mi dormitorio. Y, desde aquí, sentado, mientras leo y releo lo escrito, me basta con mover ligeramente la cabeza para ver, desde mi ventana, el BMW, ahí abajo, en la calle, y la sombra que, en su interior, permanece inmóvil.
Acabo de llamar a Carlos. Después de llamarme loco e imbécil por haberme metido en este "fregao" con Nadia ("como tenga algo que ver, se te van a llenar los pantalones de mierda", ha dicho), se ha mostrado aún más preocupado por la presencia del tipo de la gabardina. Ambos hemos estado divagando un buen rato, conectados a internet, a través del mesenguer. Yo he tenido la idea de girar la webcam lo suficiente como para que él pudiera ver el coche al otro lado de la calle.
Carlos ha sido bien claro: "vete a dormir, que yo estaré vigilando. Si hace algún movimiento raro, te doy una llamadita". Se lo he agradecido. Ha sido un fin de semana agotador (no lo digo con segundas). El entrenamiento en la nieve, y a altitud elevada, es cojonudo, pero el cuerpo queda destrozado.
Intentaré dormir.
Aunque dudo que lo consiga.